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VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,
ECUADOR, PERÚ, TRINIDAD Y TOBAGO
O

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LAS RELIGIOSAS DE ECUADOR
EN LA BASÍLICA DEL VOTO NACIONAL

Miércoles, 30 de enero de 1985

 

Queridas religiosas del Ecuador:

1. Correspondo con afecto y gratitud a vuestro cariñoso recibimiento. Me llena de gozo encontrarme entre vosotras en esta histórica basílica del Voto Nacional, monumento que recuerda la solemne consagración del Ecuador a los Sagrados Corazones de Jesús y de María. Quisiera deciros en pocas palabras, para que las podáis guardar fácilmente en el corazón, lo que Cristo espera de vosotras.

Os habéis entregado a El como respuesta a su «ven y sígueme», una invitación hecha con amor (Cfr. Matth. 19, 21), para seguirle incondicionalmente y para servirle en los signos pobres de los hermanos.

Al veros aquí reunidas, tengo ante la mente la figura inolvidable de Santa Mariana de Jesús. Ella vivió un compromiso con el Señor tan auténtico y exigente, que en su vida se conjugaban de modo admirable una verdadera oración contemplativa, una gran acción misionera y caritativa y el espíritu de penitencia.

El tiempo no puede detener el ímpetu de consagración al Señor, en el que viven, también hoy, tantas almas consagradas personal o comunitariamente. Pero esta consagración debe ser evaluada con humildad, para reconocer con sencillez hasta dónde llegan las exigencias de la llamada divina. Porque vuestros compromisos de entrega radical no nacen de unas exigencias sociológicas, sino de un «sígueme» permanente del Señor, que os llama a seguirle y a servirle en el contexto actual de la Iglesia y del mundo. «El punto directo de referencia a una vocación así, es la persona viva de Jesucristo» (Redemptionis Donum, 6).

2. Vuestra vocación tiene el atractivo de ser signo portador de alegría y de esperanza, de serenidad y de fidelidad incuestionables al Evangelio. Es la alegría de pertenecer exclusivamente a Dios.

La renuncia a los bienes y seguridades terrenas, en el espíritu del sermón de la montaña y por la profesión de los consejos evangélicos, es una consagración que transforma vuestro servicio en misión de cercanía y de trascendencia a la vez. Cercanía caminando con los demás hermanos como compañeros de vuestro peregrinar; pero transparentando ya con el testimonio de vuestra vida aquel «más allá» que se cumplirá en el encuentro definitivo con Cristo.

Vuestra vocación es de escucha atenta y amorosa a la Palabra de Dios, que en vosotras se transforma en respuesta generosa por la oración contemplativa y por la donación a los hermanos. Por vuestra vida de alabanza, de adoración y servicio a Dios, colaboráis en su plan de creación, redención y comunión universal. Vuestros horizontes son los del Corazón de Cristo, que se consagra al Padre para la salvación de toda la humanidad (Cfr. Io. 17, 19).

3. Vuestro ser femenino es creador; de ahí vuestra innegable capacidad de alegría, de limpieza pura, de sinceridad. Ese mismo ser os da una capacidad especial para comprender, reconciliar, perdonar. Es el mismo que os da poder de unidad y convocatoria, para atraer hacia el redil del Buen Pastor a todos los llamados por el amor y el deseo ardiente de Cristo Redentor (Cfr. ibid. 10, 16; 19, 28).

Vosotras sabéis muy bien que vuestra capacidad de amor y entrega a ideales altos puede evitar las destrucciones del odio y de la violencia; puede aliviar las heridas del egoísmo y liberar las cadenas de todas las opresiones y esclavitudes que derivan del pecado.

Mas para que vuestra vocación y vuestra condición como personas consagradas a Dios puedan dar sus frutos convirtiéndoos en instrumentos de reconciliación, de unidad y de creadora iniciativa, es necesario que todo vuestro ser esté centrado en Aquel que es «el camino, la verdad y la vida» (Io. 14, 6) «Nuestra vida es Cristo» (Moradas quintas, 2, 4), decía Santa Teresa de Jesús, haciendo suya la exhortación de San Pablo (Cfr. Col. 3, 3).

Recordad también que «llevamos este tesoro en vasijas de barro» (2 Cor. 4, 7); por ello, junto a una actitud serenamente crítica, pero clara y decidida, frente a un mundo con frecuencia materialista y confiado en sus conquistas técnicas, no ha de faltar la conciencia de la propia debilidad y de la experiencia de la misericordia de Dios en la propia vida. De este modo os convertiréis en instrumentos de misericordia y de perdón para todos.

