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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS DE BOLIVIA
EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»

Viernes 7 de diciembre de 1984

 

Queridos Hermanos en el episcopado:

1. Experimento una verdadera alegría al estar hoy reunido con vosotros, Pastores de la Iglesia en Bolivia, llegados a la Ciudad Eterna, para testimoniar con la visita “ad limina Apostolorum” vuestra devoción y cordial unión con el Sucesor de Pedro. Y que me traéis la presencia de los amados hijos bolivianos, a quienes espero poder visitar un día personalmente. A ellos, ya desde ahora, envío por medio vuestro mi recuerdo lleno de afecto y mi Bendición.

Venís de un país caracterizado por una gran diversidad geográfica y étnica y, consiguientemente, por sus variados aspectos socio-culturales. Un país sellado indeleblemente por la fe en Cristo que desde su inicio ha influido no poco en la promoción humana de vuestras gentes; y que vosotros os esforzáis por conservar y acrecentar, cual fuerza insustituible para el desarrollo integral del hombre y para el establecimiento, en vuestra sociedad, de la civilización del amor.

La entrevista personal con cada uno de vosotros me ha permitido compartir la alegría de vuestras realizaciones, la preocupación por vuestros problemas y las esperanzas de las Iglesias particulares confiadas a vuestra solicitud pastoral. Ahora, este encuentro colegial me hace percibir, con íntima satisfacción, el amor de Cristo que anida en vuestros corazones y que no sólo anima vuestro espíritu de fraternal unión y confianza, sino que también, como a San Pablo (2 Cor 5, 9), os apremia, con alto sentido de responsabilidad personal y de corresponsabilidad apostólica, al cumplimiento de la misión que el Señor os ha confiado de ser maestros, pontífices y pastores de su grey (Christus Dominus, 12. 15. 16).

2. En estos tiempos de tan rápidos y profundos cambios, que han traído no sólo una ávida búsqueda de la verdad, sino también una no pequeña incertidumbre y desorientación en las aplicaciones como en los mismos criterios y principios, se hace más necesaria y urgente la misión del Pastor como maestro, intérprete y predicador de la Palabra de Dios.

Por esto, el Concilio Vaticano II, al colocar la predicación del Evangelio como tarea primera de los Obispos, los apremia a predicar con valentía, en su totalidad e integridad, la fe que ha de ser creída, y a aplicarla a la vida real de nuestros días; vigilando al mismo tiempo, para apartar de la grey los errores que la amenazan e ilustrando la doctrina bajo la luz del Espíritu Santo en una perspectiva teocéntrica y teológica (Lumen Gentium, 25; Christus Dominus, 12-14).

En ese cometido hay que partir, pues, del plan divino, que pone como centro y culminación de la creación y de la historia a Cristo, el Hijo unigénito de Dios (Dei Verbum, 4) por quien y para quien fueron creadas todas las cosas; a Cristo, Salvador del mundo, que viene a liberar al hombre de la esclavitud del pecado, dándole la plenitud de la vida y la libertad de los hijos de Dios; a Cristo que viene a establecer un Reino no meramente terreno y temporal, sino el Reino de los cielos, el Reino de Dios.

Este Reino conlleva una indeclinable exigencia de justicia que rechaza todo abuso, injusticia y opresión al hombre y es la única verdadera base de la paz; él se funda en el amor, el cual no sólo excluye el odio y la violencia, sino que es la fuente del perdón, de la misericordia y de la verdadera fraternidad. Al mismo tiempo, transformando los corazones es también la única fuerza capaz de cambiar eficazmente las estructuras, fundamentar y alentar la causa de la auténtica dignidad del hombre y establecer la civilización del amor. Ese amor, centro del cristianismo, eleva al hombre y lo lleva, en Cristo y por Cristo, a la plenitud sin término de su vida en Dios, a la vez que eleva las mismas realidades terrenas. Por eso no podemos aceptar un humanismo sin al menos una implícita referencia a Dios, ni una dialéctica materialista que sería la práctica negación de Dios.

