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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
ANTE LA SANTA SEDE
*

Viernes 24 de febrero de 1984

 

Honorable Señor Embajador:

1. Con especial alegría recibo hoy sus Cartas Credenciales. Quiero felicitarle por su designación como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Austria ante la Santa Sede. A través del cargo del que usted toma posesión hoy, sus beneméritos predecesores han desarrollado y fortalecido fructuosamente las buenas relaciones entre su País y la Santa Sede de acuerdo con las diversas circunstancias históricas.

Como usted mismo ha puesto de relieve hace un momento, ésta su primera visita oficial al Vaticano tiene lugar cuando todavía está vivo en mí el recuerdo de la visita pastoral que pude realizar el pasado año a su estimado País. En diversas circunstancias, este viaje me dio ocasión de apreciar de manera especial la milenaria y profunda compenetración del pueblo austriaco con el Cristianismo y la rica herencia cultural e histórica que este fenómeno ha producido. Los numerosos e impresionantes encuentros y celebraciones durante mi corta estancia fueron un vivo testimonio de ello. Y así como esta memorable visita debe su feliz desarrollo esencialmente a la cooperación, llena de confianza, de los responsables de la Iglesia y del Estado, de la misma manera es de desear que se profundice eficazmente y fructifique esa cooperación en el común servicio al hombre que es, a la vez, ciudadano y cristiano.

2. En su saludo, que le agradezco sinceramente, entre otras cosas usted ha resaltado las altas metas e ideales a que se siente obligada Austria por su historia y por su situación geográfica en la tarea de configuración de la propia vida social, así como en su responsabilidad ante la comunidad internacional: más justo equilibrio entre pobres y ricos, salvaguardia de los Derechos Humanos, reconciliación entre los pueblos y los bloques, asegurar la paz mediante el desarme y desarrollo de la confianza, con la ayuda a los pueblos del Tercer Mundo.

Como muestra la historia, su País entiende su decidida neutralidad no como autosuficiente aislamiento o indiferencia ante los grandes problemas mundiales, sino que más bien se esfuerza por hacerla fructificar como una especial contribución a la solución de esos problemas. En ese esfuerzo por realizar esas urgentes exigencias para bien de los hombres y de los pueblos, su Gobierno ha encontrado un aliado leal en la Santa Sede, que comparte con su País la característica de la neutralidad: eso le capacita de una manera especial para ponerse desinteresadamente al servicio de la comunidad de los pueblos y ofrecer su mediación y una cooperación concreta.

3. Reconciliación, paz y progreso, sin embargo, sólo tienen visos de éxito y continuidad si no se fundamentan en una mera «coexistencia» de bloques, en la coerción o en el equilibrio del terror, sino en la libertad y en la justicia, es decir, si están anclados en lazos éticos. Esta es la razón por la cual, en el ámbito de su colaboración política y social, la Iglesia se ocupa a menudo primordialmente de la promoción y defensa de los valores fundamentales, espirituales y morales, sin los cuales resulta imposible construir verdaderamente una comunidad de Estados, una comunidad de pueblos dignos del hombre. Tener en cuenta estos valores es de la mayor importancia ya incluso para el modo de los contactos, para la relación y manera de tratar entre los Estados y sus representantes. Por eso acentué de manera tan explícita en mi alocución al Cuerpo Diplomático en Viena, que en el momento actual se necesita ante todo una «diplomacia honesta y sincera, que renuncie a astucias engañosas, a la mentira y a las intrigas, que tenga en cuenta las reivindicaciones y exigencias legítimas del interlocutor y allane el camino hacia una solución pacífica de los conflictos bilaterales e internacionales mediante una disponibilidad leal a las negociaciones» (Alocución del 11 de septiembre de 1983). Esta es la más importante y fundamental exigencia de todas las medidas en pro de la confianza y seguridad, por las que cada uno renovadamente se esfuerza en el actual diálogo político al máximo nivel. «La falta de sinceridad difunde la desconfianza precisamente allí donde la confianza es absolutamente necesaria y es la sola que puede ofrecer una base realmente aceptable para un entendimiento duradero» (ibid).

4. De acuerdo con su misión para la salvación del hombre se siente la Iglesia corresponsable en la configuración de la sociedad justa y humana. Los inquietantes males sociales actuales, la criminalidad organizada, las drogas, la explotación sexual, el aborto, no hacen más que mostrar claramente el camino errado en que nos encontramos, si creemos poder prescindir de la orientación ética de nuestra actuación. En última instancia, también la responsabilidad política hay que medirla de acuerdo con medidas éticas. Por eso no se cansa la Iglesia, «oportuna e inoportunamente» de hacer referencia de continuo a las mismas. Ella está de parte de todos los que, por convicción interna, toman partido por el reconocimiento y salvaguarda de los valores fundamentales universales en la sociedad, por la defensa de la vida humana y de la familia, así como por el fomento de la moral pública. Todos los cristianos están llamados, a partir de la fe, a sentirse particularmente responsables del bien común.

Ojalá, honorable Señor Embajador, al aceptar su nueva tarea, llena de responsabilidades como Embajador austriaco ante la Santa Sede, se sienta usted ante su propio Gobierno también como interlocutor y mediador-transmisor de esta gran preocupación de la Iglesia por el verdadero bien de los hombres y de la comunidad de los pueblos y, a la vez, contribuya a una cooperación así todavía más eficaz entre su País y la Santa Sede en el común servicio al hombre.

Sinceramente le agradezco los saludos que me trae del Señor Presidente de la República y le ruego cortésmente que le transmita cordialmente también los míos. Al mismo tiempo imploro para usted, para su apreciada familia, así como para todos los colaboradores de su Embajada, junto con mi especial bendición, la permanente protección y ayuda del corazón de Dios en su importante misión.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 16, p.6.



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