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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN LAS CELEBRACIONES
DEL CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE ALCIDE DE GASPERI


Jueves 2 de abril de 1981

 

Ilustres señores:

1. Me siento muy feliz al presentaros mi cordial bienvenida, responsables de los partidos y movimientos de inspiración cristiana de Europa y de otros continentes, que os habéis reunido en Roma para conmemorar la figura de un gran estadista, como fue Alcide De Gasperi, en el centenario de su nacimiento. Se trata de una conmemoración muy oportuna e importante, porque se refiere a un católico de gran estatura espiritual y de insigne prestigio político, que ha dejado un noble testimonio en la historia de Italia y de Europa de la última postguerra, en virtud de una iluminada conciencia cristiana.

No es mi propósito hablar de la formación y el ambiente cultural, lo mismo que del compromiso político de Alcide De Gasperi, cuya personalidad es objeto, por lo demás, de una investigación cada vez más intensa de estudio y de interpretación por parte de expertos, y de personas unidas a él por vínculos familiares o ideológicos.

Quisiera aquí rendir homenaje sobre todo a la fisonomía espiritual del hombre y del estadista que, en virtud de su fe coherente, realizó una misión que se puede presentar como ejemplo. En él la fe fue centro inspirador, fuerza cohesiva, criterio de valores, razón de opción, como él mismo se expresaba cuando tenía 20 años con el entusiasmo de la juventud: "El catolicismo es una cosa muy integral, nunca extraño a bien alguno, opuesto a cualquier mal, una regla fija que debe seguir el hombre desde la cuna al ataúd, el alma y la médula de todas las cosas". Es sorprendente que una persona tan joven tuviese ya una visión tan clara y vibrante del mensaje cristiano.

Fue la suya una fe que brotó en la familia y que maduró en un ambiente, el eclesiástico de la región trentina del siglo pasado, saturado de convicciones y de dinamismo cristiano; alimentada con la cultura, no sin rasgos de finura ascética y mística; testimoniada en público y en privado sin vacilaciones, ganando estima y respeto incluso de muchos no creyentes.

2. Joven hombre político, estuvo movido en su acción por el ideal social cristiano, sacado de las intuiciones de los primeros precursores europeos y de la Encíclica de León XIII Rerum novarum, la cual expresó de modo orgánico, hace 90 años, la primera alta enseñanza del Magisterio sobre la cuestión social.

Después de la primera guerra mundial estuvo al lado de don Luigi Sturzo en Italia, combatiendo por las libertades esenciales de la persona, de las conciencias, de la familia, de la escuela, de las entidades y cuerpos intermedios, de las asociaciones y de los sindicatos y, al vencer el régimen autoritario, sufrió persecución y cárcel.

Acogido por Pío XI para trabajar en la Biblioteca Vaticana, tuvo oportunidad de entablar amistad con ilustres personalidades de la cultura y profundizar, durante el silencio humilde de esos años, en los estudios de sociología cristiana, perfilando sus posibilidades de aplicación. Al final de la segunda guerra mundial, habiendo llegado a ser jefe del Gobierno en la resurgida democracia, guió a Italia en la fase tan ardua de la reconstrucción y del renacimiento.

La experiencia de sus orígenes en una región con pluralismo étnico y cultural, y la meditación histórica sobre las tragedias producidas por dos tremendas guerras mundiales, desencadenadas las dos por un exasperado nacionalismo, encendieron en De Gasperi una pasión viva por el ideal de la unificación europea, al lado de insignes estadistas, como Robert Schuman y Konrad Adenauer. Con ellos tendió a esta meta ideal como reconciliación de pueblos que tanto habían combatido entre sí, y sobre todo como colaboración que, salvaguardando las identidades históricas y culturales de cada uno de los países, confiriese a la misma Europa el sentido de una misión espiritual e histórica, abierta a la amistad con todos los otros pueblos.

3. En la complejidad de esta amplísima acción, brilla mucho más su fe cristiana, que inspiró constantemente el compromiso político, lo sostuvo y lo justificó, como él mismo decía confidencialmente: "Si no tuviese el sentimiento de cumplir con un deber cristiano y de merecer la ayuda de Dios, no estaría en este puesto ni un día más".

En el curso de su vida fue continua y profunda la relación con Dios. Prisionero en la cárcel, quiso tener la Biblia como primer libro y la citaba en sus escritos, sacando de ella fuerza y valentía. Emociona lo que escribió después de la condena a 4 años de prisión: "Dios tiene un designio inescrutable ante él me inclino adorando... me esfuerzo por conformar mi voluntad con la de Dios".

Su vida interior lo tenía en contacto con el Señor, como dan prueba de ello las cartas a su hija religiosa y los diversos pensamientos que escribía a veces apresuradamente. En uno de ellos se lee: "Perdóname, Señor, pero llevo conmigo tu oración en mis ocupaciones; penetra toda mi actividad, ora Tú en mi trabajo y en toda la donación de mí mismo".

