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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS DE LAS PROVINCIAS ECLESIÁSTICAS DE SEVILLA
Y GRANADA EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Lunes 18 de noviembre de 1991

 

Amadísimos Hermanos en el Episcopado:

1. Al daros mi más cordial bienvenida a este encuentro, deseo a la vez agradeceros el profundo gesto de comunión en la fe y en la caridad que significa esta visita “ad limina Apostolorum”, que con tanto esmero habéis preparado. Dentro de los deberes ordinarios de vuestro ministerio pastoral está también el de visitar periódicamente las tumbas de los Apóstoles como expresión de comunión fraterna con el Obispo de Roma, el cual, en nombre del Señor y como sucesor de Pedro, preside en la caridad y es garante de la unidad de la Iglesia católica.

Habéis venido desde aquellas alegres y hermosas tierras de Andalucía, Extremadura, Murcia y Canarias acompañados por un nutrido número de fieles, de cada una de vuestras diócesis, como muestra también de cercanía y filial adhesión a esta Sede Apostólica y con los cuales tuve el gozo de compartir algunos momentos de plegaria y reflexión en la Basílica de san Pedro.

2. Por los designios de Dios estáis al frente de unas Iglesias venerables, herederas de tradiciones cristianas muy antiguas. En efecto, los datos de la historia sitúan a algunas de vuestras sedes ya en los siglos III y IV. La existencia de otras, desaparecidas ahora, en varias de vuestras ciudades, atestiguan también la difusión de la fe y la organización de la Iglesia católica por aquellas amadas tierras en tiempos no lejanos a las primeras generaciones cristianas. Ello tiene que ser un motivo de legítima satisfacción a la vez que de estímulo para vuestro ministerio.

Durante largos siglos muchas de esas Iglesias convivieron pacíficamente con otras religiones no cristianas, y se vieron también probadas por la persecución alcanzando muchos de sus hijos la gloria del martirio. De todos es conocida la riqueza espiritual de vuestras comunidades eclesiales, que se honran en contar con modelos de santidad y celo apostólico, como Juan de Dios, Juan de Ávila, los beatos Diego de Cádiz y Sor Ángela de la Cruz, entre otros. Junto a ellos es preciso evocar aquellos otros, hombres y mujeres, que iniciaron en esos territorios congregaciones religiosas hoy florecientes, o que dieron su vida en testimonio de la fe. Vuestros fieles se distinguen por una acendrada piedad, que expresan con espléndidas celebraciones y manifestaciones populares en honor de la Eucaristía, de la Pasión de Cristo o de la Virgen María.

3. En los últimos años, amados Hermanos, habéis promovido importantes iniciativas pastorales para impulsar la renovación de la vida cristiana propiciada por el Concilio Vaticano II y por las circunstancias espirituales y sociales de vuestro país. En algunas diócesis habéis celebrado Sínodos o Asambleas diocesanas con amplia participación de sacerdotes, religiosos y seglares. En todas ellas habéis tratado de dar nuevo vigor espiritual y apostólico a las propias comunidades eclesiales.

Conocéis bien las necesidades pastorales que en estos momentos se presentan con mayor urgencia en vuestros lugares respectivos. La cultura dominante difunde e infunde, particularmente en el ánimo de los jóvenes y de la gente sencilla, ideas y usos poco o nada compatibles con una visión cristiana de la vida. Una idea equivocada de modernidad lleva con frecuencia a menospreciar la importancia de la religión y de la fe, y a negar la existencia o el valor de las normas morales reveladas por Dios o manifestadas por la misma naturaleza de las cosas.

Con frecuencia se propagan entre la juventud doctrinas engañosas sobre el sexo y el amor humano, que minan los fundamentos de la unidad y estabilidad de la familia y de la misma sociedad. El espejismo de un bienestar y felicidad material, en no pocos casos gracias a un enriquecimiento rápido y fácil, hace que disminuya la estima del trabajo honesto y responsable. La carencia de un testimonio suficientemente transparente y decidido de la verdad y la belleza de la vida cristiana a nivel social por parte de muchos creyentes, favorece el crecimiento de estas tendencias negativas, presentes en muchas partes del mundo y que por desgracia tampoco faltan en vuestro país.

