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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS ALUMNOS DE LA PONTIFICIA ACADEMIA ECLESIÁSTICA*

Jueves 25 de marzo de 1982 

 

1. Siempre es una alegría para mí encontrarme con vosotros, queridísimos alumnos de la Pontificia Academia Eclesiástica, y animaros en vuestra tarea de prepararos al servicio que seréis llamados a desempeñar.

Os saludo cordialmente y dirijo ante todo una palabra a vuestro amado presidente, mons. Cesare Zacchi, que con experiencia y entrega generosa guía vuestra formación de sacerdotes con miras a vuestras responsabilidades futuras.

Procedentes de los cinco continentes, sois expresión de la catolicidad de la Iglesia, de sus afanes apostólicos universales y de su misión de salvación proyectada sobre todos los pueblos: “Id, pues, enseñad a todas las gentes” (Mt 28, 19), según la expresión del Divino Maestro.

2. Los ejercicios espirituales que acabáis de hacer, siguiendo el espíritu y casi bajo la mirada de San Francisco en lugares marcados por él, me ofrecen grata ocasión de abriros mi ánimo y exhortarlos a manteneros siempre fieles a la acción del Espíritu Santo y entregados al cultivo de la vida interior que debe ocupar constantemente el primer puesto en nuestra solicitud. Esta dimensión espiritual ha de impregnar la urdimbre de vuestra vida diaria y empapar las orientaciones fundamentales que presiden vuestras opciones y caracterizan vuestros comportamientos. Pues, de hecho, en el estilo de vida se manifiesta y se aprueba el verdadero talante de vuestro espíritu sacerdotal.

Sé que vuestra jornada en la Academia tiene como centro ideal la celebración eucarística y la liturgia de los Laudes y está entramada en gran parte de tareas de estudio con el fin de ayudaros en la adquisición de la sólida cultura que hoy es indispensable para la función que os espera.

En el conjunto de vuestro “currículo» formativo se concede sin duda un puesto particular a la doctrina perenne de la Iglesia presentada a nuestros tiempos por el Concilio Vaticano II, sin omitir las aplicaciones importantes y pasos más recientes del camino postconciliar, con atención especial al magisterio pontificio y a las líneas directrices de la actividad de la Santa Sede a nivel eclesial e internacional.

Sin embargo, esta ciencia que es necesaria, no basta de por sí para capacitaros en las responsabilidades que se propone confiaros la Santa Sede. La cultura ha de integrarse con una personalidad armónica y eminentemente abierta a los ideales sacerdotales. Si bien no estáis destinados al ministerio directo entre las almas o a la enseñanza de disciplinas eclesiásticas, se os pide siempre un ministerio específicamente apostólico y, por ello, pastoral, y se os pide, por consiguiente, ser hombres de profunda sabiduría, dotados de discernimiento seguro, capaces de escuchar la voz del Espíritu en la Iglesia en diálogo constructivo con las varias Iglesias locales y con todos los hombres de buena voluntad. Por ello es necesario que pidáis y procuréis alcanzar junto con la ciencia, la sabiduría interior que es don eminente del Espíritu; así, pues, se impone que durante vuestra jornada cultivéis con cuidado especial el tiempo consagrado a la oración y meditación personal que, además, debe ser el tiempo cualitativamente más fuerte e intenso.

3. Con estas premisas podréis llegar a ser los servidores fieles y prudentes que la Iglesia y la Sede Apostólica esperan, es decir, servidores de la comunión eclesial, representantes de quien preside en la caridad y confirma a los hermanos en la fe, escrutadores atentos de los signos de los tiempos, Pastores sensibles a las situaciones eclesiales y abiertos a los llamamientos de la justicia, y operadores de paz en las naciones y entre las naciones.

Para que os preparéis con este espíritu al ministerio que os espera, hoy, fiesta la Anunciación, os confío a la Santísima Virgen señalándoos a todos su ejemplo de fe y docilidad al querer de Dios. La imagen de María Santísima Mater Ecclesíae os contempla con amor de Madre cuando subís las escaleras de la Academia Eclesiástica. Y yo dirijo devotamente a María junto con vosotros la oración que rezáis cuando la miráis: “Ad Te sunt oculi nostri. Tu filios adjuva”.

Y con esta invocación, de corazón os bendigo.


*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española,  n.15, p.6.

 



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