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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL COLEGIO DE DEFENSA DE LA ORGANIZACIÓN
DEL TRATADO DEL ATLÁNTICO NORTE


Lunes 7 de febrero de 1994

 

Señoras y señores:

El Colegio de defensa de la OTAN ha reunido, una vez más, a un grupo de militares y diplomáticos, y esta circunstancia nos brinda la oportunidad de celebrar este encuentro, breve pero significativo.

Al daros la bienvenida al Vaticano, deseo pensar que cada uno de vosotros es un verdadero servidor de la causa de la paz. Paz es una palabra y un deseo que anidan en el corazón de todos. O por lo menos deberla ser así, porque se trata de un bien esencial del que dependen el bienestar de las personas y el progreso de la sociedad y la civilización. Pero si miramos a nuestro alrededor, no podemos por menos de quedar impresionados ante el espectáculo de tanta violencia, con la grave responsabilidad que implica para quienes han impulsado a los pueblos hacia esos conflictos tan crueles e inhumanos.

En muchos casos, sobre todo en la ex Yugoslavia, nos informan de que los horrores indescriptibles que personas inocentes sufren diariamente son el resultado inevitable de hostilidades y odios étnicos arraigados, del odio de un grupo hacia otro. Pero ésta no puede ser la única explicación. La guerra no es inevitable: es la consecuencia de una serie de políticas y decisiones concretas. Alguien, en algún lugar, toma decisiones que tienen consecuencias terribles de muerte, heridas, destrucción y dolor. La agitación y el conflicto sangriento que perturban a Europa hacen que se sienta insegura de sí misma. Europa debe recordar que su destino no depende únicamente de intereses estratégicos o económicos. Ante todo, debe recuperar su alma, para renovarse en su vida civil, moral y espiritual.

Los constantes llamamientos de la Santa Sede, así como los de otros líderes religiosos y hombres y mujeres de buena voluntad, se dirigen a la conciencia de quienes pueden hacer algo para cambiar el curso de los acontecimientos. Hasta ahora, la esperanza ha sido vana.

Cuando todos los medios humanos parecen fracasar, los creyentes imploran a Dios que, como dice el profeta Ezequiel, es el único que puede quitar el corazón de piedra y dar un corazón de carne (cf. Ez 11, 19). La súplica que elevo por vosotros, y por todos los que están al servicio de la causa de la paz es ésta: que un inmenso respeto al valor y a la dignidad únicos de todo ser humano guíe siempre vuestros corazones, y que vuestra formación y habilidad profesionales sirvan para defender y garantizar los derechos de todos, especialmente de las víctimas de la injusticia y la fuerza.

Que Dios os bendiga abundantemente a vosotros y a vuestros seres queridos en este Año internacional de la familia, y que proteja a los países que representáis.



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