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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS DIRECTORES DIOCESANOS DE LAS PONTIFICIAS OBRAS
MISIONALES DE ESTADOS UNIDOS


Viernes 24 de abril de 1981

 

Mis queridos hermanos y colaboradores en el Evangelio de Cristo:

1. Doy una bienvenida muy cordial a todos vosotros, directores diocesanos de la Sociedad de la Propagación de la Fe de los Estados Unidos de América. Presento mi saludo particular al nuevo director nacional, mons. McCormack, y a su celoso predecesor, el arzobispo de O'Meara. Me complazco en que hayáis elegido Roma en esta ocasión para vuestra reunión quinquenal. Vuestra elección nos brinda la oportunidad de reunimos en el nombre de Cristo; manifiesta asimismo vuestra voluntad de subrayar el carácter eclesial de vuestro trabajo al integrarlo en la misión universal de la Iglesia. Os estoy agradecido de verdad por los sentimientos que os mueven en vuestro ministerio al servicio de la fe.

2. En este momento deseo expresar mi honda estima de la misión especial que os han confiado vuestros obispos. Os doy las gracias de la ayuda que procuráis a las Iglesias locales esparcidas por el mundo y de lo que hacéis por vuestras propias diócesis. En una palabra, os agradezco vuestra participación en el Evangelio, vuestros esfuerzos constantes para que el nombre de Jesús se conozca y ame más, tanto en vuestra nación como fuera de ella.

3. Vuestras actividades son misioneras y están encaminadas a ayudar en primer lugar a comunidades eclesiales de tierras de misión. Cuando prestáis la solidaridad de la caridad fraterna a las Iglesias jóvenes, estáis realizando una obra grande y meritoria. Toda la ayuda generosa que acompaña esta solidaridad es expresión fiel del Evangelio y en él encuentra su motivación. Con vuestra ayuda sigue adelante la obra de Jesús en las Iglesias locales; Jesús sigue estando con su pueblo "enseñando... y predicando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia" (Mt 9, 35). Todos los servicios facilitados por vuestra colaboración generosa quieren ser expresión del amor del Salvador; tienen por fin centrar la atención en la persona y la palabra de Jesucristo, el único que puede revelar adecuadamente Dios al hombre. Pero también, porque Cristo es el único que puede revelar adecuadamente a sí mismo al hombre, todo cuanto hacéis por potenciar la proclamación de la palabra de Cristo es servicio que eleva la misma humanidad dándole más amplia visión de su misma naturaleza y mayor conocimiento de su dignidad.

Estáis llamados a ayudar a incontables hermanos y hermanas del mundo entero. Qué gran privilegio es favorecer la evangelización, potenciar la catequesis y facilitar incluso el tema delicado de la conversión del corazón humano. Así es como entiende la Iglesia las demandas del Evangelio y como os pide colaboración; y nunca erraréis si concebís vuestra actividad misionera de esta manera.

4. Pero además y por encima de la valiosa ayuda que prestáis a las Iglesias locales lejanas, estáis en situación excelente para dar una aportación estupenda a vuestro país. Trabajando con vuestros obispos de América como directores diocesanos de la Sociedad para la Propagación de la Fe, podéis crear mentalidad misionera en la nación y enriquecer a vuestras comunidades con la gran verdad proclamada con toda fuerza por el Concilio Vaticano II: "La Iglesia peregrinante es misionera por naturaleza" (Ad gentes, 2). Al centraros en esta característica esencial de la Iglesia de Cristo y en las consecuencias prácticas de esta verdad, estáis ofreciendo horizontes nuevos a los fieles, retos nuevos a su fe. Y como creemos en la acción soberana del Espíritu Santo en el corazón de los fieles, sabemos que el Pueblo de Dios responde generosamente a la verdad sublime que están llamados a vivir. Y esta gran generosidad de fe y de amor de nuestro pueblo, la palpa día tras día vuestra experiencia pastoral y la mía.

En el mismo acto de dar, vuestras Iglesias locales reciben abundantemente tal y como lo predijo Jesús: "Dad y se os dará; una medida buena, apretada, colmada, rebosante será derramada..." (Lc 6, 38). A través de la experiencia práctica de la naturaleza misionera de la Iglesia universal, las Iglesias locales se hacen realmente fuertes de verdad y postconciliares. Por la convicción de que se necesita emplear medios sobrenaturales para cumplir la tarea misional, las Iglesias locales se transforman en comunidades de oración e intercesión "para que la palabra del Señor sea difundida y triunfe..." (2 Tes 3, 1). Al responder a la gracia, se abren a las necesidades inmensas de los otros y se imponen a sí mismas módulos de moderación, frugalidad y sacrificio; y sobre todo, se convierten en Iglesias enardecidas en el celo de Cristo Cabeza, el cual sigue exclamando en sus miembros: "Es preciso que anuncie también el Reino de Dios en otras ciudades, porque para esto he sido enviado" (Lc 4, 43). .

5. Tengo la esperanza de que mantendréis siempre los ideales sublimes que corresponden a vuestra misión especial en la Iglesia. Estando convencidos personalmente de que trabajáis en algo que no es periférico sino que tiene valor perdurable y es esencial para la extensión del Reino de Dios, procurad animar constantemente a vuestros compañeros de trabajo, a los que se emplean en vuestras oficinas y también al gran número de hombres, mujeres y niños de las parroquias que han entendido lo que dijo Pablo VI muy sucintamente: "Evangelizar constituye, en efecto, la gracia y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda" (Evangelii nuntiandi, 14).

Queridos hermanos sacerdotes: Mantened con perseverancia y honda alegría vuestro compromiso misionero de proclamar directa e indirectamente a Jesús, el Cristo resucitado, el Hijo de Dios vivo. Y María, Reina de las misiones y Madre de los sacerdotes, os ayude con sus oraciones ahora y siempre.

 



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