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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL CONSEJOS DE MINISTROS DE LA CONFERENCIA
SOBRE LA SEGURIDAD Y LA COOPERACIÓN EN EUROPA
*

Martes 30 de noviembre de 1993

 

Excelencias:

1. Con gran satisfacción os recibo esta tarde, al término de vuestra primera jornada de trabajo. Os doy las gracias de todo corazón por haber aceptado reuniros conmigo y haber encontrado el tiempo para compartir algunas de las preocupaciones del Papa, que sigue con gran solicitud los pasos aún inciertos de la nueva Europa, de la que la Conferencia sobre la seguridad y la cooperación en Europa ha sido un artífice convencido.

2. La reunión anual del Consejo de ministros de Asuntos Exteriores de los países que forman hoy la CSCE os permite hacer un balance de la evolución de este continente, que cuenta con fecundos recursos culturales y humanos. Pero también os corresponde prevenir, en la medida de vuestras posibilidades, las tensiones y los conflictos y, sobre todo, intentar resolver con valentía las crisis que debilitan la construcción europea, aun sin terminar. Al veros aquí, pienso espontáneamente que Europa quiere decir apertura. En efecto, en favor de la seguridad y la cooperación en Europa trabajan también naciones que pertenecen a otros continentes, como Canadá y Estados Unidos, o algunos Estados de Asia central. La CSCE es, pues, el marco natural de la realización de una gran comunidad de naciones, abiertas a los otros continentes y, en particular, a los países de la cuenca mediterránea.

3. La nueva Europa, querida por la Carta de Paris de 1990, no es ni la anexión de una parte del continente por otra, ni la sustitución de una confrontación ideológica con una confrontación económica. Europa debería caracterizarse por la elaboración de proyectos comunes, inspirados en los valores que la CSCE ha venido promoviendo con perseverancia desde 1975. La experiencia reciente muestra que Europa puede contribuir a la eliminación de los diferentes totalitarismos, que durante muchos años han desfigurado su rostro, poniendo la dignidad de las personas y de los pueblos en el centro de sus preocupaciones.

4. Por eso quisiera manifestaros con cuánta tristeza recibo las noticias siempre dramáticas que llegan de la antigua Federación yugoslava y, en particular, de Bosnia-Herzegovina. Nadie puede afirmar su soberanía o reivindicar sus derechos pisoteando los de sus hermanos. Antes pensábamos que nunca más veríamos la guerra en Europa. ¿Quién podía predecir que pretensiones racistas y nacionalismos injustos habrían hecho resonar sus eslóganes en este continente? ¿Qué decir del atroz espectáculo de pueblos enteros arrasados y de sus habitantes salvajemente maltratados y deportados? Esto recuerda dolorosamente un pasado que ha envilecido la historia de los hombres. Sin embargo, eso está sucediendo a pocos kilómetros de aquí. Todo el mundo lo sabe y lo ve. Es importante que la CSCE siga expresando un juicio político y moral sobre el desarrollo de la crisis yugoslava: de esta manera evitará el escándalo de desinteresarse ante hechos inadmisibles y obligará al conjunto de los Estados a tomar conciencia de que están comprometidos directamente, pues están en juego los derechos fundamentales de una persona o de un pueblo.

La mayor desgracia que podría sucederle hoy a Europa sería que aceptara con resignación la guerra, que martiriza a millones de hombres y mujeres, en especial en los Balcanes y en el Cáucaso.

Es posible ponerle fin, adoptando las medidas que hagan prevalecer las reglas del derecho. La ayuda humanitaria, brindada generosamente a las poblaciones de Croacia, Bosnia-Herzegovina, Serbia y demás repúblicas de lo que fue la Federación yugoslava, no puede dispensar a los responsables políticos de continuar buscando nuevas soluciones, para poner término a los excesos de violencia y odio, que no conducen a ninguna parte y que ninguna causa puede justificar.

La CSCE tiene la misión de crear las condiciones necesarias para una seguridad común, global y controlada. Pero es evidente que no se logrará jamás, si se aprueban las conquistas territoriales obtenidas con la fuerza; si la limpieza étnica, que no es más que genocidio, se eleva al rango de método, o si las reglas más elementales del derecho humanitario se violan ostensiblemente.

