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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL NUEVO EMBAJADOR DE ITALIA ANTE LA SANTA SEDE*

Sábado, 28 de Novembro de 1981

 

Señor Embajador:

1. Las palabras tan amables que acaba de dirigirme, me impulsan a expresarle inmediatamente la más viva gratitud. Es éste un sentimiento que me brota del corazón y se traduce a través de mis labios en acento sincero por las múltiples alusiones que usted ha hecho a mi persona, a mi servicio pastoral y al reciente III aniversario de mi elevación al pontificado romano. Es un sentimiento que quiere ser al mismo tiempo testimonio de mi satisfacción por el trabajo que usted ha realizado desde hace algún tiempo como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República Italiana ante la Santa Sede.

Efectivamente, por circunstancias conocidas, el ejercicio de su alta misión ha dado ya comienzo, y el encuentro de hoy señala su confirmación oficial mediante la presentación de las Cartas Credenciales con las que el Jefe del Estado Italiano le acredita como Representante de este mismo Estado ante la Santa Sede.

2. Pero yo deseo manifestarle también mi aprecio por el esfuerzo de activa participación que usted desea poner en las relaciones entre la Sede Apostólica e Italia. Estas relaciones son tan especiales y tienen en su origen una serie tan larga de motivaciones históricas, geográficas y culturales, que configuran un caso típico, y ya por sí mismas sugieren a ambas partes, más que la oportunidad, la necesidad del mutuo entendimiento, de la comprensión y de la colaboración. Además del dato indiscutible de la fijación de la Sede de Pedro en Roma, no puede menos de recordarse aquel título -no ciertamente secundario ni falto de significación- que constantemente va unido al de Obispo de Roma: título de Primado de Italia, que para el Sucesor de Pedro suena no ya como elemento ornamental y retórico, sino como advertencia y estímulo para dedicar una especialísima atención a los problemas de la población de la Península. Podría decirse que el divino y universal primado de la Sede Romana alcanza, por razones históricas y geográficas, una aceptación específica, aunque de otra naturaleza, en el caso de Italia; y ya que el honor primacial lleva consigo una constante exigencia a las responsabilidades inherentes, supone para quien ha sido investido de él un deber más acuciante de presencia y de animación espiritual, en unión de pensamiento y de corazón con todos los hermanos obispos, en conformidad con la indicación que Cristo hizo a Pedro: «Confirma a tus hermanos” (Lc 22, 32).

3. En esta perspectiva, tan elevada como exigente, intento inspirar mi acción cotidiana, con una obligada actitud de especial amor, no sólo por Roma, sino también por Italia, que yo considero -como ya dije en el momento de emprender el viaje a mi querida tierra natal- mi patria de elección, es decir, mi segunda patria (cf. vol. Insegnamenti, II, 1979, pág. 1369). A este propósito, en una circunstancia tan significativa e importante como la actual, siento el deber, es más, la íntima necesidad de expresar mi más vivo reconocimiento al Señor Presidente de la República, al Jefe del Gobierno, a todas las autoridades civiles por el afecto y el interés demostrados hacia mi persona, después del dramático suceso de mayo pasado y durante mi estancia en el hospital. No olvido tampoco a los directivos y al personal de orden público por todo lo que han hecho por mí.

4. Las relaciones bilaterales entre la Sede Apostólica y el Estado Italiano entran también en el aludido designio-compromiso de solicitud pastoral, para favorecer la vitalidad espiritual-religiosa y a la vez colaborar en el desarrollo civil y humano de toda la comunidad nacional. No puedo, por tanto, menos de alegrarme de su declarada disponibilidad, Señor Embajador, de su ofrecimiento de colaboración para estos mismos fines, mientras – en un plano más general – no puedo menos de apreciar y elogiar vivamente ese intento de paz que usted ha puesto de relieve describiendo los fines de la política exterior italiana. Son felices – ha dicho también usted – las relaciones que actualmente mantienen Italia y la Santa Sede. Nutro la confianza de que continuarán en la misma línea, e incluso mejorarán siempre con recíproca ventaja. Con este espíritu, formulo el sincero deseo de que las negociaciones para la revisión consensual del Concordato Lateranense puedan proseguir y conducir a soluciones acertadas, adecuándose a las exigencias de la sociedad civil y de la comunidad eclesial en Italia.

Con mucho gusto, pues, Excelencia, en el momento de recibir sus Cartas Credenciales, le expreso mis votos por el éxito de su misión que se inserta en este contexto e invoco sobre ella la protección del Señor. A usted y a sus familiares y colaboradores imparto de corazón la deseada bendición apostólica, extendiéndola con igual benevolencia a las autoridades y a todo el querido Pueblo italiano.


*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española 1982, n.4 p.15.

 

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