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VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,
ECUADOR, PERÚ, TRINIDAD Y TOBAGO

SALUDO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DEL CUERPO DIPLOMÁTICO
*

Quito, miércoles 30 de enero de 1985

 

Señores Embajadores,
señoras y señores:

Es para mi motivo de complacencia encontrarme con vosotros, ilustres miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante el Gobierno del Ecuador. Al dirigirles, a todos y cada uno, mi saludo más cordial, pienso también en todas las naciones a las que pertenecéis y representáis. A todos esos pueblos expreso la estima y los más sinceros votos de la Iglesia, la cual se profesa católica, es decir, universal abierta a todas las sociedades humanas, a las que desea un progreso armonioso, gracias al desarrollo de todo cuanto hay de bueno en ellas, en su cultura y en sus propios ciudadanos.

La Santa Sede, deseosa de favorecer un clima de fecundo diálogo con las instancias civiles responsables de la sociedad, desea poder mantener con los Estados relaciones duraderas, como un instrumento fundado en la comprensión y confianza mutuas, al servicio del hombre y de su elevación en todas las dimensiones.

Por su parte los Estados, cuya justificación reside en la soberanía de la sociedad, nunca pueden perder de vista este su primer objetivo, que es el bien común de todos los ciudadanos sin distinciones, y no sólo el de algunos grupos o categorías particulares. Por eso la función pública sólo puede ser entendida como lo que realmente es: un servicio al pueblo, que halla su plena realización en la solicitud por el bien de todos.

Invitado por las autoridades civiles y por mis hermanos en el Episcopado, he venido al Ecuador como Sucesor de Pedro, a quien el Señor confió una misión para todo el género humano: la de proclamar la dignidad y la fundamental igualdad de todos los seres humanos y su derecho a vivir en un mundo de justicia y de paz, de fraternidad y solidaridad.

Creo que en ello tenemos una misión común. Cada uno de vosotros, como diplomáticos, sois enviados a representar y promover los intereses de vuestros respectivos Estados. Como grupos, sois también portadores de una misión que trasciende las fronteras regionales y nacionales, porque forma parte de vuestra misión promover la comprensión más estrecha a escala mundial: en una palabra, ser promotores de unidad, de paz, de convivencia y solidaridad. Tarea noble, pero también difícil, la vuestra. Pensad, sin embargo, que mientras servís a vuestra nación, sois también artífices del bien común de toda la familia humana.

Señoras y señores: Al reiteraros mí profunda estima por vuestras personas y misión, os expreso mis mejores deseos para las altas funciones que asumís. Y pido al Todopoderoso que os asista a vosotros y a vuestros seres queridos.


*Insegnamenti VIII, 1 pp.294-295.

L' Osservatore Romano 1.2.1985 p. XXIV.

L' Osservatore Romano. Edición semanal en lengua español, n .6, p.16.



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