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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE UGANDA
ANTE LA SANTA SEDE*

Jueves 13 de enero de 1983

 

Señor Embajador:

Me complazco en brindarle cordial bienvenida al recibir de usted, Excelentísimo Señor, las Cartas que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Uganda. Le doy las gracias del amable saludo que me ha transmitido de parte del Excmo. Dr. Don Apolo Milton Obote, y le ruego le haga llegar también mis mejores deseos para él y la seguridad de mi afecto constante e intenso hacia todos los ciudadanos de su País. Fue realmente un gran placer para mí recibir recientemente, como lo ha recordado usted en su discurso, al Presidente en el Vaticano, y hacer patente de este modo el interés y atención que tengo por su Nación y el progreso de ésta. Por aquellas fechas nombré un Pro-Nuncio nuevo, el arzobispo Rauber, y confío en que este nombramiento seguirá reforzando el vínculo de comunicación y cooperación entre Uganda y la Santa Sede.

Me han resultado de gran interés sus alusiones al resurgimiento y reconstrucción que experimenta ahora su País. Me doy perfecta cuenta del esfuerzo que supone este proceso de restablecimiento de un orden más estable para que el bien común se salvaguarde y progrese. La paz interior es siempre de importancia primaria en una nación para que pueda responder adecuadamente a sus responsabilidades ante su mismo pueblo y contribuir a las actividades internacionales de la comunidad mundial. Los ciudadanos han de tener posibilidad de vivir en clima de paz, de modo que sus aspiraciones al bienestar logren resultado. Tienen legítima esperanza de que su Gobierno hará lo posible por garantizarles mayor estabilidad y seguridad, proteger los Derechos inalienables de la persona humana y defender el valor de la vida humana. Como he dicho en mi Mensaje para la XVI Jornada mundial de la Paz, este esfuerzo requiere “diálogo de paz” en el interior de las naciones, que exige de todas las partes en juego – jefes civiles y militares y ciudadanos privados – incesante obra de reconciliación y entendimiento. Tengo esperanza de que su País conseguirá resolver las dificultades que se le presentan y llegará con el diálogo al orden social en la paz a que aspira.

Por esta razón le agradezco de manera especial su mención del hecho de que la Iglesia Católica entera está deseando cooperar en la promoción del desarrollo material y espiritual del pueblo. Reitero la verdad de su afirmación y a la vez ofrezco oraciones por el logro de esta meta. El clero y el laicado de la Iglesia en Uganda están plenamente dispuestos a todo esfuerzo en favor del progreso del bien de la persona humana. En efecto, la Iglesia desea compartir «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo» (Gaudium et spes, 1), como se lo ha mandado su Divino Redentor.

Señor Embajador: Abrigo grandes esperanzas sobre el futuro de Uganda. Estoy seguro de que la misma valentía heroica que caracterizó la vida de los Mártires de Uganda, se refleja en el pueblo de su Nación hoy, cuando trata de afrontar los desafíos que tiene planteados. Al embarcarnos en este nuevo año, pido a Dios omnipotente derrame abundancia de bendiciones sobre usted y sobre la noble Nación que representa. 


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 7, p.7.

 



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