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VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,
ECUADOR, PERÚ, TRINIDAD Y TOBAGO

ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
CON EL MUNDO DE LA CULTURA
EN LA IGLESIA DE «LA COMPAÑÍA»

Quito, miércoles 30 de enero de 1985

 

Excelentísimos e ilustres señores,
 señoras y señores:

1. Tengo el honor de encontrarme hoy con vosotros, distinguidas personalidades que representáis el mundo de la cultura ecuatoriana. Saludo ante todo a los miembros de las Academias Nacionales de la Lengua y de la Historia, de la Casa de la Cultura Ecuatoriana y del Centro de Investigación y Cultura del Banco Central del Ecuador, a las autoridades y profesores de las Universidades católicas o estatales, y de manera especial de la Pontificia Universidad Católica. Mi saludo deferente se extiende a todos los aquí presentes, hombres y mujeres, comprometidos en los campos de las letras, de las ciencias, de las artes y del liderazgo social.

Vaya en primer lugar a vosotros mí agradecimiento sincero por vuestra presencia, junto con mí admiración y respeto por todo lo que representáis en el campo de la cultura ecuatoriana; una cultura que posee hoy un panorama muy variado, una intensa actividad intelectual y artística, reconocida en el ámbito internacional y que expresa la creatividad de una nación que quiere salvaguardar su dignidad y su paz, en armonía y colaboración fraterna con los países limítrofes y con todas las otras naciones.

2. Este magnífico templo de «la Compañía», marco estupendo para nuestra reunión, expresa el aprecio que desde siglos la Iglesia en Ecuador ha mostrado a los valores artísticos y a su raigambre autóctona. El se yergue como uno de esos eximíos logros en los que se ha plasmado la cultura. Tal obra, una entre tantas que son orgullo de vuestra nación, es ejemplo de esa transfiguración de la materia con la que el hombre expresa su historia, conserva y comunica sus aspiraciones y experiencias más hondas, encarna y transmite una herencia espiritual a las generaciones venideras.

La herencia espiritual que ha ido forjando la nación ecuatoriana es el resultado de un fecundo encuentro entre la fe católica y la religiosidad indígena de este país; encuentro que ha creado una cultura artística autóctona portadora y transmisora de grandes valores humanos, ennoblecidos por el Evangelio.

Son valores sustanciales que impregnan y aglutinan vuestras formas de vida familiar y social, privada y pública. Una sabiduría profunda de vuestra gente, una memoria histórica de luchas y triunfos, una común aspiración de patria, están simbolizadas en los mismos grandes temas religiosos que viven en el pueblo como focos de actividad cultural, y que inspiran la instrucción, el arte, las artesanías, la fiesta y el descanso, la convocación multitudinaria y hasta la organización misma de las comunidades.

Ejemplos sobresalientes de tales símbolos se admiran en tantas obras, en las que la «esquela quiteña» expresó su culto a los grandes temas del cristianismo. Aquí, en esta misma ciudad, «los Profetas» de la Biblia, vivientes en lienzos, nos hablan de la historia de la salvación. Esparcidos por tantos rincones de la patria y más allá de sus fronteras, están los conjuntos escultóricos sobre el nacimiento y la pasión del Señor, los múltiples signos de la arraigada piedad mariana de este pueblo, con la admirable «Virgen de Quito» que es a la vez acercamiento al humilde y signo de júbilo, de esperanza y fraternidad para todos los ecuatorianos.

Ante estos signos artísticos y la cultura existencial que representan, ante los eximios valores humanos de esta nación, de sello cristiano, es justo recordar a vuestro ¡lustre compatriota que definió a la Iglesia como «modeladora de la nacionalidad» en Ecuador. El «Itinerario para párrocos de indios» del Obispo de Quito, Alonso de la Peña; la primera Carta Fundamental del Ecuador republicano, redactado por sacerdotes del cabildo eclesiástico quiteño en 1812, la vigorosa orientación social y científica en las cátedras de jesuitas de la Universidad nacional y su primera Escuela politécnica, son hitos luminosos, entre otros, de esta tarea de modelación y servicio.