Sobre esta base teológica habréis de fundamentar vuestro servicio general a la fe como Pastores y guías del Pueblo fiel. Desde ella tendréis que esclarecer las dudas de vuestros fieles en los temas que afecten a su camino eclesial. A este respecto no puedo dejar de mencionar la peligrosa incertidumbre creada en ciertos ambientes vuestros —aunque menos frecuentes que en otras partes— por algunas corrientes de la teología de la liberación. En esa labor de esclarecimiento os ayudarán las normas contenidas en la relativa Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Y para que en vuestro País el empeño y aliento a la opción preferencial por los pobres sean plenamente eclesiales, os recomiendo recoger los criterios que di durante mi reciente visita a la República Dominicana (Homilia en Santo Domingo, 5, 11 de octubre de 1984).

A propósito de vuestra misión de guías en la fe, quiero animaros en la oportuna tarea que habéis ejercido en los últimos años con diversos documentos pastorales, incluido el reciente “Mensaje al Pueblo de Bolivia” del 20 de octubre de este año.

3. Mirando al campo de la pastoral, dando ante todo gracias a Dios por el prometedor resurgir de las vocaciones en vuestro país, quisiera fijarme ahora en un tema que debe ser la primera preocupación del Obispo. Sé que lo lleváis muy dentro de vuestro corazón de Pastores y que a él habéis dedicado varias Asambleas Plenarias de vuestra Conferencia. Me refiero al sacerdote y a su formación en el Seminario.

Conozco vuestro loable interés por la digna y honesta sustentación de vuestros sacerdotes. Hoy quisiera animaros a continuar y aumentar, si cabe, vuestra preferente solicitud por su perfeccionamiento espiritual y pastoral; tanto en la necesaria formación permanente como en la orientación de su apostolado, y sobre todo en la vivencia práctica de su sacerdocio, de su dedicación total a Cristo y a la Iglesia. Ello lo lograréis más fácil y eficazmente, si les abrís vuestros corazones de Pastores y les prodigáis vuestra atención en un frecuente contacto directo y personal.

Esta vital tarea comporta, como bien sabéis, el máximo interés por vuestros seminaristas, don precioso del Señor, que con todos los medios hay que fomentar y cultivar.

Comparto por ello vuestra preocupación en favor de una sólida preparación espiritual e intelectual de los futuros sacerdotes, así como la importancia que atribuís a la función del Seminario, camino que no puede ser descartado.

Dado, pues, que la misión de los formadores es en este terreno realmente primordial, no dudéis en destinar al Seminario aquellos sacerdotes dotados de las necesarias cualidades, y especialmente de profundo espíritu sacerdotal y pastoral. Hacedlo, aunque debáis privaros de valiosas ayudas en otras tareas.

En lo referente a la imprescindible y amplia formación intelectual —ya venga impartida en el Seminario mismo o en otros Institutos eclesiásticos— hay que recordar que nunca podrá ser auténtica sino en el marco de la Iglesia, concebida, aceptada y amada tal como Cristo la fundó, bajo el cuidado de Pedro y de los Pastores; y a condición de que la enseñanza, por parte de los docentes, sea fielmente conforme con el Magisterio eclesiástico y vaya acompañada de la reflexión sobre la fe y en la fe.

Por eso es tan importante asimismo la selección de los profesores, los cuales deberán ser no sólo expertos en sus respectivas materias, sino también sacerdotes ejemplares, fieles a la Jerarquía y al Magisterio de la Iglesia y capaces de orientar sus enseñanzas, de acuerdo con los formadores, en una línea específicamente sacerdotal y pastoral. Por ello, el nombramiento de buenos profesores forma parte de vuestras responsabilidades episcopales más delicadas.

Sin embargo, aun después de todo ello, vuestra solicitud pastoral deberá continuar con la vigilancia sobre la doctrina impartida y la orientación de los estudios; con el generoso apoyo moral, material y espiritual al Seminario y a sus responsables; con la cercanía a cada uno de vuestros futuros sacerdotes.

4. Otro punto de importancia en la vida de la Iglesia en vuestra Nación, debido sobre todo a las crecientes necesidades pastorales y a la dolorosa penuria de agentes de pastoral, es el de la vida consagrada.

Conozco y estimo con vosotros la abnegada, generosa y preciosa ayuda de los Religiosos y Religiosas de numerosos Institutos en los múltiples campos del apostolado, de modo especial en algunas regiones de vuestro extenso territorio.

