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DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
AL SR. COSTANTIN KARAMANLIS,
PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA HELÉNICA*

Miércoles 7 de abril de 1982

 

Señor Presidente:

Acojo con profundo placer al primer ciudadano de la noble Nación Helénica, cuya gran tradición cultural ha tenido una importancia decisiva para la historia del mundo y para la religión cristiana. La civilización europea ha nacido de la cultura griega y periódicamente se ha renovado en esta misma fuente. Los primeros pasos de la cristiandad tuvieron lugar en el marco de esta prestigiosa cultura y a través de la lengua griega, que ha sido su principal medio de expresión y de comunicación.

Me siento feliz por poder manifestar, de este modo, mi calurosa estima por el pueblo griego. Y, al hacer esto, no me refiero solamente a lo que de forma tan magnífica ha realizado en el pasado. Pienso sobre todo en las tradiciones religiosas que vuestro pueblo ha sabido conservar con tenacidad y perseverancia, y así mismo sin ruptura, de generación en generación, hasta nuestros días.

Grecia es hoy heredera de estas valiosas tradiciones. En su búsqueda de un progreso armonioso, juega un papel importante, al mismo tiempo, en Europa y en toda la comunidad internacional. En estos dos campos, los valores históricos y culturales que ella puede ofrecer constituyen una contribución apreciable para la causa de la paz.

Precisamente en este contexto, y con el deseo de trabajar juntos para corresponder a las exigencias de la paz, de la justicia y de la libertad contenidas en el Evangelio y darles un puesto en las relaciones internacionales, se han establecido relaciones diplomáticas entre Grecia y la Santa Sede. Los esfuerzos de vuestro País, y los de la Iglesia ortodoxa griega, tienen la misma finalidad que los de la Santa Sede: van dirigidos a la búsqueda de la armonía entre los pueblos y a la protección de los derechos fundamentales del hombre.

La Iglesia Católica en Grecia colabora lealmente en el bien del País. Como parte integrante del edificio de la nación, se siente orgullosa en su totalidad (obispos y clero, religiosos y laicos) de trabajar con discreción, con un espíritu de servicio, por el bienestar y el progreso del País, y en particular de los pobres, de los enfermos, de los jóvenes, de las familias, y más generalmente de quienes están en la adversidad o sienten necesidad de su asistencia pastoral o caritativa.

Al mismo tiempo, la Sede de Roma considera con cordial estima y con afecto a la Iglesia Ortodoxa Griega, a la que pertenecen la mayoría de vuestros conciudadanos. Mi esperanza es que sigan adelante la colaboración y la comprensión, acrecentadas por las exigencias del diálogo ecuménico.

Vuestra visita me ofrece una ocasión particularmente feliz de rendir homenaje a los méritos y a las virtudes de la jerarquía de la Iglesia Ortodoxa Griega, cuyos Pastores han guiado durante tantos siglos a sus fieles gracias a una educación espiritual, litúrgica y cultural notable. Dirijo un saludo cordial y respetuoso en Nuestro Señor Jesucristo a todos sus miembros, especialmente a Su Beatitud Serafín, Arzobispo de Atenas y de toda Grecia.

Os estoy muy agradecido, Excelencia, por el honor de vuestra visita como Presidente de la República Helénica. Ella me permite confirmaros los sentimientos de singular estima que ya os expresé en vuestra visita en calidad de Jefe del Gobierno Griego. En vuestra persona saludo también a vuestro pueblo, ese pueblo cuya gloriosa historia y cuyo sentido del trabajo merecen el mayor respeto. Que Dios siga protegiendo a Grecia y derramando sus bendiciones sobre usted mismo y sobre todos sus compatriotas.


*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, n. 17, p.9.

 



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