4. Ante estas circunstancias quiero alentar vuestros esfuerzos pastorales y los de todos aquellos que con vosotros trabajan al servicio del Evangelio en esas Iglesias particulares. La nueva evangelización de las personas, de los pueblos y de las culturas, a la cual nos llama la divina Providencia en nuestros días, tiene que estimular y conjuntar el esfuerzo pastoral de cuantos tienen la responsabilidad del servicio ministerial y apostólico.

Urgido por esta solicitud, deseo exhortaros a cultivar de modo particular la catequesis de niños, jóvenes y adultos como una de las tareas más fundamentales y decisivas, descubriéndoles las riquezas de Jesucristo y las auténticas exigencias de la vocación cristiana en el mundo de hoy; atended también con particular interés a la vida cristiana de las familias jóvenes; cuidad amorosamente de todas aquellas iniciativas que favorecen el desarrollo de las vocaciones al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada. Trabajad con confianza y tenacidad en favor de estos objetivos pastorales, sin olvidar las necesidades de otras Iglesias hermanas, con una particular proyección misionera “ad gentes”.

Junto con la catequesis, es preciso velar por la esmerada formación religiosa, dentro de la escuela, de todos aquellos niños y jóvenes cuyos padres así lo requieran. Esta es una labor que hay que mantener y mejorar con el esfuerzo conjunto de las familias, profesores e instituciones diocesanas. Las dificultades que se puedan presentar en un momento determinado no deben desalentaros en este irrenunciable empeño.

5. Por otra parte, haced todo lo que esté en vuestra mano para que en vuestras comunidades eclesiales surjan dirigentes laicos bien formados que hagan valer los principios evangélicos y la doctrina social de la Iglesia en el ordenamiento de la colectividad, en el desarrollo cultural y económico, en la atención a las minorías étnicas que conviven con vosotros, en la solución de viejos problemas socioeconómicos que han generado en vuestras regiones graves injusticias e incluso dolorosos conflictos.

Una buena formación cristiana de los fieles, especialmente de los jóvenes, requiere que conozcan las enseñanzas de la doctrina social de la Iglesia, en la cual encontrarán una preciosa ayuda para fomentar el espíritu de laboriosidad, para descubrir la importancia del trabajo bien realizado, para promover iniciativas de producción adaptadas a vuestras circunstancias e inspiradas en los ideales de justicia y solidaridad. De este modo, conscientes de sus posibilidades y confiando en su capacidad personal y en su trabajo, los jóvenes cristianos podrán colaborar eficazmente a preparar un futuro mejor para todos sus hermanos, especialmente para aquellos que sufren todavía la humillación de la pobreza cultural y material.

En las presentes circunstancias es preciso dedicar gran atención a la formación de los seglares abriéndoles el camino para que colaboren activamente en la vida y misión de la Iglesia. Ellos, con su testimonio cristiano, sus variadas iniciativas y su vasta presencia en todos los ámbitos, enriquecerán la relación de la Iglesia con la sociedad y la acción apostólica de la misma en todos los centros urbanos y zonas rurales.

Mediante las relaciones quinquenales enviadas y por los coloquios individuales, he podido constatar que muchas de vuestras regiones se están transformando rápidamente. Es muy importante que, en estos momentos, la acción evangelizadora y asistencial de todas las personas e instituciones de la Iglesia, de una manera bien concertada, y en estrecha relación y colaboración con vosotros — superando incertidumbres y temores —, responda eficazmente a las necesidades de los tiempos.

6. Al pensar en vuestras Iglesias particulares, tengo presente también a las muchas congregaciones y comunidades religiosas establecidas en las mismas. Importantes y numerosas obras de la Iglesia en el campo de la enseñanza, asistencia social y atención a los pobres, enfermos y marginados, están dirigidas y sostenidas por religiosos y religiosas. Otros muchos trabajan en las parroquias o en templos no parroquiales. Por ello, en vuestro nombre y junto con vosotros agradezco la labor eclesial de estos religiosos y religiosas en el florecimiento espiritual de vuestras comunidades. Al mismo tiempo, les animo a extremar su disponibilidad y su espíritu de comunión con los Obispos, siguiendo fielmente sus directrices doctrinales y pastorales, conscientes de que todo ello dará renovada fuerza a su testimonio de personas consagradas y redundará en una mayor eficacia de sus trabajos apostólicos. En esta circunstancia, mi recuerdo lleno de afecto va también a los numerosos monasterios de vida contemplativa para agradecer vivamente a aquellas almas consagradas su amorosa intercesión por todas las intenciones y necesidades de la Iglesia y del mundo, y alentarles en su testimonio de virtudes sobrenaturales.

