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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE OBISPOS LATINOAMERICANOS
EN VISTAS DE LA PREPARACIÓN DEL II ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS

Jueves 12 de diciembre de 1996

 

Señores Cardenales,
queridos hermanos en el Episcopado,
distinguidos señores y señoras:

1. Me es muy grato recibir esta mañana a los Obispos Presidentes de las Comisiones Episcopales para la Familia de América Latina, a sus colaboradores y a diversos miembros latinoamericanos del Pontificio Consejo para la Familia, venidos para tomar parte en este encuentro, que tiene como principal objetivo la preparación del II Encuentro Mundial con las Familias.

Agradezco las amables palabras del Señor Cardenal Alfonso López Trujillo. Dirijo asimismo un especial saludo al Señor Cardenal Eugénio de Araújo Sales, Arzobispo de Río de Janeiro, y a Monseñor Claudio Hummes, Arzobispo de Fortaleza y Responsable de la pastoral familiar de la Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil.

La Arquidiócesis de Río de Janeiro, el resto del Brasil y toda América Latina, con la preciosa colaboración del CELAM, están preparando el Encuentro Mundial que tendrá lugar los días 4 y 5 de octubre del próximo año. Este Encuentro ofrecerá una nueva ocasión al Sucesor de Pedro para dirigirse a las familias del mundo, alentándolas a profundizar y asumir sus compromisos en esta hora de la historia, como sugiere el tema elegido: La familia: don y compromiso, esperanza de la humanidad.

De cara a esta preparación, habéis emprendido ya una campaña de sensibilización de las conciencias por medio de materiales catequéticos, que serán objeto de reflexión en el mundo entero, y que serán de ayuda para que todos asuman responsablemente los compromisos de esta urgente prioridad pastoral. Acompañándoos con la oración, también yo me preparo a ese Encuentro, que me permitirá además visitar de nuevo la tan querida América Latina.

2. Vuestra visita tiene lugar al cumplirse 15 años de la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio, fruto precioso del Sínodo sobre la Familia celebrado en el año 1980. Ésta es como una carta fundamental en la que se reconoce la decisiva y trascendental importancia de la familia para la humanidad y la Iglesia, y que ha dado un vigoroso incentivo a la renovación de la pastoral familiar. A la vez, ha impulsado esa pastoral específica, ofreciendo a los Obispos un instrumento precioso para ayudar a las familias a cumplir su misión, de modo que los esposos sean reflejo del amor fiel del Señor para con su Iglesia, colaboren en la obra de Dios al transmitir la vida y eduquen a los hijos en los genuinos valores evangélicos.

En nuestros días es fundamental ahondar en el compromiso personal con el que cada uno debe contribuir a enriquecer esta primaria y vital célula de la sociedad. No hay que olvidar, en los planes generales de la actividad eclesial, que la familia es el primero y principal camino de la Iglesia. Esta conciencia de su valor central para la Evangelización debe impregnar toda la estructura de la pastoral diocesana.

3. La Familiaris Consortio insiste muy especialmente en los derechos de la familia, de los cuales constituye corno una carta magna. Por eso son de alabar aquellas iniciativas tendentes a que todas las instancias con responsabilidad legislativa o de gobierno —a la vista de los derechos de esta institución natural, expresamente querida por Dios— respeten, ayuden y promuevan la familia como un bien necesario y fundamental para toda la sociedad.

El futuro de la humanidad y de América Latina pasa ciertamente por la familia.

4.Como es conocido, allí donde la Iglesia no ha podido ejercer su ordinaria acción evangelizadora, ha sido con frecuencia la familia la que ha preservado y mantenido la fe, transmitiéndola a las nuevas generaciones. Esta función propia de la familia como primera educadora de sus nuevos miembros manifiesta la verdadera vocación y misión de los padres cristianos, cuya responsabilidad primordial abarca la formación humana y religiosa de los hijos.

5. En los últimos años asistimos con viva preocupación al surgir de un desafío sistemático contra la familia, que pone en entredicho sus valores perennes, los cuales son el soporte de la misma institución natural. Con el pretexto de cuidar y proteger la familia y todas las familias, se olvida que hay un modelo querido y bendecido por Dios. Se niega el carácter específico de la entrega conyugal del hombre y la mujer, minusvalorando este compromiso indisoluble. Así mismo, se intenta, a veces, introducir otras formas de unión de pareja, contrarias al proyecto inicial de Dios sobre el género humano. De este modo se descuidan o entorpecen los derechos de la familia, minando así en sus mismas bases la sociedad y atentando contra su porvenir.

En efecto, el matrimonio o compromiso conyugal de un hombre y una mujer, en la mutua entrega y en la transmisión de la vida, son valores primarios de la sociedad, que la legislación civil no puede ignorar o combatir. Por ello, la Iglesia y sus Pastores no han de permanecer indiferentes ante ciertos intentos de cambios substanciales que afectan a la estructura familiar.

Un aspecto central es, sin duda, todo lo que se refiere a los derechos fundamentales de los hijos: tener un verdadero hogar, ser acogidos, amados, educados y recibir el buen ejemplo de sus padres. La mayor pobreza de los niños es no ser amados, no tener la protección y el tierno calor de las familias.

Ya próximos a las fiestas de Navidad, nos acercamos con gran veneración a la gruta de Belén, donde encontramos a la Sagrada Familia en cuyo seno nació y creció nuestro Salvador. Al contemplar este divino misterio descubrimos como una estrella que, con su luz, ilumina las rutas de la humanidad y nos guía hacia los umbrales del tercer milenio cristiano. La luz de esa estrella, como presencia de Dios entre los hombres, debe también iluminar a todos y llevarnos a comprometernos de verdad en defender y promover incansablemente los valores perennes de la familia, pequeña iglesia doméstica, santuario de la vida y cuna de la civilización del amor.

Amados Hermanos, en la Carta apostólica Tertio Millennio Adveniente afirmé que la preparación para el Gran jubileo del 2000 debe pasar necesariamente por la familia (Tertio Millennio Adveniente, 28). Por eso, os animo a proseguir esta tarea específica. Que la contemplación de la vida en el hogar de Nazaret, ejemplo para todas las familias del mundo y lugar donde el Señor, «único Salvador del mundo ayer, hoy y siempre» (Ibíd., 40), vivió su experiencia de vida familiar, os aliente a presentar ante el mundo la luz que espera la humanidad. Que os sea de gran ayuda para ello la Bendición Apostólica que os imparto con afecto.



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