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VIAJE APOSTÓLICO A GINEBRA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS DELEGADOS DE LOS TRABAJADORES

Martes 15 de junio de 1982

 

Queridos amigos:

En este recinto, vuestro grupo es un signo de esperanza. Vuestra presencia contribuye a hacer de esta institución un excelente instrumento, que expresa la voluntad y la posibilidad de una colaboración común y de una reconciliación de todos los hombres, en la dignidad y en la búsqueda de la justicia para todos.

La historia del movimiento obrero ofrece el testimonio conmovedor de los tenaces esfuerzos de quienes os han precedido y no se resignaron a una “inmerecida miseria”, como se atrevió a escribir León XIII, sino que quisieron, por solidaridad y fraternidad con sus compañeros de trabajo, permitir a los más desfavorecidos el acceso a una digna subsistencia, para ellos y sus familias, y, en este punto, hicieron progresar la conciencia moral de la humanidad. Vosotros sabéis que esta voluntad de justicia corresponde a las enseñanzas de las grandes Encíclicas sociales y, por repetir la expresión de Albert Thomas, al “gran movimiento nacido, en el seno de la Iglesia católica, de la Encíclica Rerum novarum”.

Esta mañana he hablado de continuar ampliando la solidaridad al conjunto de los que participan en la realidad del trabajo humano, es decir, a otros trabajadores, a otros grupos sociales, a otros países. Ante vosotros, me permito solicitar una especial preocupación por los más pobres, los más indigentes. En muchos de vuestros países se han realizado notables progresos, hay que reconocerlo y felicitarse por ello, por mejorar la condición de los trabajadores en numerosos sectores. Pero están también los que constituyen el llamado “cuarto mundo” de la pobreza y la marginación, en la periferia de las ciudades y en el mundo rural. Luchad por una política que haga eficaz vuestro deseo de promover el desarrollo material y el progreso espiritual de todos los trabajadores y de sus familias y, por tanto, de los más desafortunados.

El motivo central, justamente repetido, es el de la justicia social. Para los creyentes a quienes represento, esta solidaridad hunde sus raíces en el amor. Invitamos a nuestros hermanos y a todos los hombres de buena voluntad a trabajar por la reconciliación de los hombres, eliminando la indiferencia respecto de los pobres, la discriminación respecto de los débiles y el odio de lo que es diferente. ¡Que este espíritu, inseparable de la justicia, inspire el nuevo orden social que todos nosotros deseamos.

Por muchas razones, primeramente por el ejemplo de Jesús, obrero de Nazaret también quizá por mi experiencia pasada me gusta visitar a los trabajadores, en su propio país. Lo he hecho en Italia, en Terni, Livorno, en Saint-Denis, Francia, en Brasil, en Portugal, etc. Hoy tengo la dicha de saludaros como representantes de los trabajadores y de las organizaciones de trabajadores de tantos países. ¡Que Dios os bendiga a vosotros, a vuestras familias y a todos vuestros amigos!

 



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