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ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS DE LA REGIÓN ITALIANA DEL LACIO
EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Jueves 5 de noviembre de 1981

 

Señor cardenal,
queridos y venerados hermanos:

Os recibo hoy en visita "ad Limina" con vivo afecto y ferviente estima, contento porque esta visita me permite renovar la alegría de los encuentros personales que he tenido con cada uno de vosotros, ofreciéndome, al mismo tiempo, la oportunidad de hablar colegialmente con todos.

Vosotros, queridos hermanos de la Conferencia Episcopal del Lacio, abrís la serie de las visitas "ad Limina" colegiales de los obispos italianos, programadas en este año, y sois, por lo tanto, el primer grupo de prelados a quienes quiero dirigir mi palabra. Las visitas de cada uno de los obispos comenzaron en los primeros meses de este año, y se sucedieron regularmente hasta el día 13 del pasado mayo, día de prueba y de sufrimiento para mi persona y para toda la Iglesia.

Al reanudar las visitas personales, y en este primer encuentro colegial, deseo confiaros que doy una particular importancia, tanto a las primeras, como a los encuentros con cada una de las Conferencias regionales. Efectivamente, si en los coloquios individuales, a los cuales me propongo prestar diligente atención, puedo recibir a cada uno de los hermanos en el Episcopado que representa y trae consigo a la Iglesia particular de la que es Pastor, en el encuentro colegial puedo ver de manera más integral y sintética, juntamente con los obispos, los problemas generales propios de la nación o de cada una de las regiones.

1. Los motivos de la importancia de las visitas "ad Limina" son ante todo de carácter teológico y doctrinal.

En efecto, estas visitas constituyen primariamente un acto de profunda y convencida fe en el misterio de la Iglesia, tal como la ha querido su divino Fundador Jesucristo.

Los obispos que, "en virtud de la consagración episcopal y por la comunión jerárquica con la Cabeza y con los miembros del Colegio" (Nota explicativa previa añadida a la Constitución Dogmática sobre la Iglesia), se convierten en sucesores de los Apóstoles, con potestad de evangelizar, santificar y gobernar al Pueblo de Dios,, y de perpetuar, a. su vez, el, mismo Episcopado, reconocen de modo privilegiado mediante las periódicas visitas "ad Limina" que el Sucesor de Pedro es "principio y fundamento perpetuo y visible de la. unidad de fe y de comunión" (Lumen gentium, 18); es aquel qúe garantiza la ortodoxia de la verdad revelada y anunciada; es el Pastor universal.de la Iglesia, con potestad inmediata sobre toda la comunidad cristiana, es decir, Pastores y fieles.

De este modo, los obispos desean también confirmar con él una comunión de mente, de corazón y disciplina. Ellos son conscientes que el poder jurisdiccional del que están investidos, les proviene en subordinación a la comunión jerárquica con Pedro, por elección o aprobación del cual se determina en concreto la misión canónica.

Este acto de fe por parte de los obispos se arraiga en el núcleo más íntimo de la doctrina .católica, por lo que la sana y fiel tradición afirma con los Padres de la Iglesia: "Nihil sine Petro".

La visita "ad Limina" tiene también una evidente motivación pastoral.

El Obispo de Roma, como Vicario de Cristo y Sucesor de Pedro, siente la solicitud de la grey universal, que en concreto sólo puede actuarla mediante los obispos encargados de la misma. Efectivamente., se ve, por la historia pasada y presente, que los problemas pastorales son siempre numerosos y difíciles, y tienen características diversas según los modos y el grado de madurez de cada una de las Iglesias.

Así, mediante la visita "ad Limina", el Papa tiene la posibilidad de penetrar en lo vivo de los problemas de cada una de las Iglesias, a través de la información de los respectivos Pastores. Efectivamente, éstos hacen partícipe al Papa de sus perspectivas, de sus alegrías, de sus afanes y de sus esperanzas, haciéndose intermediarios de los interrogantes de las multitudes cristianas en camino con su historia hacia destinos transcendentes.

La visita "ad Limina" es, en síntesis, el encuentro del Papa, Pastor supremo, con un hermano en el Episcopado, con un amigo, con un Pastor responsable que, investido de un gran honor, lleva también el peso de una grave responsabilidad.

2. La visita de hoy, a estos motivos de orden general, añade los de naturaleza específica que se derivan de la característica propia de vuestra Conferencia Episcopal. Como se expresaba mi predecesor Pablo VI en la alocución pronunciada el 24 de febrero de 1977, con ocasión de vuestra visita anterior, "las Iglesias representadas por vosotros son como el primero de los anillos concéntricos que dibujan de forma ideal el mapa de la Iglesia universal, y esto es un hecho que postula necesariamente una directa y más acentuada comunión".