3. Todo esto no es solamente recuerdo de un pasado. Es esfuerzo de actualidad y reto para el futuro, que pasa por el grave compromiso que los hijos de la Iglesia tienen de seguir evangelizando la cultura, de seguir encarnando la fe en la cultura, porque, como he dicho en otra ocasión, la fe que no se convierte en cultura es una fe no plenamente acogida, no enteramente pensada, no vivida en cultura es una fe no plenamente acogida, no enteramente pensada, no vivida en total fidelidad.

Por ello me es grato recordar que en el firmamento de la cultura brilla un ¡lustre religioso ecuatoriano, el Santo Hermano Miguel, académico, educador y catequista, a quien he tenido el honor de canonizar hace poco.

A él se una vuestra «Heroína nacional» cuyos restos se veneran en esta misma iglesia: Santa Mariana de Jesús Paredes, quien encarnó su fe religiosa en esa expresión suprema de cultura que es la fraternidad en el servicio, y ofrendó su vida para la salvación de su pueblo.

Todos vosotros, señoras y señores, conocéis mi preocupación por el tema de la cultura en la Iglesia y de su irradiación como diálogo con la sociedad actual. En mi visita a la UNESCO quise poner los fundamentos de una nueva evangelización del mundo cultural; y con la creación del Pontificio Instituto para la Cultura he querido establecer las bases de un diálogo permanente entre fe y cultura, entre la Iglesia y la sociedad en sus altos representantes que son, como vosotros, los interlocutores en una tarea común, de importancia decisiva para la humanidad.

4. Para la Iglesia, la cultura tiene como punto de referencia el hombre, tal como ha sido querido y creado por Dios; con sus valores humanos y sus aspiraciones espirituales, con sus necesidades y realidad histórica, con sus connotaciones ambientales, con sus múltiples riquezas tradicionales. Sabemos que este acervo de valores no está exento de ambigüedades y errores; que puede ser manipulado para fines que ala larga atentan contra la dignidad del hombre.

Por eso la Iglesia se pone ante la cultura en atenta y respetuosa actitud de acogida y de diálogo, pero no puede renunciar a esa evangelización de la cultura que consiste en anunciar la buena noticia del Evangelio, de los valores profundos del hombre, de su dignidad, de la constante elevación que exige su condición de hijo de Dios. A tal fin, pone en el horizonte de la cultura la palabra, la gracia y la persona del Hombre nuevo, Jesucristo, que «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación» (Cfr. Gaudium et Spes, 22; Redemptor Hominis, 8. 13).

Es convicción de la Iglesia que su diálogo y evangelización de la cultura constituyen un alto servicio a la humanidad, y de manera especial a la humanidad de nuestro tiempo, amenazada paradójicamente por lo que podrían considerarse logros de su cultura autónoma: y que con frecuencia se convierten en atentados contra el hombre, contra su dignidad, su libertad, su vocación espiritual.

Por eso, la Iglesia sigue proclamando el misterio de Cristo que revela la verdad profunda del hombre; ella tiene la firme convicción de que el contacto del Evangelio con el hombre, con la sociedad, crea cultura auténtica; sabe que la cultura que nace de ese encuentro con el Evangelio es humana y humanizadora, capaz de llegar hasta las profundidades del corazón e irradiarse benéficamente a todos los ámbitos de la sociedad, a los campos del pensamiento, del arte, de la técnica, de todo lo que constituye verdadera cultura, auténtico esfuerzo para promover y expresar cuanto el Creador ha puesto en el corazón y en la inteligencia de los hombres, para bien y armonía de toda la creación. Es una actitud que la Iglesia quiere reflejar también en su contacto con las culturas de las minorías, dignas de todo respeto y promoción.

5. En esta hora de vuestra patria y con los ojos puestos en el futuro, quiero referirme a algunos datos que os confío como mensaje, esperando produzca frutos abundantes.

Ante todo me parece justo recordar que la obra de la evangelización de la cultura en vuestra nación supone ala vez dos cosas: que la tarea evangelizadora no puede realizarse al margen de lo que es y lo que está llamada a ser vuestra cultura nacional; y que, paralelamente, la cultura ecuatoriana no podrá, sin traicionarse a sí misma, dejar de prestar atención a los valores religiosos y cristianos que lleva en su misma entraña; antes bien, deberá tener un fecundo y enriquecedor intercambio con estos valores.

