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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II 
A LOS CAPITULARES DE LA CONGREGACIÓN
DE LOS HIJOS DEL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA (CLARETIANOS)

Sábado 21 de septiembre de 1985

 

Queridos Misioneros Claretianos, Hijos del Inmaculado Corazón de María:

Es para mí motivo de particular complacencia tener este encuentro con vosotros, Padres capitulares, que representáis las provincias, delegaciones y casas generales de vuestro Instituto, y que habéis manifestado el deseo de poder expresar al Papa vuestra reconocida adhesión, cercanía y obediencia con ocasión del XX Capitulo General.

Agradezco sinceramente este filial y elocuente gesto que da testimonio de la lealtad de la familia claretiana a la Sede Apostólica y, a la vez, os presento mi más cordial saludo que deseo hacer extensivo a todos los hijos de San Antonio María Claret.

18 anos después del Capitulo Especial, celebrado por mandato del Concilio Vaticano II, que vino a coincidir con vuestro XVII Capítulo General Ordinario, os habéis reunido de nuevo para elegir el Gobierno General del Instituto y realizar todas aquellas importantes funciones que el Capitulo está llamado a cumplir en los institutos religiosos. Vaya desde ahora mi felicitación y mejores augurios al Rvdo. Padre Gustavo Alonso a quien habéis elegido Superior General para el próximo sexenio y a quien agradezco las amables palabras que ha tenido a bien dirigirme. Asimismo expreso mis fervientes votos a los miembros del nuevo Gobierno General.

En el presente Capítulo no estabais urgidos por la necesidad de definir vuestro carisma ni por la redacción de un texto constitucional, cosa que ya habíais hecho en los dos Capítulos anteriores. Pero, junto a la tarea de adaptar al nuevo Código de Derecho Canónico las Constituciones ya aprobadas y el Directorio, os habéis encontrado con otras urgencias: la de afrontar desde vuestra vocación de misioneros los retos del momento presente y la de adoptar un orden de prioridades apostólicas que haga eficaz vuestra acción eclesial hoy, cuando las necesidades han aumentado enormemente sin que se haya incrementado proporcionalmente el número de misioneros. Os veréis obligados a revisar posiciones y lo habréis de hacer sin renunciar al espíritu universal del Santo Fundador, antes bien partiendo de ese espíritu y fomentándolo. No deberá cambiar la fuerza inmensa del celo por la gloria de Dios y la salvación de las almas que caracterizó a San Antonio María Claret y a sus Misioneros. Ese celo apostólico centraba y unificaba todos los intereses personales del misionero en su misión de salvación al servicio exclusivo del Evangelio y de la Iglesia.

Otra característica irrenunciable de vuestro ser misionero claretiano, íntimamente unida a ese celo ardiente, es la fuerza de la fe junto con la amplitud y la seguridad de la doctrina. Durante más de un siglo, los Misioneros Hijos del Corazón de María han sabido ser evangelizadores, gracias a una sabia armonía entre predicación y estudio. La formación permanente, de la cual hoy se habla con insistencia, era una realidad cotidiana para vuestros misioneros ya desde los primeros anos de la fundación; ello hacía su doctrina no sólo abundante sino también segura y constructiva. De este modo, la función del misionero “fuerte colaborador de los Obispos”, como os definió vuestro Santo Fundador, se traducía en una cooperación activa y ejemplar en la misión del Obispo como Maestro del pueblo de Dios y testigo del Evangelio, con sentido de responsabilidad eclesial y de fidelidad a Cristo Señor.

Por otra parte, celo apostólico y doctrina iban unidos con un espíritu que podría describir como misionero de vanguardia, en el sentido de asumir con prioridad aquellos ministerios que las circunstancias habían puesto en peligro, o incluso habían hecho desaparecer en determinadas regiones; o bien aquellos medios que hacían más eficaz la evangelización o preparaban más eficazmente nuevos evangelizadores, comenzando por los sacerdotes diocesanos.

Son éstos unos temas que habéis examinado a fondo y que os pueden dar los criterios fundamentales en orden a realizar las opciones necesarias en perfecta fidelidad a vuestra misión y espíritu de familia religiosa.

Amados hermanos: sed siempre fieles al carisma claretiano y leales continuadores de los genuinos valores de vuestra Congregación. Con la confianza puesta en Dios, mirad esperanzados hacia el futuro. Con San Pablo os exhorto a poner vuestros ojos no en las cosas temporales sino en las eternas (Cf. 2Cor 4, 18) . Amad la vida de oración, el recogimiento interior, la penitencia voluntaria, la serena sumisión a los Superiores que son signos indicativos de la voluntad de Dios.

Viviendo el misterio de Cristo en su dimensión eclesial encontraréis el sentido auténtico a la vida comunitaria, y vuestra acción apostólica y misionera se hará generosamente fecunda en la construcción del Reino de Dios.

No quiero terminar este encuentro sin recordar otra peculiaridad de vuestro espíritu, que en vuestro Santo Fundador aparece constantemente con fuerza singular y que debe continuar siendo un modo de ser y de sentir vuestro: me refiero a su clara conciencia de ser Hijo del Corazón de María y de ser en manos de Ella un instrumento de salvación. Sabéis perfectamente hasta qué punto esta conciencia de filiación mariana está en la base, no solamente de la actividad apostólica del Santo Fundador, sino también, y de manera específica, como cimiento de la fundación misma de vuestro Instituto. A lo largo de vuestra historia, este carácter de filiación mariana ha permanecido siempre como un elemento importante de vuestra espiritualidad y acción evangelizadora. No permitáis que se debilite. En la doctrina del Concilio Vaticano II sobre María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia, tenéis un fundamento doctrinal de ese espíritu mariano que vuestros teólogos y maestros de espíritu deberán ahondar y desarrollar aún más.

A la intercesión de vuestro Santo Fundador confío los trabajos de este Capítulo mientras de corazón imparto la Bendición Apostólica, implorando la constante asistencia divina para toda la amada familia claretiana.



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