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VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA COMUNIDAD POLACA DE CHILE


Santiago de Chile
 Viernes 3 de abril de 1987

 

1. Ya es casi una tradición que, en el curso de mis viajes pontificios, me encuentre también con mis compatriotas presentes en un país determinado. A veces se trata de una emigración antigua, muy antigua, y a menudo de una «emigración por la independencia», vinculada a las consecuencias de la segunda guerra mundial. También encuentro a los compatriotas que han dejado la Patria de modo temporáneo, en virtud de contratos de trabajos. Asimismo toman parte a estos encuentros, a veces, quienes no hablan bien la lengua polaca, en algunos casos no la conocen en absoluto, y sin embargo se sienten en algún modo unidos a esta gran comunidad, a la gran familia que forman los polacos del mundo entero, oriundos de las mismas raíces, de la misma Patria.

2. Me alegra mucho el hecho de que, en el programa de mi servicio pastoral en Chile, se haya podido incluir un encuentro con ustedes. Doy la bienvenida y saludo cordialmente a todos y a cada uno de los aquí presentes; saludo al sacerdote que se ocupa de ustedes, y a todos los sacerdotes polacos, y las religiosas polacas. En ustedes y a través de ustedes, saludo a todos los hermanos y las hermanas que viven en tierra chilena.

3. La presencia de polacos en este país destaca la página tan hermosa y excepcional escrita por la vida y la obra de nuestro gran compatriota Ignacy Domeyko (1802-1899), de quien se celebrará el centenario de su muerte dentro de dos años.

4. Ese emigrante polaco, amigo de Mickiewicz (y recordado por éste bajo el nombre de «Zegota» en la tercera parte de «Dziady» («Antepasados»), fue un hombre de gran talla intelectual y religiosa. Después de realizar sus estudios en París, en 1838 llegó a Chile, que entonces ya era un país independiente. Aquí creó las bases científicas para la explotación de las riquezas naturales, y se ocupó de la organización de la ciencia y de la educación. Durante largos años fue profesor y luego rector magnífico de la Universidad en Santiago. Realizó diversos descubrimientos arqueológicos y, entre otras cosas, una parte de los Andes lleva el nombre de Domeyko. Defendió los derechos humanos y la cultura autóctono de araucanos. Fue reconocido por los chilenos como uno de los más beneméritos en lo que se refiere al desarrollo económico y cultural de este país. También hay que decir, en el espíritu del Concilio Vaticano II, que Ignacy Domeyko fue "regalo" particular de la nación e Iglesia polacas para Chile, para la Iglesia y la nación chilena. Hasta el final de su vida conservó un profundo vínculo espiritual con nuestra Patria.

5. ¡Queridas hermanas y hermanos en Cristo! Cada uno de nosotros tiene su propia vocación en la vida. La Providencia ha querido que ustedes, procedentes de Polonia, realizaran vuestra vocación humana y a la vez cristiana aquí, en Chile. Al hacer eso, debéis elevar a esta sociedad toda vuestra riqueza: del espíritu, del corazón, de la personalidad de vuestra humanidad. Debéis sin embargo, al construir esta realidad nueva, recordar que no debéis perder esos valores que son vuestro patrimonio transmitido por vuestros padres o antepasados. Esos valores humanos y cristianos sacan en linfa vital del tronco común de pertenencia a la cultura y la tradición polaca a la que pertenecéis.

6. En el comienzo he hablado de la gran comunidad formada por los polacos que viven en la Patria y fuera de sus fronteras. Se ha formado en el curso de mil años basándose en el Evangelio y la Eucaristía. Los polacos que viven fuera del país sienten profundamente todo cuanto se refiere a la vida de la Patria: sus preocupaciones, tristezas, fracasos, esperanzas, y alegrías, nuestros compatriotas en el país y toda la Iglesia en Polonia intentan ser receptivos para los problemas de la emigración polaca y darle ayuda espiritual.

Durante el mes de junio próximo, la Iglesia en Polonia celebrará el Congreso Eucarístico, al cual, si Dios quiere, debería tomar parte. Sería deseable que vuestra sensibilidad a los problemas de la Patria y nuestro vínculo espiritual con ella encontrase su expresión en el encuentro con los compatriotas en el «pan único», en el pan eucarístico. Ya que hay un solo pan, nosotros, a pesar de nuestro gran número seamos un solo cuerpo; «Todos, en efecto, participamos del único pan», según dice San Pablo Apóstol (1Cor 10, 17).

¡Queridos hermanos y hermanas! Con ocasión del encuentro de hoy, deseo a vuestras familias, a los niños, a los ancianos, a quienes sufren y a vosotros de conservar fielmente este patrimonio rico de fe, de esperanza y de caridad, grabados en vuestros corazones por generaciones enteras de antepasados vuestros. Multiplicad esa riqueza mediante el trabajo por la edificación de una sociedad en la que florecerán plenamente la justicia y la paz de Cristo. Encomendándoos a todos a la protección de la madre de Cristo, la Reina de Polonia de Jasna Gora, os bendigo de corazón: en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.



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