La Iglesia, además, quiere ser garantía y lugar de diálogo, de reconciliación y convergencia de todos los esfuerzos culturales que miren a la elevación del hombre. Permitidme decir que es hora de que hagamos desaparecer las incomprensiones y recelos que han podido surgir, en esta nación, entre Iglesia y representantes de la cultura. Construyamos juntos el camino de la Verdad, que siendo única hará confluir hacia ella los propósitos bienintencionados de todos; construyamos juntos la civilización de la dignidad del hombre, del culto insobornable ala moralidad, del respeto a la conciencia sincera; en una palabra, la civilización del amor, asumiendo con responsabilidad las tareas de fidelidad ala propia condición y al propio futuro. Nuestro encuentro es ya un signo y compromiso de colaboración entre la Iglesia y las Instituciones culturales del Ecuador, para servir al hombre de esta nación, especialmente al más necesitado, al que más pone su esperanza de progreso y libertad en la misión de la Iglesia y en la rectitud de la inteligencia de los hombres influyentes de su patria.

En esa tarea han de hallar su puesto los cristianos y las Instituciones eclesiales de cultura, sabiendo hermanar las exigencias de la fe y los requisitos de la cultura. Dentro de un clima de libertad y respeto, participando limpiamente en la vida democrática de la nación, en fructuoso diálogo con todos los intelectuales, sin privilegios ni discriminaciones, sin renunciar a proponer y pedir respeto hacía los propios valores.

6. Este vasto proyecto adquiere carácter de urgencia y del solidaridad ante los nuevos retos de la convivencia social, del impacto del materialismo, de la progresiva amenaza de la violencia.

Hasta ahora ha podido preservarse, en este extremo occidental de América del Sur, la síntesis dinámica de convivencia social surgida del encuentro de diversas razas, cosmovisiones y culturas, bajo un signo de carácter cristiano.

Ante las nuevas exigencias de la sociedad actual, que reclama justamente metas de mayor dignidad para las personas, se impone un gran esfuerzo en favor de la justicia, del cambio de estructuras injustas y de la liberación del hombre de todas las esclavitudes que le amenazan. Sin que podamos olvidar, ante la tarea que nos incumbe, que fuerzas sociales alimentadas bajo el signo de cualesquiera materialismos, teóricos o prácticos, quieren instrumentalizar, a servicio de sus propias finalidades, los dirigidos análisis de la realidad social; mientras elaboran estructuras politices y económicas en las que el hombre, desposeído de su ser íntimo y trascendente, pasa a ser una pieza más del mecanismo que le priva de su libertad y dignidad interiores, de su creatividad como ser libre ante la cultura sin fronteras.

Al acercarse el V centenario de la epopeya evangelizadora, se vislumbra 1a posibilidad de que América Latina ofrezca al mundo un modelo de civilización que sea cristiana por sus obras y estilo de vida, más que por sus títulos meramente tradicionales.

La Iglesia hace un llamado apremiante a todos los cristianos del Ecuador comprometidos en una tarea intelectual de amplios reflejos culturales, sociales y políticos, para que asuman con fe y valentía la cuota de colaboración y riesgo que les corresponde en esta común empresa.

Que esos hombres y mujeres contribuyan eficazmente al robustecimiento de la nacionalidad, desde sus raíces de moralidad evangélica vivida y alimentada por la doctrina de la Iglesia. Que el sabio humanismo de este pueblo extienda su eficacia a los nuevos campos conflictivos en los que hoy se está debatiendo ya su mañana. Quiera Dios que la síntesis entre fe y cultura conduzca hacía una nueva era de paz, de progreso, de elevación de los más pobres, de enriquecedora convivencia dentro y fuera de las fronteras de este querido país.

7. Aunque sólo sea sumariamente, no puedo dejar de mencionar algunas tareas de responsabilidad cultural que competen solidariamente a vosotros y a las instituciones que representáis.

La moralidad en la vida privada y pública es la primera y fundamental dimensión de la cultura, como tuve ocasión de afirmar en la UNESCO. Si se resquebrajan los valores morales en el cumplimiento del deber, en las relaciones de confianza mutua, en la vida económica, en los servicios públicos en favor de las personas y de la sociedad, ¿cómo podremos hablar de cultura y de cultura al servicio del hombre?

