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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS ALUMNOS DE LA PONTIFICIA ACADEMIA ECLESIÁSTICA*


Lunes 23 de marzo de 1981

 

Queridísimos sacerdotes alumnos de la Pontificia Academia Eclesiástica:

He acogido gustosamente el deseo que me ha expresado vuestro querido presidente, mons. Cesare Zacchi, de tener un encuentro con vosotros, en este momento, poco después de los ejercicios espirituales que habéis hecho en Asís, y que precede al destino de algunos de vosotros al servicio de las Representaciones Pontificias.

Ante todo, quisiera daros las gracias por la felicitación que me habéis enviado desde Asís. Cada firma que vi en aquella carta toma ahora la forma de un rostro, al que me agrada dirigirme para un diálogo que quisiera sencillo, pero también significativo.

La referencia a San Francisco pienso que no ha estado sugerida por circunstancias casuales, sino que más bien procede de una intención profunda y de la búsqueda de una inspiración para vuestra vocación. En efecto, San Francisco es un ejemplo luminoso también para el ministerio que estáis llamados a desarrollar y ayuda eficazmente a comprender su verdadero sentido y su genuino espíritu. Su deseo de ser hombre evangélico, su identificación con Cristo, su amor apasionado, sin reservas y sin críticas a la Iglesia, en el testimonio de una pobreza radical, en la mansedumbre como hombre de la fraternidad universal y de la paz, ¿no son éstas actitudes y valores congeniales con la naturaleza y con la misión del Representante Pontificio?

En este espíritu trata de formaros la Pontificia Academia Eclesiástica, que celebra este año su 280 aniversario. Esta, que tiene una gran tradición y hoy también una calificada función, ha estado sometida, en el curso de los años, a diversas reformas con el fin de responder a las exigencias de un idóneo servicio eclesial. Más recientemente se ha renovado en el contexto de la eclesiología del Concilio Vaticano II y del nuevo estilo de relaciones entre la Sede Apostólica y las Iglesias locales. La universalidad que tan bien se refleja en vuestra proveniencia, está acompañada por otras notas fundamentales que deben caracterizar a la Academia Eclesiástica. Quisiera indicaros algunas de ellas.

La Academia debe ser ante todo un lugar de maduración espiritual y un cenáculo de oración. Si el ejercicio de cada uno de los ministerios sacerdotales exige una profunda vida espiritual, quisiera decir que la misión que estáis llamados a desarrollar comporta situaciones tan peculiares y, a veces, arduas, de vida y de acción, en las cuales, si llegase a faltar la fuente de una espiritualidad intensa, se correría el peligro de privarse de linfa vital y de ideales. El tiempo que pasáis en este Instituto debe ser, por tanto, tiempo de recogimiento y de profundidad; tiempo no sólo de entrenamiento en la ascesis, sino también de entrenamiento perseverante en esas virtudes que formarán mañana el apoyo sólido y seguro de vuestra misión.

2. La Pontificia Academia Eclesiástica debe ser, además, un lugar de asidua preparación cultural, un cenáculo de estudio. El servicio a la Santa Sede, participando de la "sollicitudo omnium Ecclesiarum", lleva consigo graves exigencias y requiere competencia que no se puede improvisar.

Deseo de corazón que sepáis aprovechar este precioso período para vuestra formación, de modo que mañana podáis estar a la altura de la misión que se os ha confiado. Y deseo, además, que os acompañe toda la vida un empeño serio de estudio.

3. En tercer lugar, la Pontificia Academia Eclesiástica debe ser un lugar de maduración del sentido pastoral. Al Representante Pontificio se le exige hoy una sensibilidad exquisita para tratar con los Pastores a quienes el Espíritu Santo ha puesto para regir las varias Iglesias locales, y un espíritu pronto para captar e interpretar las situaciones y los problemas pastorales. Esta es una "forma mentís" que debéis adquirir y desarrollar para haceros idóneos en el servicio de comunión eclesial entre las Iglesias locales y la Sede de Pedro.

Doy las gracias cordialmente a vuestro excelentísimo presidente, que se dedica con entusiasmo y abnegación a vuestra formación, y agradezco también a los profesores la obra que realizan. A los alumnos que terminarán próximamente los cursos, les deseo que emprendan su ministerio con generosa disponibilidad y con serena confianza en la protección de la Virgen Santísima. Y bendigo a todos de corazón en el nombre del Señor.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n.14, p.8.

 



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