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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL CAPÍTULO GENERAL DE LOS MISIONEROS
HIJOS DEL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA (CLARETIANOS)

Jueves 19 de septiembre de 1991

 

Queridos Misioneros
Hijos del Corazón Inmaculado de María
:

1. Me es grato tener este encuentro con vosotros, los miembros del Capítulo General Ordinario de vuestro Instituto Claretiano que, precisamente por ese medio y en continuidad con los cuatro precedentes celebrados después del Concilio Vaticano II, va renovando y rejuveneciendo sus estructuras, su carisma, sus cargos de responsabilidad. Una muestra de ello es su dinamismo interno y la amplia representación de tantos países en los que está presente.

Dirijo un especial saludo al padre Gustavo Alonso que, después de doce años, deja el cargo de Superior General, y al mismo tiempo felicito cordialmente a su sucesor, el padre Aquilino Bocos Merino, al cual agradezco las amables palabras de homenaje que ha pronunciado en nombre de todos vosotros. Asimismo, deseo expresar mi complacencia por el bien que vuestra familia religiosa va realizando en la Iglesia y en medio de la sociedad.

2. En estos últimos años ha tenido lugar en Europa occidental y en Norteamérica un descenso de vocaciones, que se ha visto reequilibrado, sin embargo, por una valiosa expansión en Europa oriental y en varios países de África y Asia. Ello os ha conllevado unos problemas no solamente de orden económico, sino principalmente a nivel de formación, de inculturación, de selección vocacional, así como de adecuación de vuestro carisma misionero y mariano a los nuevos ambientes en los que la Iglesia os ha necesitado para el servicio del Evangelio.

La recia personalidad apostólica de San Antonio María Claret, reflejada y operante en vuestras Constituciones renovadas, os ha ayudado a superar muchas de las dificultades que en estos últimos años ha sufrido la vida de los Institutos religiosos. De este modo, las nuevas exigencias del apostolado misionero os han hecho constatar que era preciso acentuar e incrementar la dimensión espiritual y contemplativa de vuestra vida, fomentar el aspecto comunitario de la misma no sólo como convivencia, sino también como misión y realización de vuestra tarea misionera en el mundo.

3. Por otra parte, la conciencia de que el ministerio de la Palabra constituye el aspecto principal de vuestra herencia claretiana, os ha hecho comprender que la fidelidad a vuestra misión os exige, como ocurrió con vuestro Fundador, una dedicación permanente al estudio de esa misma Palabra y una fidelidad inquebrantable al Sucesor de Pedro y al Colegio Episcopal, del cual San Antonio María Claret os definía “fortes adiutores”.

Durante estos días estáis llevando a cabo una reflexión programática sobre vuestro “servicio misionero de la Palabra en la nueva evangelización”. Con ello queréis dar respuesta al desafío del mundo que envejece, al cual es necesario devolver la esperanza a través de la permanente novedad del mensaje evangélico. Por eso debéis proclamar por doquier que Cristo es el “hombre nuevo”. Vosotros, en cuanto cristianos y religiosos, debéis dar testimonio de que habéis renunciado al “hombre viejo” y os habéis revestido de Cristo (cf. Col 3, 10). Como misioneros, tenéis la tarea irrenunciable de ser “embajadores de Cristo” (cf. 2Co 5, 20), revestidos del “hombre nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad” (Ef 4, 24).

4. Permitidme, queridos hermanos, que os exhorte una vez más a estudiar y meditar asiduamente la Palabra de Dios, al servicio de la cual habéis sido llamados. Vuestro Santo Fundador dedicaba diariamente todo el tiempo que le era posible al estudio de la Sagrada Escritura. Vosotros no podéis obrar diversamente si queréis de verdad cumplir plenamente vuestra misión. La Palabra de Dios ha de convertirse en fuente de contemplación y compromiso para vuestra espiritualidad personal, y ser centro de diálogo y celebración comunitaria; ha de ser igualmente el objeto principal de vuestro estudio e inspiración de vuestro itinerario formativo; ha de concentrar, en cuanto anuncio de salvación y conversión, las energías de vuestro ministerio en el Pueblo de Dios y entre los no creyentes; ha de serviros como principio de discernimiento respecto de las obras que habéis de emprender como comunidad misionera.

Que en vuestro camino de fidelidad os guíe siempre la Virgen fiel, la Madre de Jesús, en cuyo Corazón, del cual os llamáis hijos, acogió y custodió la Palabra, dándola al mundo como principio y sacramento universal de salvación.

Junto con mi plegaria y sincero afecto, que os acompañe también mi Bendición Apostólica.



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