También su confianza y su optimismo en medio del torbellino de las vicisitudes humanas, están arraigados en la fe, como se desprende de estas afirmaciones: "No tenemos derecho a desconfiar del hombre, ni como individuo, ni como colectividad; no tenemos derecho de desconfiar de la historia, puesto que Dios actúa no sólo en las conciencias individuales, sino también en la vida de los pueblos". Así también su profundo sentido de la justicia social dimana de la misma fuente: "¿Qué valor tendría el sentido sustancial de la civilización que es la aplicación en la realidad social del principio evangélico, si no lográramos hacer justicia al pobre, si los católicos no aplicáramos el espíritu del Evangelio?".

4. De Gasperi entendió la autoridad como un servicio para el bien común y la aceptó como cruz y sufrimiento, y no como meta e instrumento de interés personal. Sentía hasta la angustia la limitación de los planes y de los recursos para ayudar a lodos los ciudadanos, para realizar una auténtica justicia social, para salvaguardar la democracia y la libertad, sin caer en la arbitrariedad y en el relativismo moral. Hombre de paz y concordia, experimentó el tormento desgarrador de la responsabilidad en la gigantesca y misteriosa lucha entre el bien y el mal, y por esto sentía la necesidad de la oración, como alimento espiritual esencial, indispensable, y afirmaba que para esperar eficazmente es necesario "marchar hacia la luz y poner las propias manos en las de Dios".

Por esto, justamente dijo de él Robert Schuman: "La vida religiosa, la democracia, Italia, Europa eran para él postulados de una fe profunda e indefectible. Tenía el alma de un apóstol; De Gasperi fue toda la vida un ejemplo de la fidelidad que sobrevive ante las pruebas más duras. Seamos fieles a su memoria y a su gran ejemplo".

5. Ilustres señores: El reverente homenaje hacia un hombre político y un estadista, como Alcide De Gasperi, nos pone frente al problema, a veces angustioso, del testimonio del creyente en el servicio de la vida pública.

Un Estado, y en particular un Estado democrático, que se funda sobre el libre consenso de los ciudadanos, sólo podrá desarrollar su función esencial en orden a la realización del bien común, si, para sostener sus instituciones y leyes, hay en los ciudadanos y en quienes legítimamente los representan, una fuerte tensión moral y la intención decidida de defender y promover los más altos valores éticos. En otras palabras, una política se mide ciertamente por el programa social que sabe expresar y por la eficacia y oportunidad con que sabe traducirlo en obras; sin embargo, para una valoración global, es decisivo conocer el pensamiento sobre el hombre que la inspira, el puesto que asigna al respeto de sus derechos y de su dignidad, a su responsabilidad y a sus exigencias espirituales.

Para lograr un alto nivel de eficiencia, vuestra acción deberá brotar de una probada capacidad de ofrecer soluciones adecuadas a las urgencias de los tiempos en continua y, a veces, tumultuosa evolución; pero al mismo tiempo, no podrá menos de inspirarse en una adhesión sin reticencias a los valores esenciales del mensaje cristiano, como la trascendente dignidad de la persona y, por lo tanto, la defensa de la vida desde su primera aparición. la realización de la justicia social, y la consiguiente defensa de los más humildes.

A nadie pasa inadvertida la dificultad en que se encuentra el cristiano, comprometido en la actividad política, al afrontar la tarea —para utilizar las palabras del Concilio— de "grabar la ley divina en la vida de la ciudad terrena" (Gaudium et spes, 43). Sin embargo, teniendo en cuenta también el hecho de que: "el cristianismo —como afirmaba De Gasperi— ha dejado ya en la historia una impronta tal, que actúa como elemento ambiental y vital incluso para quien no lo profesa", el hombre de fe no adoptará nunca una postura de renuncia ante su compromiso de traducir en hechos las propias motivaciones ideales, aquello en lo que cree, los valores que defiende. Así, pues, es necesario hacer una llamada constante a una espiritualidad fuerte e iluminada; a una capacidad creativa de propuestas actuales e incisivas, alimentada por visiones libres de egoísmos e intereses personales; a una fuerza de persuasión y atracción, tanto más eficaz cuanto más testimoniada esté por la integridad y el espíritu de servicio.

En esta perspectiva, la figura de Alcide De Gasperi se perfila claramente como una interpelación y una advertencia. Efectivamente, es verdad, particularmente en el campo de la vida pública, que ninguna idea podrá aparecer convincente si no está valorada por la coherencia de vida de quien la profesa.

Animándoos a trabajar sin descanso según estos ideales, imploro sobre vosotros y vuestros seres queridos, y de un modo particular sobre la querida consorte y sobre la familia de Alcide De Gasperi, los dones de la asistencia divina, y acompaño este ferviente deseo con mi bendición apostólica.

 



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