El ordenamiento armonioso de las condiciones sociales es uno de los máximos imperativos de nuestro tiempo. Por ello, en el sentido más noble, la cultura es inseparable de la política, entendida como el arte del bien común, de la justa participación en los recursos, de la ordenada colaboración dentro de la libertad. La cultura tiene que ayudar a esta noble tarea política, sin dejar que nadie se apropie indebidamente de la cultura y que la instrumentalice para sus propias miras de poder.

Es necesario también que vuestro pueblo, iluminado por los grandes principios de la doctrina social de la Iglesia, encuentre el camino de la paz y de la justicia social en el amor y el mutuo respeto. No se trata de elegir simplemente entre la alternativa de los sistemas que se disputan la hegemonía del poder. Desde la originalidad cristiana, y desde la sabiduría de vuestro pueblo, hay que encontrar ese camino transitable que conduzca ala elevación y la paz social entre todos los hijos de vuestra patria.

Es urgente ese esfuerzo cultural, que, desde la misma entraña de este pueblo, construya una convivencia que no necesita apoyarse en falaces ideologías contrapuestas. Por eso, los intelectuales están llamados a ofrecer un serio análisis de la sociedad que restituya toda su importancia autónoma a los factores específicamente culturales, más allá de los simples indicadores económicos, en los que queda prisionera la visión materialista de la sociedad.

8. Finalmente, en el contexto global de la cultura, la educación entra de lleno en la formación de los espíritus. En ese campo tiene un lugar privilegiado la universidad.

Vuestra patria, que tiene una tradición universitaria seria y reconocida, debe favorecer los centros universitarios, politécnicos, y otras instituciones de enseñanza, como sedes imprescindibles de la cultura, evitando con una política cultural adecuada que se transformen en lugares de lucha y de frustración para los más jóvenes. Antes bien, deben ser santuarios de la verdad, de la rectitud, del sentido solidario, talleres de laboriosidad intelectual, comunidades vivas donde de experimenten y vivan las formas pacíficas de una mayor participación y colaboración, palestras de los bienes del espíritu.

La Iglesia debe estar presente en esos ámbitos, no sólo con una adecuada pastoral universitaria, sino también con la presencia de profesores que desde su vocación cristiana en el laicado, con su ciencia y testimonio, ofrecen la síntesis de una alta calificación intelectual y una profunda convicción cristiana, generadora de educación y de cultura.

En el amplio panorama de las valiosas universidades del Ecuador, no puede dejar de recordar las Universidades Católicas que dependen de la Iglesia y que el Estado reconoce a través de acuerdos internacionales con la Sede Apostólica.

Por su calidad de universidades, su propia identidad y su dependencia de la Iglesia, están llamadas por título especial a desarrollar el programa de evangelización de la cultura, al que he aludido antes.

No puedo olvidar, por último, la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, con sus diversas sedes. Es para mí motivo de gozo y ha de ser compromiso de fidelidad ese título de «pontificia». Que el esfuerzo de todos mantenga alto ese nombre, tanto por la seriedad y autenticidad de su obra cultural, como por la plena participación de cuantos en ella colaboran: sacerdotes, religiosos y laicos; así, fiel a su estructura original, podrá favorecer un fecundo diálogo con las otras instituciones culturales del país.

9. Señoras y señores: He podido apenas pergeñar algunos rasgos de vuestra alta misión de hombres de cultura, a la que me siento muy respetuosamente cercano. Al reiterar mí profunda estima por vuestra función, concluyo alentándoos a contribuir solidariamente, con un esfuerzo cultural integral e integrador de todos los recursos, a la elevación del hombre ecuatoriano: hombre sufriente y oprimido muchas veces; hombre profundamente religioso y trabajador, que no quiere caer bajo la dictadura de los materialismos; hombre con un inmenso patrimonio cultural que está luchando por preservar, para elevar así su propia dignidad; hombre que es para todos la pieza clave del universo; y que para el cristiano es un ser de inmensa dignidad, porque lleva en sí un soplo de vida de Aquel que se reveló en la historia, a través del Hijo del hombre, camino, verdad y vida. He dicho.

 



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