Pienso con singular solicitud en las instituciones dedicadas a la enseñanza de las ciencias sagradas que hay en ambas provincias eclesiásticas. En ellas se preparan intelectualmente los futuros sacerdotes de bastantes diócesis y de no pocas congregaciones religiosas. Quiero alentar la sacrificada labor de quieres dedican sus esfuerzos a estos centros y les exhorto a desempeñar sus tareas como un verdadero ministerio eclesial, en íntima comunión y colaboración con vosotros, en fidelidad al magisterio de la Iglesia, en estrecha relación con la vida real de las comunidades y con las necesidades espirituales de los fieles cristianos.

7. Junto con mi afecto y vivo agradecimiento a los sacerdotes de vuestras diócesis por su labor ministerial, deseo dirigir también una palabra de aliento a los laicos comprometidos que colaboran en las tareas y en la misión de la Iglesia, a las familias cristianas que reciben con gratitud el don de la vida y transmiten la fe y el espíritu de piedad a sus hijos; a los jóvenes y a los niños, a los ancianos y a los enfermos, a todos los miembros de vuestras Iglesias quiero que llegue hoy el saludo y la bendición del Papa.

Sé que la Archidiócesis de Granada conmemora el próximo año el V Centenario de su refundación en 1492, en cuyo marco el Sínodo diocesano ha puesto en marcha un programa de renovación espiritual y apostólica. Ruego al Señor que esta gozosa efeméride produzca abundantes frutos eclesiales para bien de aquella Iglesia particular y de toda la querida comunidad andaluza.

Y en la perspectiva del V Centenario del comienzo de la evangelización de América, ¿cómo no recordar los magnos eventos que con tanto empeño y solicitud pastoral se están programando en Andalucía? En primer lugar el Congreso Eucarístico Internacional, que tendrá lugar en Sevilla, y que bajo el lema “Cristo, luz de los pueblos” quiere ser profesión solemne de la fe de la Iglesia en la Santísima Eucaristía y, a la vez, testimonio ante el mundo de aquella universalidad que nace del amor y que hace cinco siglos impulsó a los misioneros españoles a lanzarse a la exaltante aventura apostólica de anunciar el mensaje de salvación a los hermanos de la otra orilla del océano. Con la ayuda de Dios espero poder estar presente en aquel Congreso Eucarístico uniéndome así a la acción de gracias del Episcopado y de toda la Iglesia en España por los abundantes frutos que en estos quinientos años ha producido la generosa siembra evangélica llevada a cabo por una legión de hombres y mujeres urgidos por el amor a Cristo y a los hermanos. En este contexto tendrán lugar también el XI Congreso Mariológico y el XVIII Congreso Mariano Internacional que, bajo el lema “María, Estrella de la Evangelización”, se celebrarán en Huelva, diócesis particularmente ligada al culto mariano y a la gesta del descubrimiento de América.

8. Queridos Hermanos, antes de concluir este encuentro quiero pedir al Señor de la mies que bendiga vuestro ministerio, que os colme con el gozo de la fidelidad vivida en fraternidad y en servicio. Nos conviene recordar las palabras del Señor: “No temáis, yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33). Con Él, con la fuerza de su presencia y de su Espíritu, hemos de proseguir nuestro ministerio apostólico con la esperanza puesta en el poder del Dios de la misericordia y de la gracia.

Con toda la confianza que nos inspira la Santísima Virgen, pongo vuestras Iglesias particulares, los sacerdotes, los religiosos y religiosas, las familias cristianas, los jóvenes y los ancianos, los enfermos y los pobres, bajo su amparo maternal. A Ella, a su amorosa intercesión ante su divino Hijo, encomiendo la vida y la actividad apostólica de vuestras Iglesias y de todos vosotros, mientras os bendigo de corazón.



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