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VIAJE APOSTÓLICO A ARGENTINA

CEREMONIA DE DESPEDIDA

DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II

Aeropuerto de Buenos Aires
Sábado 12 de junio de 1982

 

Queridos hermanos y hermanas,

1. Estoy a punto de concluir la visita a vuestro querido país, que he emprendido en nombre de la paz en momentos dolorosos de vuestra historia.

Este viaje y el realizado antes a Gran Bretaña me han permitido cumplir con mi deber de Pastor de la Iglesia universal, y a la vez interpelar las conciencias para que, en momentos de enfrentamientos bélicos, se restablezcan en las dos partes en conflicto sentimientos de pacificación, que van más allá del silencio de las armas. Pido a Dios que se traduzca en realidad operante la profunda convicción de que es necesario poner todos los medios posibles para lograr una paz justa, honrosa y duradera.

En los contactos tenidos en estas ocasiones he podido constatar que los dos pueblos, doloridos por los estragos de la guerra y apenados sobre todo por la pérdida de jóvenes vidas, que ponen lágrimas y luto en tantas familias, ansían la paz y la piden con insistencia.

Quieran, por ello, los responsables de los dos países y de la comunidad internacional, que también mira con fundada aprensión al momento presente de tensiones y luchas, devolver por encima de todo a las familias de las dos naciones lo que ellas más anhelan: la vida y serenidad de sus hijos o seres queridos, antes que nuevos sacrificios agraven los ya provocados. No se dude en buscar soluciones, que salven la honorabilidad de ambas partes y restablezcan la paz.

2. Os dejo como fruto de mi visita a la noble nación argentina el mensaje proclamado ante vuestros Pastores, almas consagradas y ante todos vosotros. Sea la plegaria elevada a la Madre de Luján y la fuerza del amor que brota de la Eucaristía, inspiración constante en los senderos de fidelidad a Cristo que El os pide.

Por estas intenciones continuaré rogando con insistencia, unido a vosotros, para que cese pronto la prueba actual.

3. A las supremas autoridades y a todos los argentinos, de quienes he recibido tantas muestras de estima, deferencia y cordial cercanía durante mi visita, agradezco profundamente todas las exquisitas atenciones recibidas, que hallan en mí sentimientos de ininterrumpida benevolencia hacia los hijos de este amado pueblo.

Gracias por vuestro conmovedor entusiasmo que, a pesar del delicado momento que atraviesa vuestra nación, me ha prestado esta acogida tan elocuente y calurosa.

Las cordiales y vistosas manifestaciones de afecto que he recibido al cruzar vuestras plazas, avenidas - 9 de Julio, Rivadavia - sobre todo y ante todo vuestra presencia en los lugares de oración han dejado en mí una impresión que llevo muy marcada en mi alma. Vuestras oraciones, aplausos, sonrisas, eran una constante imploración de paz, una continua prueba de vuestro amor a la paz.

Seguid por ese camino al que os he exhortado sin cesar. En un cartel a lo largo de mi recorrido he visto este escrito: “Queremos ser tu alegría”. Pues bien, queridos amigos: sed la alegría de Cristo con vuestra fidelidad a la fe; sed la alegría de la Iglesia, sed la alegría de la juventud del mundo, viviendo y proclamando sin cesar vuestra labor de paz. Sed la alegría del Papa, que os quiere jóvenes auténticos destructores de odio y constructores de un mundo mejor.

Con un ¡hasta pronto!, me despido de todos, bendiciendo a cada argentino, sobre todo a los enfermos y a los que sufren o lloran por las víctimas de la guerra.

Dios bendiga a Argentina, Dios bendiga a América Latina, Dios bendiga al mundo.

¡Hasta la vista!

 



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