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VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA

DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
AL CUERPO DIPLOMÁTICO*

Sede de la Nunciatura Apostólica, Santiago de Chile
Viernes 3 de abril de 1987

 

Excelencias,
señoras,
señores
:

1. Esta visita pastoral a Chile me ha deparado la grata oportunidad de encontrarme con vosotros, distinguidos Jefes de las Misiones diplomáticas acreditadas en esta noble nación. En mis peregrinaciones por diversos países del mundo, es siempre para mí motivo de grata complacencia poder saludar a los miembros del Cuerpo Diplomático, y manifestarles personalmente mi vivo aprecio, por la permanente labor de servicio que desempeñan en pro de sus respectivos pueblos y Gobiernos, en favor de la pacífica convivencia internacional. Por eso, en estos momentos, siento una profunda satisfacción al dirigiros estas palabras de saludo. En vuestras personas, deseo saludar a las diversas naciones de las que sois tan altos como dignos representantes.

Cada uno de vosotros tiene naturalmente sus propios orígenes y quizá también distinta procedencia cultural. Como consecuencia, es muy probable que sea diversa vuestra visión de la vida, y vuestra percepción de la realidad internacional. Sin embargo, todos coincidís en una misión noblemente unificadora: la de ser constructores de puentes de colaboración y de concordia entre los países.

2. La Iglesia en general, y la Santa Sede en particular, trabajan también por la consecución de estos objetivos. Pero como su acción no está limitada por el horizonte del tiempo, sino que se proyecta a la eternidad, su cometido es de carácter religioso, trascendente. Sin embargo, al llevar a cabo la obra evangelizadora en el devenir histórico, y siendo el hombre de todos los tiempos el destinatario de su mensaje de salvación, no puede dar la espalda a los grandes problemas del mundo; y. como el Buen Samaritano de la parábola evangélica, sabe que también es un deber ayudar a que el hombre siga, en su tránsito por la historia, el camino de la convivencia pacífica, la solidaridad y la colaboración.

Tal como he querido poner de manifiesto desde el comienzo de este viaje –durante mi escala en Uruguay– esta visita pastoral a Chile y Argentina reviste un significado especial de celebración de la paz entre ambas naciones. El Tratado de Paz y Amistad al que, con la ayuda del Todopoderoso, felizmente condujo el “ iter ” de la Mediación, ha reafirmado la voluntad concorde de paz de ambos países y de sus gobernantes, y la ha proyectado hacia el futuro en términos de renovada solidaridad y de prometedora colaboración.

Este Acuerdo no sólo constituye una inestimable contribución al reforzamiento de una convivencia armónica en esta zona de América, sino que representa además el valor de un elocuente testimonio para las relaciones entre todas las naciones de la tierra, pues ha hecho patente la eficacia de un principio que ha de inspirar siempre esas relaciones: la disponibilidad al diálogo. En todos los niveles de la vida humana es indispensable esta actitud, que impulsa a buscar puntos de contacto, a estudiar soluciones constructivas y. en consecuencia, a evitar enfrentamientos que puedan poner en peligro la convivencia pacífica o la estabilidad internacional.

3. Durante los años de vuestro servicio diplomático seguramente habréis tenido ocasión de conocer la incesante obra que ha hecho y sigue haciendo la Sede Apostólica por la promoción y la defensa de los derechos de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios. Es éste un modo muy actual de cumplir con la labor de servicio al hombre que ha llevado a cabo la Iglesia desde los primeros momentos de su historia, consciente de que así cumple el mandato evangélico de la caridad, el cual ha de ser el distintivo cristiano de todos los tiempos.

De hecho, la fraternidad humana, verdadera piedra angular del edificio social, es un imperativo irrenunciable en la vida de cada nación, en la vida de todos los pueblos del planeta. Como he escrito en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz del presente año, “ una vez aceptado el hecho de que todos somos hermanos y hermanas en el seno de la humanidad, podremos consiguientemente modelar nuestras actitudes en la vida, en la perspectiva de la solidaridad que a todos nos hace una misma cosa ”.

4. Excelencias, señoras, señores: Estos son los votos que formulo también aquí, frente a vosotros, representantes de un buen número de naciones del mundo: ¡Que la estrella de la fraternidad humana guíe siempre los pasos de los hombres y de las naciones, y que todos se reconozcan hijos de un mismo Padre que está en los cielos!

Mientras tanto, invoco las más abundantes bendiciones de Dios Todopoderoso sobre vuestras personas, vuestras familias y vuestros pueblos.


*Insegnamenti X, 1 pp.1007-1009.

L'Osservatore Romano 6.4.1987 p. XXI.

L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, n.15, p.21.



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