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VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN  PAOLO II
DURANTE EL ENCUENTRO ECUMÉNICO
EN LA NUNCIATURA APOSTÓLICA

Buenos Aires
Domingo 12 de abril de 1987

 

Muy queridos hermanos en Jesucristo:

1. En esta feliz circunstancia deseo presentaros mi más cordial saludo en el nombre del Señor: “Que la gracia y la paz sean con vosotros de parte de Dios Padre y del Señor Jesucristo” (Ga 1, 3). Sed bienvenidos en su nombre (cf. Sal 118 [117], 26).

Siento particular gratitud y aprecio hacia vosotros por vuestra presencia, porque veo en este encuentro una manifestación de la gracia del Señor “que obra eficazmente en nosotros, los que creemos” (cf 1Ts 2, 13), y nos permite compartir nuestra común aspiración de que sea Él todo en todos (cf. 1Co 15, 28).

Viene ahora a mi mente la promesa del Señor Jesús que nos transmite el Evangelista San Mateo: “Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 28). Por eso, es motivo de particular satisfacción estar aquí reunido con los representantes de las Iglesia y Comunidades eclesiales cristianas de Argentina, para expresar nuestra voluntad de comunión y nuestra acción de gracias a Dios por los muchos dones que de su bondad hemos recibido.

2. Nuestro encuentro, en verdad, representa el fruto y el término de un largo camino, no exento de dificultades, que, en este noble país y en el mundo entero, han recorrido la Iglesia católica y las Iglesias y Comunidades eclesiales que vosotros representáis. Un caminar que, por parte de la Iglesia católica, recibió decidido impulso con el Concilio Vaticano II y que, por vuestra parte, ha hallado un eco y una acogida que, con la gracia de Dios, ha hecho surgir vías e instrumentos de diálogo y de entendimiento que acortan distancias y allanan obstáculos.

En un sentido todavía más profundo, este encuentro de hoy en Buenos Aires, y el camino que a él ha conducido, suponen una conciencia creciente de aquello que nos une, más allá y por encima de las diferencias que nos separan: el bautismo común en el nombre de la augusta Trinidad, un gran amor a Jesucristo, único Mediador y Redentor, la veneración por las mismas Escrituras Sagradas, la actitud humilde y firme de servir a la gloria del Señor y al bien de cada hombre y mujer en este lugar y en estos tiempos, y la pasión por la unidad “para que el mundo crea” (Jn 17, 21).

3. Nuestro estar juntos es ciertamente término y fruto del camino recorrido, pero a la vez ha de ser germen y nuevo punto de partida en nuestra marcha hacia la unidad; es decir, en el camino que nos lleva hacia el Señor y. con su gracia, hacia el perfecto cumplimiento de su voluntad.

Por eso, todos los esfuerzos que se llevan a cabo –también en Argentina– en el campo del diálogo teológico, de la colaboración en tantas facetas de la vida eclesial, del testimonio común en lo que ya estamos unidos y. sobre todo, nuestra confiada plegaria al Señor, no tienen otro sentido y otra meta que ésta: llegar a ser uno; “Yo en ellos y tú en mí –dice Jesús al Padre en su oración sacerdotal– para que sean perfectamente uno” (Jn 17, 23).

Con ánimo grato a Dios, Padre amoroso que cuida de todos sus hijos, y dóciles a las inspiraciones del Espíritu, queremos hoy, en palabras de San Pablo, “dar al olvido lo que hemos dejado atrás” y. con renovada confianza, continuar nuestra marcha “corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio a que Dios nos llama desde lo alto en Cristo Jesús” (Flp 3, 13-14).

Al manifestar mi aprecio por todas aquellas iniciativas orientadas a reforzar los lazos que nos unen, elevo mi ferviente plegaria al Altísimo para que asista con su gracia a los responsables de las Iglesias y Comunidades cristianas en tierra argentina y que un día podamos llegar a la deseada unidad.



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