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VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,
ECUADOR, PERÚ, TRINIDAD Y TOBAGO
 

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LAS RELIGIOSAS DE CLAUSURA,
A LOS PADRES DE SACERDOTES Y PERSONAS CONSAGRADAS Y A LOS RECLUSOS

Cuenca (Ecuador)
Jueves
31 de enero de 1985

 

En mi visita a esta hermosa e inmensa catedral de Cuenca, construida por el amor de todo un pueblo, saludo con afecto a la parte de la comunidad diocesana aquí reunida.

Sois las religiosas que dejaron todo, para esconderse con Cristo en el silencio del claustro. Sois los padres de sacerdotes y religiosos que habéis entregado a Dios, en un silencio oblativo, el fruto de vuestro amor. Sois, por lo meno intencionalmente, los hermanos encarcelados que habéis venido a ver el Papa, dejando el silencio doloroso de vuestra reclusión. A todos os acojo con amor de hermanos e hijos del Padre común, sintiéndoos muy cercanos a mi corazón (Cf.. Philem. 12).

A vosotras, religiosas de clausura, os agradezco, en nombre del Señor, la ofrenda de vuestras propias vidas en una entrega total que, como Santa Teresa de Lisieux, quiere ser «el amor en el corazón de la Iglesia».

Vuestro silencio contemplativo se os convierte en experiencia de la presencia y de la Palabra divina; vuestra soledad se os hace soledad llena de Dios. Jesús continúa en vosotras su oración silenciosa, a veces incluso con una sensación de «silencio» y «ausencia» divina, que se os convertirá en presencia más honda. En el corazón de Dios se entra por este proceso de silencio interior, a veces tan doloroso, que comporta una sintonía con los sentimientos del corazón de Cristo y con la voluntad del Padre.

Dios continúa pronunciando su Palabra en el silencio sonoro del amor de su Espíritu derramado en vuestros corazones (Cf.. Rom. 5, 5). Vuestro silencio contemplativo se hace, como en María, fidelidad esponsal y fecundidad materna para el mundo (Cf.. Luc. 2, 19 et 51). Vuestra vida es preciosa para la Iglesia, también hoy. Sed, pues, fieles y seguid adelante en vuestra entrega.

A vosotros, padres y madres de sacerdotes y personas consagradas, os quiero manifestar un afecto y agradecimiento especial, usando vuestra misma expresión tan popular y cristiana: «Que Dios os pague». Sí, que Dios os pague por vuestro silencio oblativo que es amor fecundo, prolongado —por medio de vuestros hijos e hijas— en una vida espiritual y apostólica que es manifestación especial de la fecundidad de la Iglesia. «Que Dios os pague». Yo no tengo con qué pagaros, sí no es con la alegría y afecto de vuestros propios hijos, con su bendición sacerdotal, con su entrega a la vida consagrada.

Imagino que todos vosotros sentís la presencia de Dios, de una manera especial cuando pensáis que vuestro amor se ha convertido en un sacerdote que predica, que celebra la Eucaristía, que perdona, que sirve a la comunidad. Pienso cómo sentiréis la grandeza de vuestra misión de padres, cuando meditéis que vuestro amor se ha convertido en la vida de una persona consagrada que sirve sin cansancio, que mantiene encendida la lámpara de la esperanza activa por la venida de Jesús. Vuestra devoción a María, Madre de Cristo Buen Pastor, os hará descubrir y vivir con gozo esta vuestra vocación de una nueva fecundidad eclesial.

A vosotros, queridos reclusos no presentes, pero sí intencionalmente presentes, reunidos en este templo, que como templo cristiano es signo e instrumento de una auténtica liberación total, os invito a escuchar la voz de Dios que habla como Padre en vuestra conciencia. El no está lejano de vosotros y ve vuestro deseo de recuperación, de reinserción en la sociedad cómo personas renovadas. El Señor, a través de todos los errores humanos, prepara vuestra auténtica libertad, que es ante todo la libertad de la justificación interior, del cambio en el corazón. El dolor que estáis pasando os asocia también ala redención de Cristo, en bien de todos los que en el mundo se equivocan. Tomad, pues, vuestra cruz con nobleza, con propósito de dignidad nueva, con valentía, con esperanza en María, la Virgen de la Merced, la Madre de misericordia.

A todas las religiosas de clausura del Ecuador, a los padres de sacerdotes y personas consagradas y a los encarcelados imparto mi cordial bendición.

 



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