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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE NIGERIA ANTE LA SANTA SEDE
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Sábado 4 de enero de 1992 

 

Señor Embajador:

Me complace darle la bienvenida hoy con ocasión de la presentación de las Cartas que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República Federal de Nigeria. Ya han pasado casi diez años desde mi visita a su País. La calurosa hospitalidad del pueblo nigeriano y su determinación de progresar en la justicia y la paz siguen siendo un vivo recuerdo de mi peregrinación a África. Le estoy muy agradecido por los deferentes saludos que me ha transmitido de parte de Su Excelencia, el Presidente Ibrahim Badamasi Babanyida; yo con gusto correspondo expresándole mis mejores deseos de bienestar para todos sus compatriotas.

Hasta hace muy poco tiempo, numerosos aspectos de la vida internacional estaban dominados por la división del mundo en dos bloques opuestos, en los que el factor ideológico desempeñaba un papel preponderante. Las ideologías totalitarias de esta centuria – que se declaraban enemigas de Dios – han demostrado que eran también enemigas del pueblo, en cuyo nombre y por cuyo bien reclamaban el ejercicio del poder. Entre sus graves contradicciones internas de índole filosófica figuran su incapacidad de reconocer al individuo como persona dotada de un impulso espiritual irrefrenable hacia la libertad, especialmente hacia la libertad de conciencia. En los lugares donde estas ideologías prevalecieron, los regímenes opresivos pretendieron separar al pueblo de sus raíces espirituales y culturales, modificando sus puntos de referencia y su sistema de valores. Esto sólo sirvió para difundir la mayor de todas las alienaciones: el hombre alejado de Dios, muchas personas alejadas de los verdaderos fundamentos de la verdad, la moralidad y la auténtica solidaridad humana. Esta herida espiritual y cultural exigirá una larga curación.

Los acontecimientos de los últimos años han creado una nueva situación, tanto en cada uno de esos países como en la comunidad internacional. Escribí en la encíclica Centesimus annus: «Los acontecimientos del año 1989 han tenido lugar principalmente en los países de Europa Oriental y Central; sin embargo, revisten importancia universal, ya que de ellos se desprenden consecuencias positivas y negativas que afectan a toda la familia humana. Tales consecuencias no se dan de forma mecánica o fatalista, sino que son más bien ocasiones que se ofrecen a la libertad humana para colaborar con el designio misericordioso de Dios que actúa en la historia» (n. 26). Puede decirse que la historia de este tiempo se concentra y se prepara para dar un paso decisivo. De la sabiduría de los líderes mundiales y de la capacidad de los pueblos para procurar solucionar mediante el diálogo y la solidaridad, y nunca mediante la rivalidad y el conflicto, a los complejos problemas que debe afrontar la familia humana, dependerá en gran medida que este paso nos lleve o no hacia un futuro mejor. Si se quiere dar una respuesta a la nueva coyuntura internacional, no hay que «frenar los esfuerzos para prestar apoyo y ayuda a los países del tercer mundo» (ib., 28). En efecto, los cambios recientes en el marco de las relaciones internacionales en Europa y en la totalidad del hemisferio norte es una oportunidad providencial que tienen las naciones industrializadas para poner por obra una solidaridad más efectiva hacia los pueblos del mundo que necesitan desarrollarse.

Nigeria se ha esforzado durante estos años por consolidar una organización política y social más representativa y democrática. Entre esas iniciativas figuran las elecciones convocadas para elegir un Gobierno civil, que se celebrarán en el curso de este año. La clave del éxito de esa evolución positiva reside en la defensa de la persona humana, la familia y las diversas organizaciones sociales cada una de las cuales posee su propia esfera de autonomía y soberanía (cf. Centesimus annus, 45). Los esfuerzos por afianzar el sistema democrático contribuyen a la construcción de una sociedad más dinámica, justa y pacífica, así como de un sistema que permita que todos sus ciudadanos manifiesten sus opciones políticas, dándoles la posibilidad de elegir a quienes los gobiernan, controlarlos y reemplazarlos con medios pacíficos cuando sea necesario (ib., 46). Cuando las estructuras de participación y responsabilidad común se fortalecen y se crean oportunidades para el progreso de las personas a través de la educación y el trabajo, la sociedad encuentra en sí misma los recursos necesarios para alimentar ese mismo progreso. Dios Omnipotente haga que su pueblo y su Gobierno vean coronados sus esfuerzos en la construcción de un futuro mejor y más luminoso.

Una condición indispensable para que cada pueblo asegure un orden social que respete la dignidad inviolable de la persona humana es que los ciudadanos de las diferentes tradiciones religiosas que viven en la nación se empeñen en vivir de modo armónico. La importancia de las buenas relaciones interreligiosas para la construcción de la paz es un aspecto central de mi mensaje para la Jornada mundial de la Paz de este año: «Testimoniar la paz, trabajar y orar por ella es propio de un comportamiento religioso coherente. Esto explica el porqué, incluso en los libros sagrados de las diversas religiones, la referencia a la paz ocupa un puesto de relieve en el ámbito de la vida del hombre y de sus relaciones con Dios. En efecto, mientras que para nosotros los cristianos, Jesucristo, Hijo de Aquél que tiene «pensamientos de paz, y no de aflicción» (Jr 29, 11), es «nuestra paz» (Ef 2, 14)..., para los fieles musulmanes el término «salam» es tan importante que constituye uno de los nombres divinos más bellos... Pues es propio de la religión fortalecer cada vez más la unión con la divinidad y favorecer una relación cada vez más solidaria entre los hombres» (n. 2; cf. L'Osservatore Romano, edición en Lengua Española, 13 de diciembre de 1991, pág. 21). Albergo la esperanza de que su País se distinga en el mundo como un faro de comprensión y de respeto mutuo entre todos los creyentes. Renuevo el llamamiento en favor del diálogo y la cooperación que lancé con ocasión de mi visita a Nigeria: «Si unimos nuestros esfuerzos podemos hacer mucho bien... Podemos colaborar en la promoción de la justicia, la paz y el desarrollo» (Discurso a la comunidad musulmana en Kaduna, 14 de febrero de 1982, n. 4; cf. L'Osservatore Romano, edición en Lengua Española, 21 de febrero de 1982, pág. 9).

Señor Embajador, ojalá que su estancia aquí como representante de Nigeria ante la Santa Sede represente una contribución fructuosa con vistas a la construcción de la paz y la solidaridad en las relaciones entre los pueblos y las naciones. Le garantizo la cooperación de los diversos dicasterios de la Santa Sede. Que el Altísimo le bendiga a usted y a todo el querido pueblo nigeriano. 


*L'Osservatore Romano. Edición Semanal en lengua española n.4 p.6 (p.42).



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