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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE MALAWI
ANTE LA SANTA SEDE
*

Jueves 13 de abril de 1989

 

Señor Embajador:

Acepto con sumo agrado las Cartas que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Malawi ante la Santa Sede. Aprecio profundamente los saludos y buenos deseos que me ha comunicado en nombre de su Presidente, Dr. Ngwazi H. Kamuzu Banda, y quisiera que usted le asegurase mis constantes oraciones por la paz y el bienestar de todos los habitantes de su País.

Me alegra el pensamiento de la visita pastoral que en breve efectuaré a Malawi. Tiene lugar en este año centenario de la llegada de los primeros misioneros católicos. Con esta visita, quiero fortalecer en la fe a mis hermanas y hermanos católicos, y acompañarlos en la acción de gracias a Dios omnipotente por las múltiples bendiciones recibidas por la Iglesia en Malawi durante los últimos cien años. También tendré entonces el privilegio de encontrar a vuestro Presidente de manera oficial; aunque mi visita tendrá un carácter primordialmente pastoral, mi mensaje será de paz y de buena voluntad para todo el pueblo de Malawi. Tengo, por lo tanto, la ferviente esperanza de que mi visita sirva, como acaba de mencionar Vuestra Excelencia, para desarrollar las buenas relaciones existentes entre el Gobierno de Malawi y la Santa Sede.

Usted se ha referido con benevolencia a los esfuerzos de la Santa Sede por promover el diálogo para conservar la paz mundial. Ciertamente, la diferencia económica que separa al Norte del Sur y los contrastes ideológicos entre el Este y el Oeste, obligan a todos los pueblos del mundo a seguir el camino del diálogo. El verdadero diálogo va más allá de las ideologías contrastantes y ayuda a superar las nociones y opiniones preconcebidas, mientras concentra la atención sobre las aspiraciones a la solidaridad, presente en el corazón de todos. Presupone el dejar a un lado el género de pensamiento, fuente de división, que defiende el privilegio y el poder personal; llama a sustituir las tensiones políticas, económicas, sociales y culturales con una nueva apertura hacia la generosidad y la colaboración, según un espíritu de confianza mutua (cf. Mensaje para la jornada mundial de la Paz, 1986, n.4).

Durante sus veinticinco años de independencia, su País ha disfrutado de los beneficios de la paz. Usted ha afirmado que esto se debe en gran medida a la protección, por parte del Gobierno, de los derechos a la libertad de culto y de asociación. Igualmente, un factor importante que ha contribuido a la unidad nacional de su País ha sido el respeto del Gobierno hacia la diversidad y el carácter único de los diversos grupos étnicos y religiosos que forman parte de la población. En mi mensaje para la Jornada mundial de la Paz de este año, he repetido la firme convicción de la Santa Sede de que sólo a través de un compromiso sincero a todos los niveles de la sociedad se podrán eliminar todas las formas de discriminación religiosa, cultural y étnica, y se podrá alcanzar la unidad nacional. He subrayado que «la reconciliación según la justicia, respetuosa de las legítimas aspiraciones de todos los que forman la comunidad, debe ser la norma. En todo, y por encima de todo, la paciente tarea para tejer una convivencia pacífica encuentra vigor y realización en un amor que abarca a todos los pueblos. Este amor puede expresarse en innumerables modos concretos de servicio a la rica diversidad del género humano, uno en su origen y destino» (núm. 12, L’Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 18 de diciembre, 1988, pág. 9).

Veo con satisfacción el aprecio de su Gobierno hacia el continuo compromiso social de la Iglesia, especialmente en las áreas educativa y sanitaria. La misión que Cristo encomendó a su Iglesia es la de conducir a toda la Humanidad hacia Dios, para que comparta su vida divina y su felicidad para toda la eternidad. Sin embargo, el servicio de la Iglesia a la comunidad humana se deriva de esta misión estrictamente religiosa, según el precepto divino de la caridad (cf. Gaudium et spes, 42). Conforme a este precepto, la Iglesia en Malawi procura, según sus recursos, ayudar en los programas de desarrollo social. Trabajando en colaboración con su Gobierno, la Iglesia, con sus diversas formas de apostolado, trata de servir de fermento para el mejoramiento de la sociedad.

No puedo dejar de mencionar la preocupación de la Santa Sede por el número creciente de refugiados que han entrado en su País durante los últimos años, en busca de seguridad, alimento y amparo. Provienen en su mayor parte de las áreas de conflicto en Mozambique. Felicito y animo a su Gobierno en sus esfuerzos para hacer frente a este difícil problema. Hago también un llamamiento a toda la comunidad mundial y a los organismos humanitarios de ayuda internacional, para que asistan a Malawi en proveer toda la ayuda necesaria a esta gente pobre y sin hogar.


*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, n.21, p.6.



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