Los obispos de la región del Lacio, esto es, del territorio que circunda Roma, centro de la cristiandad y capital de Italia, son los más cercanos al Sumo Pontífice y a la Santa Sede, y actúan en el radio de un territorio que, a lo largo de los siglos, ha asistido a profundísimos e irrepetibles testimonios de vida cristiana.

Este es el momento de subrayar que patrimonio único —y a la vez responsabilidad gravísima— para Roma y su región, es la riqueza de doctrina, de santidad, de apostolado, de caridad eclesial en todas las formas, vinculadas con la historia de la Sede Apostólica y con el constante Magisterio e intervención de los Papas.

La presencia de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, de sus primeros sucesores, de toda la falange de los mártires y de los santos que han acompañado la historia y la misión de Roma en todos los siglos y en toda circunstancia, sobre todo dolorosa, de su vida, es única en la trayectoria de la Iglesia.

También recientemente el martirio de Santa María Goretti, en Nettuno, ha enriquecido la tradición. Es imposible enumerar todos los santos cuya vida está vinculada a la de Roma y su región. Cada grupo de personas puede tener un ejemplo y un patrono: los obispos tienen el ejemplo de los Santos Pontífices, los jóvenes tienen como maestro a San Felipe Neri y como patrono a San Luis Gonzaga; las madres de familia a Santa Francisca Romana; los párrocos a San Vicente Pallotti, a San Gaspar del Búfalo, a San Juan Bautista de Rossi.

Así la región ofrece modelos de excelsa santidad, antiguos y modernos: San Buenaventura de Bagnoregio, Santo Tomás de Aquino, San Carlos de Sezze, San Félix de Cantalicio. San Pablo de la Cruz y otros muchos.

Fuente inexhausta de vida espiritual y de apostolado siguen siendo los grandes centros de espiritualidad y de cultura cristiana y los santuarios de la región. No pudiendo enumerarlos todos, me limito a estimular cualquier esfuerzo para que estos centros, como las basílicas romanas, las gloriosas abadías benedictinas de Montecassino y de Subiaco, y los santuarios de las diversas órdenes religiosas, desarrollen una obra cada vez más intensa, con miras a una renovación cristiana en la hora presente.

Conozco vuestro asiduo trabajo por la causa del Reino de Dios en esta región bendita, y, por lo tanto, deseo expresaros mi más viva satisfacción y estima por toda la labor realizada juntamente con los sacerdotes, los religiosos y los laicos vuestras diócesis.

3. Pasando a analizar de modo más especifico la situación religiosa de la región, puedo decir que en estos tres años de pontificado, por medio de los encuentros personales y de vuestras cuidadosas relaciones, me he dado cuenta suficientemente tanto de las realidades positivas y consoladoras, como de las dificultades, a veces incluso graves y preocupantes.

Las características étnicas, sociales y culturales de la región resultan dispares y múltiples. Roma, la capital, ha crecido en estos 50 años, de modo rápido y tumultuoso, con una población sobre todo emigrante de diverso origen social y regional. Esta población, en parte de obreros que tienen que trasladarse cada día al lugar de su trabajo, vive en la enorme y frecuente anónima periferia, creando problemas de conocimiento, de acercamiento, de evangelización formativa y metódica. Además, la ciudad está continuamente atravesada por un impresionante flujo de turistas provenientes de todas las partes del mundo, los cuales traen consigo experiencias y mentalidades diversas, a veces contrastantes con las costumbres cristianas.

En el campo romano, la civilización rural está, desde hace tiempo, en rápida evolución hacia el estilo de vida de la civilización industrial con tendencia a la comodidad consumista, con el ideal de la seguridad social y del bienestar.

Estos fenómenos han determinado necesariamente un cambio de mentalidad, de costumbres, de sentimientos, de relaciones en la población, creando —incluso a causa de una insuficiente formación en la fe— una atmósfera en la que no es difícil encontrar tendencias agnósticas en el campo doctrinal y una consiguiente falsa autonomía en el campo moral.

Sin embargo, es necesario subrayar que en el pueblo perdura el profundo substrato de la fe y de la moral cristiana, que se manifiesta en la sensibilidad para los problemas religiosos, la íntima necesidad de Dios y de la oración, la estima del sacerdote celoso y de su ministerio, y, sobre todo, en una más sentida responsabilidad por parte de muchos laicos comprometidos y de muchos grupos de presencia cristiana, que se dan cuenta de la urgencia de una vida espiritual más intensa y de una participación más activa en el apostolado directo.