En Bosnia-Herzegovina, del mismo modo que en Serbia o en Croacia, viven mujeres y hombres de paz; pero no se les permite hablar bastante. Esas poblaciones, a las que la historia ha acostumbrado a superar las pruebas y a levantarse, disponen de recursos humanos y espirituales; démosles la posibilidad de expresarse mediante el diálogo y la negociación.

5. Excelencias, permitidme deciros, una vez más, y hoy en presencia de los más altos responsables de la diplomacia europea, que ha llegado la hora -esperemos que no sea demasiado tarde- de devolver la esperanza a las personas y a los pueblos. Ha llegado el momento de crear las condiciones necesarias para que se apliquen realmente y tengan el mismo valor para todos y en todas las circunstancias los principios y los compromisos que los participantes en la Conferencia sobre la seguridad y la cooperación en Europa definieron y firmaron tan felizmente en Helsinki, Viena y Paris.

Por su historia, su extensión geográfica y su gran diversidad cultural, la CSCE no puede contentarse con ser un simple instrumento más para contribuir a la conservación de la paz. Debe dar un verdadero impulso, a fin de que todas las naciones que reúne se afirmen como comunidades, compartiendo los valores humanísticos y morales que han hecho de este continente un punto de referencia para muchos otros pueblos. Así, los pueblos a los que representáis se sentirán más unidos y solidariamente responsables de su futuro. Conviene que esta idea de comunidad de naciones se haga realidad.

6. El odio no ha sido nunca algo definitivo entre las naciones. Pueblos europeos separados se han reunido; países ayer enemigos hoy trabajan juntos. La voluntad política, la comprensión de la historia y la generosidad de corazón permiten emprender en común grandes proyectos de cooperación y desarrollo.

A este respecto, hay que tener presente un hecho: el renacimiento de naciones a las que, durante muchos años, se les ha impedido manifestar su voluntad de vivir en libertad y expresar su identidad. Sin embargo, es necesario evitar que a una sociedad de naciones unidas por el miedo suceda una sociedad dividida por los particularismos; que a una sociedad internacional con una unidad falsa no suceda una sociedad diversificada de forma falsa. No cabe duda de que conviene reconocer las aspiraciones legítimas de las personas y de los pueblos a la libertad; pero es urgente que, hoy como ayer, todos tomen conciencia de sus deberes, lo mismo que de sus derechos, dando prioridad a la solidaridad para la construcción de una verdadera comunidad de naciones.

7. En este vasto continente hay cabida para las naciones grandes y para las pequeñas. Cada una tiene sus derechos y sus deberes. Cada una debe respetar a las otras. Es importante asegurar que todos se eduquen en la libertad. Los creyentes y la Iglesia católica en particular, desean contribuir formando las conciencias, sobre todo las de los jóvenes, insistiendo en la necesidad urgente de la reconciliación entre los pueblos; en una palabra, promoviendo los valores morales y religiosos, en los que han de apoyarse solidamente los cimientos de la casa común europea. La Iglesia católica se esfuerza por cumplir este cometido en estrecha colaboración con las demás comunidades cristianas y los creyentes de otras tradiciones. Se trata de rehacer la urdimbre de todo el entramado espiritual de Europa.

8. Excelencias, confío a vuestra reflexión estos pensamientos que me sugiere la historia europea de ayer y de hoy. Ruego a Dios que inspire a cada uno de vosotros las virtudes y la entereza indispensables para quienes tienen la misión no sólo de guiar a sus hermanos, sino también de despertar en ellos gran entusiasmo para que se comprometan en favor del camino de la paz. Tenéis, en cierto modo, una misión profética. Permitidme que, desde esta colina del Vaticano, os recuerde las palabras de san Pablo, el Apóstol de las gentes: «Procuremos, por tanto, lo que fomente la paz y la mutua edificación» (Rm 14, 19).

Que Dios todopoderoso bendiga a Europa, y le conceda dar al mundo ejemplo de concordia y solidaridad.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n.50 p.5.



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