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ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL CONSEJO DE LA SECRETARÍA GENERAL
DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS

Sábado 10 de octubre de 1981

 

Venerables hermanos en el Episcopado:

1. Ciertamente es una gran alegría para mí la reunión y la presencia aquí de quienes formáis el Consejo de la Secretaría general del Sínodo de los Obispos, y que habéis acudido a Roma estos días para precisar cada uno de los temas y establecer las líneas generales del trabajo en que se ha de ocupar, el año 1983, la VI Asamblea del Sínodo de los Obispos. Mucho me alegra también que, según el debate realizado ya el año pasado por el Sínodo, y de acuerdo con las propuestas y opiniones recibidas de las Conferencias Episcopales v de los Organismos de la Sede Apostólica, hayáis tenido el acierto de proponer para el próximo Sínodo este tema: "La reconciliación y la penitencia en la misión de la Iglesia".

2. No sólo apruebo absolutamente este tema, sino que además os aseguro que ha despertado un gran interés entre los obispos y sacerdotes de toda la Iglesia y ha llamado la atención de los fieles sobre un problema pastoral de la máxima importancia, sobre todo en estos tiempos. La reconciliación y la penitencia constituyen, en efecto, de por sí una parte claramente necesaria, y diríamos la principal, del mensaje de salvación anunciado al mundo por Cristo Señor; en este sentido, contienen también los elementos primarios de la misma vida cristiana y de la moral católica.

3. Es evidente que, desde el principio de su predicación. Cristo inculcaba la necesidad de la penitencia y todas sus acciones estaban encaminadas a hacer comprender claramente a los hombres que el fundamento de su doctrina y de su actividad terrena era la reconciliación de todo el género humano con Dios Padre y de los hombres entre sí. Jesús recibió e hizo suyos los preceptos del Antiguo Testamento acerca del amor infinito del Padre, que vence todo pecado. Pero al mismo tiempo perdonó a los hombres sus delitos e iluminó de este modo aquel profundo deseo que anida en el corazón de todo hombre: la reconciliación con Dios y con sus hermanos. Finalmente, sufriendo la cruz salvadora, puso de manifiesto la plena justicia de Dios y su misericordia más plena todavía. Así. de una vez, nos enseñó Cristo de qué manera podemos conseguir la misericordia y ser misericordiosos nosotros mismos, de qué manera seremos capaces de superar la disensión, la envidia, el egoísmo, para entregarnos libremente con todas nuestras fuerzas a la tarea de hacer un mundo más justo y más humano.

4. Cristo, que predicó la penitencia y realizó la reconciliación, no se conformó, sin embargo, con establecer mediante sus ejemplos y sus palabras estos principios de vida, sino que aún ahora continúa haciendo y enseñando las mismas cosas por medio de su Espíritu que actúa en la Iglesia, precisamente a través de nosotros, los Pastores puestos en lugar de los Apóstoles para conducir al Pueblo de Dios por el camino claro y seguro. La Iglesia, nuestra Madre, a la que mucho amamos, sirve sin cesar a su Señor y comunica el perdón a los hombres repartiendo abundantemente la gracia divina mediante el ministerio de la palabra y los sacramentos de salvación, especialmente, los de la Eucaristía y la Penitencia. Nosotros, que también somos pecadores, custodiamos con toda diligencia estos tesoros de la doctrina evangélica y de la gracia sobrenatural, mientras los compartimos en nombre del Señor con nuestros hermanos y hermanas.

5. Este es, precisamente, el "servitium caritatis", del que —expresando fielmente nuestro pensamiento— hablaban nuestro venerable hermano el cardenal Zoungrana y el Secretario del Sínodo, el venerable hermano Jozef Tomko, en el grato telegrama que me enviasteis desde el Aula del Sínodo y que recibí, lleno de gozo, el día 7 de este mes. Os doy las gracias a todos y cada uno por la tan significativa fidelidad y diligencia puesta en la elaboración del esquema de trabajo para el próximo Sínodo. Sé que, mientras ultimáis vuestras consultas y deliberaciones acerca del tema de la penitencia y la reconciliación en la misión de la Iglesia, pensáis exclusivamente en la voluntad de Jesucristo, en la comunicad de la Iglesia universal, en la utilidad de todos los fieles, en el progreso de la auténtica reforma conciliar.

6. Del Sínodo puede, con toda seguridad, nacer entre los bautizados una renovada y más viva conciencia de la injuria que, pecando, inferimos a nuestro bautismo, de la constante indulgencia y misericordia divina, de la que siempre estamos necesitados para poder vivir en la tierra a la altura de nuestra vocación cristiana. Fuera de la Iglesia puede igualmente ser utilísimo a todos los hombres aquel anuncio salvífico del perdón y reconciliación fraterna que, bajo vuestra guía, explicará de nuevo, desentrañará y proclamará el Sínodo de los Obispos en el año 83. Mucho se mitigarían y ciertamente disminuirían las angustias de este tiempo y los errores, la duda y la desesperación, si los hombres recuperaran la verdadera libertad de espíritu, si reconocieran la inclinación al mal de la propia naturaleza y, al mismo tiempo, la esperanza cierta de que la luz y la salvación pueden venir del Dios misericordioso.

7. Venerables hermanos en el Episcopado, habéis hecho un buen trabajo; habéis preparado en esta semana las líneas claras del trabajo teológico y pastoral que, a su tiempo, ha de realizar la VI Asamblea del Sínodo de los Obispos. Aprecio mucho la cuidadosa diligencia y la constante aplicación que habéis mantenido en vuestras reuniones, por no hablar de la actividad casi diaria de la misma Secretaría del Sínodo, a quien corresponde terminar de corregir y disponer todos los materiales para que su utilización en el Sínodo sea más fácil. Sobre vosotros y vuestros trabajos, ya felizmente concluidos, imparto la bendición apostólica que solicitasteis llenos de confianza, para que sus frutos vayan madurando muy fecundos en el presente y puedan ser recogidos a su tiempo en el próximo Sínodo. Os agradezco el trabajo realizado y os exhorto a que, con la ayuda de María Madre de la Iglesia, lo continuéis realizando, de suerte que el próximo Sínodo resulte adecuadamente preparado, la comunidad eclesial sea realmente servida y todo el género humano pueda gozarse de ello.

 



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