Frente a las innegables dificultades de nuestro tiempo y a los signos positivos de un nuevo descubrimiento de responsabilidad en la estructura de la Iglesia, mi exhortación se dirige, ante todo, a ayudar a vuestro esfuerzo, invitándoos a trabajar con celo en el campo del Señor, y recordando que ninguna dificultad puede separarnos del amor de Cristo, como ya afirmaba San Pablo, dirigiéndose a este pueblo romano: "Persuadido estoy que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo venidero, ni las virtudes, ni la altura, ni la profundidad, ni ninguna otra criatura podrá arrancarnos al amor, de Dios en Cristo Jesús, nuestro Señor" (Rom 8, 37-39). San Pablo quería testificar solemnemente, con estas expresiones, que las vicisitudes de la historia, por más turbulentas y difíciles que sean, nunca pueden separarnos de Aquel que ha redimido a la humanidad mediante su amor crucificado. Con San Carlos Borromeo, a quien celebramos ayer y a quien venero particularmente como mi Patrono, os exhorto: "Sine metu et constanter certe agamus, atque adeo perficiamus quod Evangelium docet, quod Christus iubet, quod ratio praecipit, quod gregis salus, quod Ecclesiae auctoritas, dignitasque postulat" (Oratio in Concilio Provinciali II, Anno 1569, die 29 Aprilis).

4. Finalmente, deseo señalar dos puntos a vuestra atención.

Quisiera sugeriros en primer lugar que potenciéis constantemente los encuentros de vuestra Conferencia Episcopal; resultan cada vez más útiles y, a veces, necesarios, precisamente para poder crear esa mentalidad y esa atmósfera de "comunión" y de "comunidad", recordadas y subrayadas por el reciente plan pastoral de la Conferencia Episcopal Italiana para el próximo decenio. "Una comprensión más profunda del don de la comunión —se escribe en el documento publicado a este propósito —acrecentará sin duda en toda nuestra Iglesia la gracia de la unidad vivida en la caridad y hará creíble el anuncio evangélico que ella está llamada a traer" (núm. 1).

Los encuentros programados de las Conferencias Episcopales regionales tienen la finalidad de compartir las propias experiencias, de interrogarse sobre las necesidades de cada una de las diócesis, de delinear juntos planes comunes de actividad pastoral, de analizar las dificultades encontradas, de individuar líneas de acción especialmente en lo que se refiere a la formación del clero, a la pastoral de las vocaciones, a la marcha de los seminarios, a la conexión entre los distintos grupos de presencia cristiana.

A propósito de esta intensa "comunión" entre los Pastores, os exhorto también a considerar, con espíritu generoso y confiado, la posibilidad de ayudas mutuas, de intercambios perspicaces de instrumentos pastorales, superando la presión "de la inmediata necesidad local" para favorecer un trabajo y una programación de conjunto.

Además, deseo exhortaros también a escuchar y atender cuidadosamente a los laicos. Hoy de modo particular es preciso saber entender y valorar a los laicos que sienten la necesidad y casi el ansia de ponerse al servicio de la verdad para anunciar a Cristo y testimoniarlo en la sociedad donde viven.

Hay una necesidad extrema de certeza auténtica y de verdadera esperanza: y muchos laicos sienten esta necesidad y quieren insertarse activa y responsablemente en el apostolado, para ayudar a los obispos y a los sacerdotes. Es necesario, pues, hacerse sensibles a esta realidad consoladora y formar a los sacerdotes para que se sensibilicen a su vez, a fin de que este entusiasmo, que es don auténtico del Espíritu Santo para estos tiempos nuestros, no se sofoque y se apague, o peor todavía, se desvíe o se tuerza en experimentos equivocados y engañosos.

Es consoladora la gradual reanudación del asociacionismo católico, tanto a través de la Acción Católica, como mediante Movimientos de reciente formación, que todos conocemos. Aparece urgente el compromiso de orientar positivamente estas fuerzas, incluso mediante planes conjuntos, hacia un apostolado de presencia y tareas precisas de evangelización, que por lo que se refiere a Roma, deberán corresponder, sobre todo, a las necesidades religiosas de la gran periferia.

Queridísimos hermanos:

Aún serían muchos los problemas que tendríamos que tratar y analizar juntos, porque la pastoral hoy se presenta realmente amplia y diferenciada. Pero vosotros tendréis oportunidad y necesidad de ulteriores encuentros; por hoy es bastante haber indicado las cuestiones de la Conferencia Episcopal y de la formación de los laicos calificados.

La Madre celestial, de la que el pueblo de Roma y de todo el Lacio ha sido siempre tan devoto, os asista en vuestro trabajo de Pastores, os ilumine y os conforte, de manera que en el cotidiano esfuerzo pastoral os anime siempre el santo fervor para beneficio de los fieles y de toda la sociedad.

Os acompañe mi bendición apostólica, que os imparto de todo corazón, haciéndola extensiva con afecto a las comunidades eclesiales confiadas a vosotros.

 



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