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VIAJE APOSTÓLICO A MÉXICO Y CURAÇAO

PALABRAS DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
 EN LA CEREMONIA DE BENDICIÓN
DE LA CATEDRAL DE VILLAHERMOSA


Tabasco, viernes 11 de mayo de 1990

 

Querido señor obispo, monseñor Rafael García González,
sacerdotes, religiosos y demás fieles de esta diócesis:

Mi más cordial saludo a vosotros, a toda la población de Villahermosa y al entero Estado de Tabasco. Quiero también saludar a las hermanas religiosas aquí presentes. Quiero saludar a los seminaristas que no solamente están presentes, sino también gritando.

1. Antes de bendecir la capilla expiatoria de la catedral quiero detenerme brevemente a considerar con vosotros el significado de esta ceremonia.

Por ser la catedral la mejor expresión material de la diócesis, en ella me encuentro hoy con la Iglesia de Dios que vive en Tabasco, como lugar de acogida para las generaciones pasadas, las actuales y las que vendrán. En efecto, sus muros nos hablan de todos aquellos cristianos —sacerdotes, religiosos y laicos— que desde la primera evangelización, con fe y amor, con oración y sacrificio, han colaborado con Cristo en la edificación de su Iglesia en Tabasco.

Además, la iglesia catedral es signo visible del renacimiento espiritual en Tabasco. Está demostrando que, con vuestra fe, no habéis querido dar vida a ninguna otra cosa, sino a la Iglesia de Jesucristo, asentada sobre el fundamento de los Apóstoles.

Por eso, la catedral ha de ser punto permanente de referencia al que todos los fieles de Tabasco dirijan su mirada. En ella confluyen simbólicamente vuestra unión con Cristo y con toda su Iglesia; ella reclamará siempre de vosotros fidelidad, colaboración y empeño, para dilatarse ulteriormente en abundantes obras de evangelización y de caridad.

2. San Pablo dirige a los cristianos de Efeso unas palabras que considero oportuno recordar en estos momentos: “Ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Cristo mismo... en el Espíritu” (Ef 2, 19-22).

La piedra angular, el fundamento del edificio de la Iglesia es Jesucristo. Por eso, con sabiduría evangélica, habéis querido vosotros que esta capilla expiatoria constituya la primera etapa de la catedral. Y para significarlo, el Santísimo Sacramento quedará permanentemente expuesto en la capilla expiatoria y será acompañado también con la Adoración nocturna. Y junto a Jesús Sacramentado, la imagen del Divino Preso, Cristo Rey, Señor de Tabasco. En verdad la catedral representará, de modo elocuente, el puesto central que Jesucristo debe ocupar siempre en la vida de toda la diócesis y de cada uno de vosotros.

Después, y del mismo modo que habéis procedido en su construcción, habéis de esforzaros también en la edificación de vuestras vidas, como templo dedicado a Dios. Conducidos siempre, como afirma san Pablo, como sabios arquitectos que saben construir su propia existencia sobre el verdadero fundamento, sobre el único cimiento sólido, Jesucristo (cf. 1Co 3, 10-11). En El, presente en vosotros por la gracia, ha de fundarse todo vuestro ser y vuestro obrar. Viviendo de esta manera, teniendo a Cristo como centro, haréis realidad en vuestra vida las palabras de san Pedro: “También vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual” (1P 2, 5). Siendo cada uno templo del Espíritu Santo, seréis a la vez las piedras vivas que Cristo necesita para seguir edificando su Iglesia en Tabasco.

3. Quiero ahora dirigirme a los enfermos aquí presentes y a todos los que, en la República Mexicana, sufren a causa de la enfermedad. Me dirijo a todos los que sufrís para deciros, una vez más, que ocupáis de verdad un lugar privilegiado, en el corazón de la Iglesia, en el corazón del Papa: El Papa, así como toda la Iglesia, encuentran en vuestro dolor, ofrecido a Dios, junto con la Pasión de Cristo, un fuerte apoyo para realizar la misión que el Señor les ha encomendado.

Si todos los cristianos formamos, como piedras vivas, la Iglesia de Jesucristo, los enfermos sois en cierto modo el cimiento de ese edificio. Cristo, muerto y resucitado, es el fundamento, la piedra angular, y junto a El, dando solidez a la construcción, ocupando un lugar aparentemente oculto y escondido, os encontráis vosotros cuando unís vuestro dolor al dolor salvífico del Redentor.

4. El Evangelio nos ha transmitido numerosos ejemplos del trato de Jesús con los enfermos: el ciego que pedía junto al camino (cf. Mc 10, 46 ss), la hemorroisa (cf. Lc 8, 40 ss), el hombre que tenía una mano paralizada (cf. Mt 12, 9 ss), la mujer encorvada (cf. Lc 13, 11 ss), los leprosos cf. ibíd., 17, 12 ss). Son muchos los que se acercan a Cristo con motivo de su enfermedad: quizás no hubieran acudido a El si hubieran estado sanos.

Hermanos y hermanas, queridos enfermos, vosotros lo sabéis, vosotros habéis tenido esta experiencia: la enfermedad, cuando se acepta, nos acerca a Cristo.

La enfermedad consigue a veces que el hombre caiga de su pedestal de arrogancia y se descubra tal y como es: pobre, desvalido, necesitado de la ayuda de Dios. La enfermedad conduce con frecuencia a cambios radicales en la vida de relación con Dios de una persona: “¡Animo!, hijo, tus pecados te son perdonados” (Mt 9, 2) son las primeras palabras que escucha el paralítico de Cafarnaún: “Mira, estás curado; no peques más, para que no te suceda algo peor” (Jn 5, 14), dirá el Señor al enfermo paralítico de la piscina Probática. Son muchos los milagros que el Señor realiza en los cuerpos de esos enfermos, pero son más y más importantes los que realiza en sus almas.

5. Estas curaciones sirven a Cristo para señalar la llegada del Reino: “Id y contad a Juan lo que oís y veis: Los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva” (Mt 11, 4-6). Los enfermos del Evangelio son signo del Reino cuando son curados: también vosotros sois signos del Reino y, aún en mayor medida, cuando, aceptando la voluntad del Dios, vivís con alegría vuestra enfermedad.

6. ¿Comprendéis por qué la Iglesia os mira con predilección?

¿Comprendéis por qué la Iglesia se apoya especialmente en vosotros? ¿Comprendéis por que el Papa os pide el tesoro de vuestro dolor para realizar la nueva evangelización de Tabasco, de la República Mexicana y del mundo entero? En vuestros cuerpos enfermos, en vuestro sufrimiento, en vuestra debilidad, y sobre todo en vuestra alegría, allá donde estéis, unidos a Cristo, la Iglesia encontrará la fuerza para extender la acción evangelizadora que El mismo le ha confiado.

Antes de concluir deseo manifestar mi profundo aprecio a cuantos en los hospitales, sanatorios, centros de asistencia y en los hogares mexicanos dedican su capacidad profesional y sus desvelos a aliviar y curar a los hermanos que sufren.

A vosotros, los enfermos aquí presentes, y a cuantos siguen este encuentro a través de la radio y la televisión os encomiendo al cuidado maternal de Nuestra Señora de Guadalupe, mientras os imparto con afecto una especial Bendición Apostólica.



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