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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UNA PEREGRINACIÓN DE JÓVENES ESTUDIANTES CATÓLICOS FRANCESES

Viernes 8 de mayo de 1981

 

Queridos jóvenes,
queridos educadores y padres de todos estos jóvenes:

Pertenecéis a las escuelas y colegios católicos de la región de Aix-en-Provence y de Marsella. Me consta que habéis puesto un gran entusiasmo en la preparación de esta peregrinación, que os ayudará sin duda a ser mejores creyentes. Después de haber pasado dos días en Roma, siguiendo las huellas siempre conmovedoras de los Apóstoles Pedro y Pablo en la ciudad ''donde sufrieron el martirio, saldréis para Asís, tras los pasos de San Francisco, el santo que prefirió a Cristo antes que a todas las riquezas. Os deseo que viváis estas jornadas espirituales con una total disponibilidad de corazón y de espíritu. Estos días constituyen un acontecimiento —simple y misterioso a la vez-— a través del cual Dios, en un modo único: y nuevo, os llama a todos y a cada uno de vosotros a seguirle más de cerca en vuestra situación de cada día, concreta y lógicamente diversa para cada uno. Pido al Señor que su paso por vuestra vida dé frutos abundantes y también que suscite vocaciones al sacerdocio o a la vida religiosa.

Me llena de alegría el hecho de que pertenezcáis a colegios católicos, pero en este breve y simpático encuentro no puedo hacer un discurso, ni siquiera sucinto, sobre la oportunidad de las instituciones católicas de enseñanza. El Concilio Vaticano II ha expresado con autoridad y claridad la postura de la Iglesia a este respecto. Mi querido predecesor Pablo VI se ha hecho eco de ella en muchas ocasiones; Por otra parte el Episcopado de vuestro país y varios congresos nacionales han iluminado y apoyado a los responsables y mantenedores de la escuela católica, como medio de evangelización. En este momento querría nada más —pero de todo corazón— animaros a cada uno de vosotros a responsabilizaros cada vez más del clima evangélico de cada una de vuestras comunidades escolares cristianas. Es una cuestión de la máxima importancia, en ella está en juego la credibilidad de la enseñanza católica. El Evangelio, que, como es natural, no habla de ninguna estrategia educativa concreta, ni de su programa, ni de sus métodos, debe ser, sin embargo, o llegar a ser la referencia constante de toda escuela católica. El Evangelio es, en efecto, la fuente de la revelación de la verdad sobre Dios y sobre el hombre. La originalidad y la identidad de la escuela católica, igual que su auténtico dinamismo, están vinculadas a la acogida y a la integración de esta luz en la vida concreta de la comunidad escolar y de todos sus miembros. Descendiendo al terreno práctico, debéis interrogaros a menudo y debéis ayudar a vuestras escuelas a interrogarse sobre la búsqueda sincera de Dios y el crecimiento del contenido de la fe, sea en el mismo marco escolar, sea con ocasión de convivencias espirituales de fin de semana, de retiros, de peregrinaciones. Permitid, igualmente, que el Evangelio inspire de alguna forma todo lo que se vive continuamente en vuestras escuelas: las relaciones interpersonales, la acogida de alumnos deficientes o minusválidos, la seriedad en el trabajo, la mutua ayuda escolar fraternal y sincera, la participación en las responsabilidades, la apertura a los problemas de nuestra época, etc.

Estos valores de fe y de educación son los que día a día van construyendo vuestras personalidades individuales y configurando el rostro evangélico de vuestras respectivas comunidades escolares. Estos valores harán posible que, llegado el momento, asumáis responsabilidades más importantes en la sociedad y en la Iglesia.

Lleno de alegría, os bendigo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

 



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