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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE SENEGAL ANTE LA SANTA SEDE
*

Sábado 20 de noviembre de 1993

 

Señor Embajador:

Con gran alegría lo recibo y le doy la bienvenida como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Senegal ante la Santa Sede.

Le agradezco las amables palabras que me ha dirigido; testimonian sus nobles sentimientos, que he apreciado vivamente. En particular, le doy las gracias por haberme manifestado la estima de su presidente, el señor Abdu Diuf, hacia la actividad que la Santa Sede realiza para que los derechos humanos se respeten más en todo el mundo y se establezca entre los pueblos una cooperación cada vez más fraterna, mediante una solidaridad indispensable para el bienestar de la inmensa familia humana. Me complace formular al jefe de Estado senegalés, por medio de usted, mis mejores deseos, con el recuerdo inolvidable de la calurosa acogida que me reservó junto con todos sus compatriotas el año pasado en el país de la Téranga.

Su acreditación como embajador ante la Sede Apostólica es un significativo homenaje a su misión espiritual; y es también un testimonio de la importancia que Senegal atribuye a los valores religiosos que contribuyen, en gran medida, a hacer que las relaciones internacionales evolucionen hacia una colaboración cada vez más cordial y benéfica entre sus diversos miembros.

No dudo de que su función, que inicia oficialmente hoy, reforzara aún más nuestra coincidencia de puntos de vista y nuestros lazos de amistad, para una acción común en beneficio de nuestros hermanos. La Santa Sede, como usted bien sabe, respeta de verdad la dignidad de todas las naciones del mundo, tanto de las que son herederas de una larga historia como de las que se han unido más recientemente a la comunidad internacional con sus propias riquezas culturales. Procura favorecer en todo el mundo la difusión de determinados principios fundamentales de civilización y de humanidad, por los que la religión católica vela atentamente y se esfuerza por hacerlos penetrar tanto en las almas como en las instituciones. Sobre estos principios descansa la armonía de los derechos y los deberes internacionales; de su observancia depende que reine una paz verdadera en la gran familia humana.

Me agrada pensar que las diversas iniciativas de la Santa Sede para que progresen la justicia, la fraternidad, la comprensión y la paz entre los hombres, en el respeto de sus propias civilizaciones, hallan eco favorable entre sus compatriotas, a los que se estima por sus cualidades de apertura e interés que aportan a las relaciones humanas. En efecto, debido a su situación geográfica, Senegal no sólo tiene la vocación de puerta oceánica del continente africano, sino que también está llamado a ser, en cierto modo, un nexo entre el África negra y el África blanca. Además, sus habitantes se enorgullecen de promover la coexistencia armoniosa entre personas de religiones diferentes.

Al recordar a las familias religiosas de su país, pienso ante todo en los católicos de Senegal, cuya vitalidad pude apreciar durante mi visita pastoral. Un buen numero de ellos vinieron recientemente a renovar su fe durante una peregrinación a Roma y, aunque estaba yo ausente, les transmití mis mejores deseos y mi aliento. Señor embajador, permítame enviar, por medio de usted, mis saludos más fervientes a los pastores y a los fieles de la Iglesia católica que está en Senegal. Le aseguro que sus compatriotas católicos están deseosos de dar su contribución al progreso y al desarrollo de la nación, uniendo sus esfuerzos a los de sus compatriotas de otras tradiciones religiosas. Motivados por su fe cristiana y su amor a la patria, seguirán prodigándose en los ámbitos donde ya trabajan: la educación, la sanidad y la asistencia social. En la medida de sus posibilidades, contribuirán a afrontar los desafíos que usted ha mencionado. Ojalá que sean portadores de esperanza y constructores de paz, para alentar a quienes los rodean a superar las dificultades por las que atraviesa su país, como tantos otros de ese continente.

En este momento en que comienza su misión, le formulo mis mejores deseos. Le aseguro que aquí, entre mis colaboradores, hallará siempre una acogida atenta y una comprensión cordial.

Invoco de todo corazón la abundancia de las bendiciones divinas sobre usted, sobre su familia y los miembros de su embajada, así como sobre el pueblo senegalés y sus gobernantes.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n.48 p.10 (p.658). 



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