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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE HAITÍ
ANTE LA SANTA SEDE
*

Lunes 14 de noviembre de 1983

 

Señor Embajador:

1. Acaba usted de manifestarme la emoción con que inaugura sus funciones de Embajador de la República de Haití ante la Santa Sede, misión delicada que usted considera un privilegio. Le doy las gracias por sus amables palabras, por el recuerdo agradecido que acaba de evocar, por los saludos de que se hace intérprete y por la disponibilidad manifestada por usted a desarrollar las buenas relaciones entre su Gobierno y la Santa Sede en clima de armonía.

Al recibir a su predecesor, el 14 de diciembre de 1979, aludí a la adhesión filial al Papa del pueblo haitiano y a su deseo ardiente de recibirle en su tierra; y añadí: «Haremos todo lo posible por realizar el proyecto”.

Desde el 9 de marzo último es cosa hecha. Claro esté que, al final de un viaje muy recargado por casi todos los países de América Central, mi estancia en Haití tenía que ser lamentablemente de corta duración. Pero me ha dejado en el pensamiento y en el corazón un recuerdo perdurable que me permite unirme con mayor facilidad a su querido País a nivel de solicitud pastoral y de oración.

2. Tuve posibilidad de entrevistarme en Puerto Príncipe con el Excmo. Sr. Presidente, Don Jean-Claude Duvalier; ahora le ruego a usted le agradezca su deferente saludo. Tengo en gran aprecio su acogida y también la voluntad que manifestó de poner al día las normas concordatarias siguiendo la línea adoptada ya en general según el espíritu del Concilio Vaticano II; deseo que se llegue pronto a la feliz conclusión de las negociaciones en curso. Pido a usted le transmita mi agradecimiento por esta buena voluntad, mi confianza de que se realizará completamente el proyecto y mis mejores votos por el desempeño de su alto cargo.

Asimismo me encontré con gran parte del pueblo haitiano, sobre todo con los cristianos, unidos en torno a sus obispos y sacerdotes. Fue especialmente en el marco de la gran celebración eucarística y mariana, y me impresionó el fervor y dignidad de la oración, la vitalidad de la comunidad eclesial, su acogida sencilla y calurosa, y la seriedad de su participación. En esta actitud leí la confianza de los haitianos en la Iglesia, su buena voluntad, su deseo de progreso, su esperanza.

3. Sé que es ardua la tarea que corresponde a cada uno según sus responsabilidades para que se prosiga el desarrollo humano, social y espiritual. Cada familia, cada profesión, cada comunidad deberá aportar una parte de iniciativa, de trabajo honrado y perseverante según sus fuerzas y medios; y también deberá sentirse estimulado por un clima de justicia y de paz, de acuerdo con los principios de libertad, igualdad y fraternidad que ha recordado Su Excelencia. El interés de todos, subrayado con acierto por usted haciéndose eco de la nueva Constitución, se cifra en que «cada uno encuentre su puesto en el progreso nacional». Sé que los gobernantes son conscientes de este reto que honra su cargo.

4. Usted sabe que la Iglesia ya se trate de obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas originarios de Haití, o venidos generosamente de otros países a ayudar a sus hermanos, y también de laicos, seguirá trabajando en dicho progreso según sus competencias. Su primera tarea consiste en formar las conciencias para que reafirmen su fe, eliminen y robustezcan su piedad y hagan frente a sus deberes personales, familiares y sociales. Corresponde a la Iglesia animar e impulsar las obras que ayuden a los hombres a alimentarse mejor, instruirse, cuidar la salud y ser más responsables, cumpliendo así su misión universal al servicio del hombre y de su desarrollo integral. Está segura de contar con la comprensión y apoyo que necesita en esta labor, para honor de la religión y bien del País.

5. Por otra parte, es esto lo que la Iglesia quisiera llevar a cabo con espíritu de servicio en el mundo entero. A este respecto ha mencionado usted algunos de los grandes objetivos que más le interesan, tales como la paz mundial, el progreso de los pueblos menos favorecidos, la fraternidad entre los hombres y la renovación religiosa, moral y social. De la aportación específica que trata de prestar la Santa Sede, usted será testigo cercano y, a su vez, se hará eco de los deseos y esfuerzos de su País en el plano nacional e internacional.

Me complace tener esta ocasión de expresar otra vez mi afecto a todo el pueblo haitiano y mis deseos más sinceros para sus gobernantes. Y a usted, Señor Embajador, le ofrezco mis mejores votos para el cumplimiento de su alta misión y pido a Dios le ayude y le bendiga.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 51, p.6.



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