No escapa a vuestra sensibilidad pastoral la responsabilidad que pesa sobre vosotros, Obispos de la Iglesia de Cristo, de ser auténticos maestros y guías de la perfección cristiana y por eso especialmente de la vida consagrada; y consiguientemente, de ser también guardianes de la vocación religiosa en el espíritu y carisma propio de cada Instituto y animadores, educadores y plasmadores de vocaciones (Christus Dominus, 33-35; Mutuae relationes, 28).

Vuestra responsabilidad episcopal se extiende de manera especial a su servicio a la Iglesia en el plano pastoral; actividad apostólica que a vosotros corresponde dirigir e integrar; para ello será indispensable emplear los diversos medios que sugiere el documento Mutuae relationes, así como la comunicación personal con los Superiores religiosos.

5. Antes de concluir este grato encuentro quisiera referirme a dos sectores centrales de la pastoral: la familia y la juventud, que junto con la dedicación a la causa de los pobres —a la que aludí antes— constituyen las grandes opciones de Puebla.

Vosotros conocéis bien la importancia fundamental de la familia para la sociedad civil y para la Iglesia, así como los graves y acuciantes problemas que experimenta en nuestro mundo y de modo concreto en vuestro País.

He de congratularme con vosotros por vuestra solicitud pastoral en este campo de apostolado y también por el oportuno documento de vuestra Conferencia sobre la Familia. Quiero animaros cordialmente en el camino emprendido, para que con vuestro empeño y corresponsabilidad apostólica lo podáis llevar a la práctica y logre toda su eficacia en la realidad. Tened siempre presente que cuanto hagáis por el robustecimiento y santificación de la familia, redundará en la vitalización de vuestras Iglesias locales y en una prometedora floración de vocaciones sacerdotales y religiosas.

América Latina es el Continente de la esperanza eclesial, sobre todo porque es el Continente de la juventud. Por ello este tema reviste también en Bolivia una especial actualidad.

Sabéis de los nobles sentimientos, los altos ideales, y la generosidad del corazón de los jóvenes. Y sois también conscientes de los graves peligros que les crea nuestro mundo con el falso halago de ideologías alienantes, de extremismos que pueden fanatizarlos, del recurso a la droga que corrompe las conciencias y destruye sus vidas, de corrientes materialistas o hedonistas que recortan sus valores morales y sus sentimientos humanos, de pragmatismos de toda clase que entronizan un egoísmo individualista, con su inevitable secuela de ambiciones, envidias y rivalidades, de odios y luchas fratricidas, de injusticias y opresión: un egoísmo que acaba matando el don más precioso del ser humano, el amor.

Ante esos ídolos, nosotros debemos presentar a los jóvenes de hoy al único que puede responder a sus ideales y llenar plenamente sus generosas aspiraciones: Cristo Jesús. Pongamos, pues, el máximo empeño en llevar a la juventud hacia Cristo, para que, conociéndole cada día más, se entusiasme con El y por amor a El cumpla su compromiso de servicio al mundo y a los hombres.

Para lograr esto hay que dar la máxima importancia a la catequesis juvenil, y a la actualizada formación religiosa en las escuelas, tanto públicas como privadas; al apostolado, necesario hoy como siempre, en los colegios de la Iglesia; a la atención pastoral integral de la juventud universitaria, tan solicitada con ideologías ajenas y aun contrarias a la doctrina de Cristo.

6. Queridos Hermanos: Que estas reflexiones, vuestro amor a la Iglesia y la luz del Espíritu Santo —especialmente a lo largo de este novenario de años que he inaugurado recientemente en Santo Domingo— os animen y sostengan en vuestro pastoral empeño por una evangelización renovada y que conduzca eficazmente a Cristo. Que en El se reafirme vuestra esperanza y, mediante la “civilización del amor”, podáis construir un mundo más humano y más cristiano, donde reinen la justicia y la paz, y en el que todos los hijos de Bolivia puedan vivir en plenitud la vida del espíritu y su dignidad como hombres, en un clima de libertad, mutuo respeto y moralidad pública y privada.

A la intercesión de María Santísima, tan venerada por los bolivianos, especialmente bajo su advocación de Copacabana, confío estas intenciones, vuestras personas y anhelos, junto con las necesidades de cada miembro de vuestras diócesis, mientras sobre todos imparto mi cordial Bendición.

 



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