¿Cómo no recordar que precisamente una profunda experiencia de misericordia hace posible el ser madres de misericordia a ejemplo de María? En efecto, «María es la que de manera singular y excepcional ha experimentado, como nadie, la misericordia y, también de manera excepcional, ha hecho posible con el sacrificio de su corazón la propia participación en la revelación de la misericordia divina» (Dives in Misericordia, 9).

4. La palabra de Nuestro Señor y Maestro, interpretada por el Magisterio eclesial, celebrada en la liturgia eucarística, contemplada en el corazón y vivida por los santos, ha de sostener la fidelidad generosa y perseverante en vuestra vocación, por encima de tentaciones de personalismos egoístas, de ideas e iniciativas al margen del Evangelio.

Vuestra vida consagrada os hace entrar en el corazón de Dios para sintonizar con sus planes de salvación universal. Allí encontraréis la opción preferencial, pero que a nadie excluye, de Cristo por los más pobres y necesitados. Contemplación, vida comunitaria y servicio se os convertirán en equilibrio unificador de vuestro corazón, que os capacitará para llegar a todas las necesidades del mundo de hoy. Por esto debéis ser misioneras sin limitaciones ni fronteras.

5. Vuestra vida consagrada nace de una expresión de amor, manifestado en el «sígueme» de todos los días. El conocimiento evangélico de Cristo y la fuerza viva del encuentro personal y comunitario con El, modelará vuestra vida obediente, pobre y casta.

Un Cristo obediente al Padre hasta la muerte de cruz, es locura para el mundo (Cfr. 2 Cor. 1, 23); pero es iluminación para el que obedece con esa creadora inmolación de la voluntad, que hace fecunda la entrega y abundante la cosecha espiritual y apostólica.

Cristo pobre, despojado de todo poder y entregado por nuestro amor, es el argumento más firme de la pobreza y libertad que en El se logra; la pobreza de Cristo es el mejor camino para una liberación integral del hombre y de la sociedad entera.

Cristo virgen os contagiará de su amor esponsal y os enseñará a mirar a todas las personas por sí mismas, no por sus cualidades, intuyendo en ellas el misterio divino escondido en lo más profundo de su ser; en vuestra mirada y servicio de totalidad, descubrirán la mirada del Buen Pastor. Por esta donación e íntimo desposorio con Cristo, os haréis signo portador de Dios Amor para todos los hombres, especialmente de los que sufren, de los pobres y de las familias.

«El mundo tiene necesidad de la auténtica "contradicción" de la consagración religiosa, como levadura incesante de renovación divina . . . El mundo actual y la humanidad tienen necesidad de este testimonio de amor» (Redemptionis Donum, 14). Vuestra consagración se hace máxima capacidad de asociación a Cristo y de servicio eclesial, a ejemplo de María en su entrega al plan de salvación.

6. Queridas religiosas: Antes de terminar, quiero presentares el agradecimiento de la Iglesia por vuestra labor apostólica y vuestra voluntad de donación. En el silencio del claustro o en la vida activa; en la educación, en la asistencia a los enfermos, a los necesitados; en la catequesis, en las misiones o parroquias y en tantos otros campos en los que sé desarrolláis vuestra vocación de servicio a los hermanos, tened por seguro que estáis dando realmente testimonio del amor de Cristo a los hermanos.

Igualmente vosotras, queridas consagradas miembros de institutos seculares, desde el carisma de vuestra inserción laical en el mundo para santificarlo estáis también contribuyendo a construir callada y abnegadamente la Iglesia, la civilización del amor. Sed siempre fieles a las exigencias de vuestra vocación cristiana y apostólica; dejaos llenar por el Espíritu, para que, irradiando su vida, infundáis ilusión y esperanza en los que os rodean.

Todas vosotras, queridas religiosas ecuatorianas: recordad que la vida interior continúa siendo el alma de todo apostolado. Fomentad, pues, vuestro espíritu de oración, de sacrificio y de servicio eclesial.

A la Virgen María, Madre y modelo de toda alma consagrada, os encomiendo. Que Ella haga florecer abundantes vocaciones a la vida de especial consagración, para mayor gloria de Dios, bien de la Iglesia y servicio de amor al hombre. Y que el Señor os mantenga siempre fieles a vuestra vocación. En su nombre os bendigo de todo corazón.



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