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Viaje apostólico a Bangladesh, Singapur, Islas Fiyi, Nueva Zelanda, Australia y Seychelles
(19 de noviembre-1 de diciembre de 1986)

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
 A LOS MIEMBROS DEL CUERPO DIPLOMÁTICO EN NUEVA ZELANDA*

Wellington,
Domingo 23 de noviembre de 1986

 

Excelencias,
señoras y señores:

Es un placer para mí tener esta oportunidad de encontrarme con ustedes, miembros del Cuerpo Diplomático, durante mi visita a Nueva Zelanda.

Como bien saben, Nueva Zelanda es una tierra de gran variedad, una tierra de diferentes razas y culturas. Su presencia aquí como representantes de tantos países pone de relieve la diversidad, mayor aún, de naciones que forman la familia humana. Esta diversidad, sea en una sociedad como Nueva Zelanda o entre las naciones, nace de las diferentes herencias históricas, culturales, lingüísticas y religiosas de los pueblos. Ello facilita a cada grupo aportar su propia y singular contribución al bien común, pero puede ser también un pretexto para la separación y para la división. Puede aumentar la riqueza y la profundidad de nuestra humanidad o, como todos sabemos muy bien, puede ser usada para promover odio, violencia y guerras.

Reconocemos también que hay aún una unidad más fundamental que transciende todas las diferencias. Es la unidad que proviene del hecho de que todos somos hijos de Dios. Nuestra humanidad común es un don de Dios. Encuentra expresión en el anhelo universal de todos los hombres por la vida y la libertad, y por el bienestar espiritual y material para ellos mismos y para sus seres queridos. Todos los pueblos, además, participan de un deseo de paz.

2. En mi mensaje de la pasada Jornada mundial de la Paz dije: La "paz es un valor sin fronteras. Un valor que responde a las esperanzas y aspiraciones de todos los pueblos y de todas las naciones, de los jóvenes y de los ancianos, de todos los hombres y mujeres de buena voluntad". En un mundo en el que las distancias quedan superadas por los modernos medios de transporte y comunicación, en un mundo que es cada vez más interdependiente a pesar de su diversidad, solamente puede existir una paz si hay paz en todo. Si un pueblo anadón se cierra a sí mismo frente a todos los demás o frente a las ayudas legítimas de otro pueblo o nación, no puede existir paz en el mundo. El excesivo interés egoísta sólo conduce a estrategias de injusticia, represión y violencia, sea en el interior de una nación o entre naciones.

3. Señoras y señores: Como uno que sirve, cual pastor religioso de gentes de tantas razas, culturas y naciones, les suplico a ustedes y a los Gobiernos por ustedes representados, que promuevan la paz centrando la atención sobre las cosas que unen a la familia humana, más que sobre las cosas que la dividen. Les pido que ayuden al mundo a ver la diversidad como una fuente de bendición y de paz, más que una' fuente de discordia.

Seríamos ingenuos si pensáramos que todos los conflictos y discrepancias serán abolidos. ¿Pero no podemos esperar en jefes prudentes y humanos que tengan la valentía de superar ideologías, estrechos intereses y fines puramente políticos y que estén dispuestos a dar testimonio de la unidad del género humano?

¿No podemos esperar, señores y señoras, que los diferentes pueblos y naciones del mundo se desarrollen en su humanidad buscando una más profunda comprensión de la diversidad de los otros, una apreciación mayor del punto de vista de los otros, y un respeto más generoso a las esperanzas y aspiraciones legítimas de pueblos diferentes?

¿No podemos esperar que nosotros mismos, gente de diversas tierras y creencias, ayudemos a fomentar una paz para todos a través de un entendimiento mayor, de la apreciación y respeto del uno hacia el otro en nuestras vidas diarias? Esto es posible sólo si estamos dispuestos a crear un camino de diálogo. En el Mensaje para la Jornada de la Paz, al que me he referido hace un momento, hablé en este sentido: "El diálogo lleva a los seres humanos a un contacto mutuo como miembros de la única familia humana con todas las riquezas de su diversidad cultural e histórica... El camino del diálogo es un camino de descubrimientos; cuanto más nos descubrimos unos a otros, tanto más podemos sustituir las tensiones del pasado por lazos de paz".

4. Estoy convencido de que las esperanzas que acabo de expresar no son esperanzas vanas. Son metas por las que cada persona y cada nación debe trabajar con valentía y perseverancia. Confío en que ustedes, que se dedican al servicio diplomático, participen también de estas esperanzas en un mundo más pacífico, para ustedes mismos y para sus hijos, para sus familias y amigos, sus vecinos y conciudadanos;

En conclusión, señoras y señores, agradezco su presencia aquí hoy y esta oportunidad de compartir con ustedes una de las ideas que es de particular importancia para mí en el cumplimiento de mi ministerio. Les aseguro mis mejores deseos para que cumplan sus importantes deberes y pido las bendiciones de Dios para ustedes y para sus seres queridos.


*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, n.48, p.15.



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