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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS DIRECTORES DE LAS ACADEMIAS DIPLOMÁTICAS
Y DE LOS INSTITUTOS DE RELACIONES INTERNACIONALES
*

Jueves 18 de septiembre de 1986 

 

Excelencias,
Señoras y Señores:

1. Me complace muchísimo esta oportunidad que se me ofrece de recibirles a ustedes con ocasión del 14 encuentro de Directores de Academias Diplomáticas y Decanos de Institutos de Relaciones Internacionales, que se está, celebrando este año en Roma por invitación de la "Società Italiana per l'Organizzazione Internazionale". Mi cordial bienvenida a todos.

El consenso creciente de las Academias e Institutos de diplomacia frente a esta iniciativa, que inició en 1973 la Academia Diplomática en Viena y la Escuela del Servicio Exterior de la Universidad de Georgetown de Washington, es un testimonio evidente de la utilidad de éstos encuentros, en los que se intercambian informaciones e ideas sobre programas de enseñanza y métodos para la formación de los jóvenes diplomáticos. Me complace de forma especial que el Presidente de la Pontificia Academia Eclesiástica tome también parte en este encuentro.

2. Uno de los temas en los que habéis prestado atención este año se refiere a "la diplomacia y las relaciones culturales".

Se trata de un tema que yo señalaría como muy en armonía con el objetivo de vuestras asambleas, que constituyen en sí mismas una ocasión para los intercambios culturales. Habéis hecho justamente de este tema objeto de vuestra reflexión, ya que la Convención de Viena del 18 de abril de 1961 señala entre las funciones de las misiones diplomáticas la de desarrollar las relaciones culturales entre el Estado que acredita y el acreditado (Art. 3, e).

El tema de las relaciones culturales atrae de forma especial el interés de la Santa Sede, debido a la responsabilidad universal de la Iglesia Católica.  «Al vivir en circunstancias diferentes durante el transcurso de su historia, la Iglesia ha empleado los hallazgos de las diversas culturas para difundir y explicar el mensaje de Cristo en su predicación a todas las gentes..: puede entrar en comunión con las diversas formas de cultura; comunión que enriquece simultáneamente a la propia Iglesia y a las diferentes culturas" (Gaudium et spes, 58).

En estos términos se expresa el Concilio Vaticano II, que, en su documento sobre la Ig1esia en el mundo actual, dedicó un capítulo lleno de sugerencias e incentivos a la "promoción del progreso y de la cultura". También yo he sentido la necesidad de instituir el Pontificio Consejo para la Cultura como un nuevo ente de la Curia Romana; dicho Consejo tiene como objetivo general el favorecer el diálogo entre la Iglesia y la cultura, colaborando además con las organizaciones internacionales en los distintos campos de la cultura (cf. AAS 1982, págs. 683 y ss.).

3. La evolución de la civilización moderna, la rapidez de los transportes y los nuevos medios de comunicación han cambiado y están cambiando con rapidez creciente la forma de relaciones entre los diferentes pueblos. La información puede traspasar las fronteras en pocos segundos y la opinión pública de mí nación reacciona inmediatamente frente a acontecimientos que se desarrollan en regiones situadas a enorme distancia. Los intercambios y la interdependencia están aumentando. En este tipo de relaciones tan estrechas e intensas, se está haciendo cada vez más aguda la conciencia de la unidad y el destino común del género humano; pero al mismo tiempo, crece también cada vez más la conciencia de la importancia que tiene el reconocer y salvaguardar no sólo la autonomía política sino además la identidad cultural de las distintas naciones.

4. En este nuevo contexto se percibe claramente la trascendencia del papel especial que corresponde a la diplomacia en los intercambios culturales entre las distintas naciones.

Los intercambios culturales ayudan, en efecto, a las personas a compartir grandes experiencias y aspiraciones espirituales, a entender los valores que las animan y a descubrir así el aspecto humano que todas ellas comparten. Cuando falta el diálogo entre las culturas, el lugar que éste debería ocupar es ocupado por la incomprensión mutua; las diferencias se consideran como un elemento de juicio negativo; el extrañamiento espiritual y a veces incluso disputas que pueden convertirse en auténticos conflictos son las consecuencias penosas de dicha situación. Por otra parte, cuando el diálogo entre las culturas se desarrolla libremente y cuando se le anima, compartiendo los tesoros propios de las diversas culturas, aumenta el respeto de las cualidades individuales —muchas veces llenas de posibilidades— de cada pueblo: se abren nuevos horizontes al conocimiento y nuevas oportunidades para la colaboración internacional; se alienta la formación de nuevas formas de cultura: todo ello en beneficio no sólo de un pequeño grupo privilegiado de personas sino de la sociedad en general.

En su condición de gentes de cultura, los diplomáticos deben poseer la capacidad de ver con simpatía y comprensión las realidades culturales de la Nación a la que son enviados; una actitud capaz de admiración y, al propio tiempo, moderada por el discernimiento. Dicha actitud no debe olvidar la presencia de valores religiosos o el lugar especial que en este campo puede tener la religión en el trasfondo cultural de un pueblo. ¿Cómo se puede olvidar, por ejemplo, el papel a veces decisivo que ha tenido la religión en el proceso de formación de la unidad nacional de determinados países? ¿o la influencia de Iglesias o movimientos religiosos en la opinión pública en las grandes causas de los derecho humanos, el desarrollo de los pueblos o la paz? ¿o el efecto que el diálogo ecuménico entre la Iglesia católica y las otras Iglesias o Comuniones cristianas puede tener en el intercambio de ideas y a veces en la misma escena social y política, tanto en el seno de algunas naciones como en el plano internacional?

A los diplomáticos de hoy se les exige además trabajar donde sea necesario con el fin de preparar al país en el que se encuentren para la llegada de personajes y factores culturales de su país de procedencia y, cuando surja la oportunidad, alentar y facilitar la presencia de los mismos. Deben ser capaces de detectar las circunstancias favorables para desarrollos positivos y aprovechar cualquier oportunidad que se les presente para dar a tales relaciones un marco institucional mediante acuerdos formales de cooperación cultural; muchas veces se sentirán llamados a ofrecer discretamente una ayuda diplomática o hacerse simplemente presentes con el fin de asegurar el éxito de encuentros o iniciativas culturales.

Se trata de tareas nuevas y comprometedoras tanto que muchas embajadas tienen un agregado cultural para asistir al Embajador en esta área específica. Su tarea exige la posibilidad de contactar fácilmente con el entorno cultural de la nación anfitriona y presupone por parte del diplomático, sobre todo, una conciencia, podríamos decir incluso una viva sensibilidad y un entusiasmo vivo por los valores humanos y su expresión cultural y, al mismo tiempo, poseer métodos específicos de actuación.

En cuanto responsables de la formación de los futuros diplomáticos, no se puede infravalorar la contribución que prestan ustedes en este campo específico de su futura actividad. Con la formación cultural que ustedes dan, no sólo ponen en manos de los futuros diplomáticos una técnica profesional sino que les ofrecen además un precioso patrimonio de "humanidad", de gran valor para sus vidas personales, que incluirán períodos de servicio exigente en áreas geográficas difíciles o en situaciones de tensión sicológica.

Por mi parte deseo asegurarles que siento un gran respeto y admiración por la tarea que usted realizan como maestros de diplomacia y como responsables de formar personas para el diálogo y la paz. Sobre sus actividades y sobre ustedes y sus seres queridos invoco cordialmente las bendiciones de Dios.


*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.46, p.21.



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