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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE BANGLADESH ANTE LA SANTA SEDE
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Viernes 10 de enero de 1992

 

Señor Embajador:

1. Le doy la bienvenida al Vaticano y me complazco en aceptar las Credenciales que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Bangladesh. Aprovecho esta oportunidad para reafirmar mis sentimientos de estima y de amistad hacia su pueblo. La cordial hospitalidad que me brindaron durante mi visita a su País, de la que ha se han cumplido cinco años, sigue siendo para mí un vivo recuerdo, porque fui como un «hermano... en nuestra común humanidad..., en nuestra adoración de un único Dios... y en nuestra solidaridad humana» (Discurso a la llegada a Dacca, 19 de noviembre de 1986, n. 1), y así me recibieron. Agradezco los cordiales saludos que me ha dado de parte de Su Excelencia, el Presidente Abdur Rahman Biswas. Le ruego transmita a Su Excelencia, a su Gobierno y a todos los ciudadanos de su nación mis mejores deseos de éxito en sus esfuerzos por hacer progresar el bien común.

2. La marcha de los acontecimientos mundiales a lo largo de los últimos años ha modificado radicalmente las relaciones existentes entre las naciones y los pueblos. Ha sido tan importante la distensión que esos cambios han aportado a las relaciones internacionales, que los pueblos del mundo disponen de una ocasión sin igual para trabajar en favor del desarrollo y, especialmente, del progreso de las naciones que aún no pueden gozar de su propia parte de los frutos de la creación. Muchos recursos humanos que, en el marco de un mundo dividido en bloques opuestos, antes se dedicaban a propósitos militares, ahora están disponibles y, por tanto, pueden servir para el progreso humano. Y entre esos recursos, conviene destacar los morales, como por ejemplo la creatividad, la preocupación por la educación y la investigación, la decisión inquebrantable de alcanzar la meta de la cooperación y la paz, y el generoso sacrificio de sí mismo, por mencionar sólo unos cuantos. Los bienes humanos, sobre todo los que acabamos de mencionar, son armas muy importantes contra el subdesarrollo (cf. Centesimus annus, 31-32).

3. La cooperación internacional efectiva para el desarrollo debería ampliar, más que disminuir, el campo de desarrollo de las naciones, a fin de que puedan decidir libremente los medios apropiados para alcanzar el bien común. El desarrollo verdadero exige que cada nación se afirme a sí misma y que cada ciudadano sea capaz de progresar en el ejercicio responsable de su propia libertad personal. De este modo, el establecimiento de una mayor participación y de una estructura política más justa, basada en una constitución civil que refleje la ley natural y honre la dignidad humana, «es la condición necesaria y la garantía segura para el desarrollo de «todo el hombre y de todos los hombres» (Sollicitudo rei socialis, 44). A la luz de esta verdad sobre el hombre y la sociedad, presto particular atención a su descripción de los esfuerzos del pueblo de Bangladesh para dar vida a una forma de gobierno más representativa y democrática. Pido a Dios Todopoderoso que lo ayude a perseverar y corone sus esfuerzos.

4. Mucho me complace que usted se haya referido al compromiso de la Santa Sede en favor del progreso de la paz en el mundo. En su servicio a la causa de la paz, la Iglesia desempeña un papel diferente del que corresponde a la sociedad civil. Esta distinción, al tiempo que impide identificar a la Iglesia con la comunidad política, de ningún modo disminuye la urgencia con la que busca estar al servicio de la vocación personal y social del hombre (cf. Gaudium et spes, 76). La Iglesia, para ser fiel a su propia misión de hacer conocer al hombre el camino de su destino eterno tal como lo quiso Dios, proclama la verdad sobre la dignidad de la persona humana y fortalece la solidaridad que lleva a una acción concreta en pos del bien común. Por su compromiso de fidelidad en la administración de los asuntos trascendentes, está presente en el orden temporal, con el fin de educar las conciencias en las verdades y valores que son fundamentales para el bienestar de la sociedad.

5. Como todos los buenos ciudadanos, los católicos de su nación, a la luz del Evangelio, dan su propia contribución a la sociedad de Bangladesh. El hecho de que sean una minoría de ningún modo los limita en la manifestación de su patriotismo y su lealtad a la nación. Por el contrario, los lleva a estimar su herencia nacional como un gran don natural dado por Dios, a reconocer y a responder a las necesidades de todos sus compatriotas. La Iglesia en Bangladesh, entre otras actividades, se halla profundamente comprometida en la dirección de escuelas e instituciones de caridad, que afianzan y favorecen la dignidad de la persona humana. Y está comprometida también en la cooperación con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, afrontando las amenazas que se ciernen sobre la salud moral de la nación y que provienen de una interpretación errónea de las exigencias de la ley divina o, incluso de su rechazo. Los católicos de Bangladesh desean, sobre todo, compartir con sus compatriotas una visión llena de esperanza.

Confiando en el poder de Dios misericordioso para vencer el mal en el corazón humano, procuran inspirar una nueva valentía en quienes están desalentados en la lucha contra la injusticia y la explotación y corren el riesgo de caer en la desesperación. La causa de Dios es la liberación del hombre, y jamás le faltará su asistencia divina.

6. La armonía y la paz entre los seguidores de las diferentes tradiciones religiosas es una exigencia esencial de los esfuerzos de su país para afrontar los desafíos que le esperan. Abrigo la esperanza de que su vida nacional refleje cada vez más lo que usted ha mencionado sobre la tolerancia y el respeto que los musulmanes de Bangladesh, fundándose en las enseñanzas del Santo Corán, tienen hacia los seguidores de otras confesiones religiosas. De hecho, como dije en mi mensaje para la Jornada mundial de la Paz de este año, las buenas relaciones interreligiosas son una condición fundamental y una ayuda esencial para la construcción de la paz. Si los creyentes de las diferentes religiones no crecen en el respeto recíproco, a través del diálogo y la reconciliación, perderán las oportunidades que se les presentan de trabajar en favor del bien común: el mundo no puede permitirse el lujo de desperdiciar semejante servicio a la familia humana. Si no existen buenas relaciones interreligiosas se corre el riesgo de que la religión se degrade en una especie de arma de la hostilidad y lleve a la repetición de «las numerosas heridas ocasionadas en el curso de los siglos» (loc. cit., n. 6). Renuevo el llamamiento que hice cuando visité Bangladesh: «Los que creemos en el poder omnipotente del Dios Altísimo debemos estar convencidos que, con su ayuda, la paz y la reconciliación son posibles. En verdad es su voluntad que trabajemos unidos para lograr esto» (Discurso en Dacca a los representantes laicos y a los líderes cristianos y no cristianos, 19 de noviembre de 1986, n. 9; cf. L'Osservatore Romano, edición en Lengua Española, 30 de noviembre de 1986, pág. 4).

Señor Embajador, le deseo pleno éxito en su nueva misión como representante de su nación, al tiempo que le aseguro que los organismos de la Santa Sede harán todo lo posible para ayudarle en el cumplimiento de su responsabilidad. Que Dios lo bendiga abundantemente a usted y a todos sus compatriotas.


*L'Osservatore Romano. Edición Semanal en lengua española n. 5 p.10 (p.70). 



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