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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE UNIVERSITARIOS DE PAVÍA, ITALIA


Sábado 11 de abril de 1981

 

Queridísimos hermanos y hermanas:

1. A la vez que doy las gracias a don Angelo Comini por las palabras nobles y deferentes que me ha dirigido en nombre de todos, manifiesto mi gran alegría por la oportunidad de reunirme con vosotros, estudiantes de los tres colegios universitarios de Pavía. A vosotros y al rector magnífico de esa célebre universidad que os acompaña, dirijo mi saludo cordialísimo.

Vosotros me hacéis conocer directamente lo que son el Almo colegio Borromeo, el colegio Ghislieri y el colegio femenino de Santa Catalina de Siena que constituyen una gloria insigne de la ciudad de Pavía, pues forman parte integrante de su tradición cultural plurisecular. Ciertamente dichos colegios poseen altos títulos de nobleza tanto por sus fundadores, que fueron San Carlos y tres grandes Papas, como por los nombres ilustres de hombres eminentes en letras y ciencias que estuvieron en ellos. Pero estos colegios reciben hoy vida y prestigio de vosotros que juntamente con vuestros responsables los formáis —yo diría— físicamente. Por ello no quiero alabar el pasado únicamente, con mayor razón aún por el hecho de que el colegio de Santa Catalina de Siena es muy reciente, pues no ha llegado a los diez años de existencia. Quiero en cambio mencionar Vuestra seriedad en el estudio y animaros a proseguir con tesón y entusiasmo en vuestra opción de vida.

2. Recorriendo el anuario de 1980 del Almo colegio Borromeo, me ha llamado la atención una cita del conocido artista y letrado del siglo XVI, Giorgio Vasari, que escribía a propósito del arquitecto de dicho colegio: "Ha hecho surgir en Pavía... un palacio para la Sabiduría" (ib., pág. 10). Me parece una definición estupenda. Y no lo tomarán a mal los estudiantes del Borromeo si me permito aplicarla también a los otros dos colegios, de los que el Ghislieri es apenas seis años posterior, y de todos modos ambos son dignos de toda estima y elogio, al igual que el primero.

"Un palacio para la sabiduría", esto es el colegio en que unos y otros transcurrís vuestros años jóvenes de asistencia a la universidad. Y estas palabras significan dos cosas complementarias, a mi parecer.

Ante todo vosotros os ocupáis de vuestra preparación profesional mediante el ejercicio asiduo del intelecto, que es vuestra disciplina y vuestro gozo al mismo tiempo. Y sois conscientes, claro está, de que al hacerlo no se trata sólo de acumular erudición a base de un acopio cuantitativo de datos. El hombre no es un computer, instrumento que por muy perfeccionado que se quiera sigue siendo una máquina, es decir, carece de alma y de capacidad de diálogo. El hombre debe tender más bien a la "sapiencia", o sea, a una formación humana integral que se base y en parte se identifique con la elaboración de una síntesis de nociones intelectuales y perspectivas morales, de aprendizaje y visión del mundo, de inteligencia y vida. La sociedad contemporánea tiene necesidad de profesionales ciertamente, pero mucho más aún de ejemplos vivientes de conjunción feliz entre ciencia y madurez personal, es decir, de hombres que se acerquen al prójimo no sólo sobre la base de una profesión frígida bien aprendida y bien desempeñada, sino sobre todo situándose en la dimensión verdaderamente humana del compartir mutuo o, más aún, de la fraternidad.

Os invito, por tanto, a enfocar vuestros estudios hacia una conjunción armónica que sea a la vez el elemento constitutivo y el sello más auténtico de vuestra personalidad. Únicamente con este horizonte vuestra dedicación diaria al estudio adquirirá color y gusto nuevos y también, diría yo, facilidad insospechada porque no lo veréis ya como fin en sí mismo, sino como camino y parte de un proyecto más amplio que es el logro global de vosotros mismos en cuanto imágenes de Dios.

3. Y aquí entra la segunda faceta de la definición citada. Vasari escribe la palabra "Sabiduría con mayúscula. Vuestro colegio es sin duda alguna un palacio para la sabiduría. Pero no puede darse sabiduría completa, sabrosa y fecunda de verdad, si no es de algún modo el reflejo de la Sabiduría divina. El antiguo Profeta de Israel ve en ella el primer fruto o, mejor, la primera propiedad del Espíritu del Señor (cf. Is 11, 2), y el Autor del libro bíblico que se titula precisamente de la Sabiduría, en contemplación casi estática y amorosa que multiplica sus atributos, le prodiga las alabanzas de "hálito del poder divino", "emanación pura de la gloria de Dios omnipotente", "resplandor de la luz eterna", "espejo sin mancha del actuar de Dios", "imagen de su bondad" (Sab 7, 25-26).

Pero lo que era para Israel simple aspecto de la divinidad, para nosotros cristianos es ya encarnación humana en Jesús de Nazaret crucificado y resucitado que se ha hecho para nosotros "poder y sabiduría de Dios", como se expresa el Apóstol Pablo (1 Cor 1, 24; cf. ib., 1, 30).

Queridísimos jóvenes: Es Cristo lo que os proclamo; que lo hagáis Señor, o sea, punto de referencia y módulo de vuestra vida. La Carta a los Colosenses llega a decir que en El "se hallan escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia" (Col 2, 3). Y situándose en su óptica, claro está que se ven las cosas, los hombres y la misma historia de otra manera, con mayor profundidad y autenticidad. Sólo entonces se hace realidad plena la frase bíblica: "La sabiduría del hombre alegra el rostro" (Qoh 8, 1), porque ello es posible si se acepta la invitación del Salmista: "Volveos todos a El y seréis alumbrados" (Sal 34, 6).

4. Hermanos e hijos queridísimos: Vivid con alegría y seriedad a un tiempo estos años vuestros. De vosotros el mundo y la Iglesia del mañana esperan mucho, al igual que de todos los jóvenes. Sobre todo de vosotros que dedicáis vuestras energías mejores al estudio y a la investigación intelectual, hay derecho a esperar mayor toma de conciencia de lo que el hombre es y merece, a esperar una responsabilidad más convencida.

Amad vuestro colegio y vuestra universidad porque son el regazo en que os formáis y de donde saldréis a cumplir servicios múltiples en la sociedad, y cayo sello llevaréis siempre en vosotros. Y os presento mi más sincero augurio de verdadera madurez académica que vaya inseparablemente acompañada de madurez humana y cristiana. Esté siempre con vosotros mi bendición apostólica que me complazco en impartir a todos y a vuestros amigos y personas queridas, en prenda de abundantes gracias celestiales y de mi afecto

 



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