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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LAS RELIGIOSAS REPARADORAS DEL SAGRADO CORAZÓN


Lunes 25 de marzo de 1996

 

Amadas Religiosas Reparadoras,
queridos hermanos y hermanas:

1. Es para mí un gran gozo poder compartir con las Reparadoras del Sagrado Corazón y con los miembros de la familia Reparadora la alegría del primer centenario de su fundación. Saludo con afecto a la Madre María Consuelo Brescia, a todas las Religiosas de la Congregación fundada por la Madre Teresa del Sagrado Corazón, y a los fieles que participáis de su carisma y de sus obras llevando a cabo el objetivo principal, que es la Adoración Reparadora y las Obras de Apostolado.

2. La adoración eucarística fortalece la vida cristiana y muy particularmente la vida consagrada, pues, como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica «por la profundización de la fe en la presencia real de Cristo en su Eucaristía, la Iglesia tomó conciencia del sentido de la adoración silenciosa del Señor presente bajo las especies eucarísticas».(Catecismo de la Iglesia Católica, 1379) En efecto, los fieles cristianos, respondiendo a la llamada del Señor: «Quedaos y velad conmigo» (Mt 26, 38), encuentran en la adoración la fuerza, el consuelo, la firme esperanza y el aliento para la caridad, que vienen de la presencia misteriosa y oculta, pero real, del Señor, que prometió estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (cf. Ibíd. 28, 20).

La Eucaristía es la presencia sacramental de la entrega que el Padre hace de su divino Hijo a los hombres. Por eso, la Eucaristía celebrada, recibida, adorada y vivida, es el acto de amor objetivamente más perfecto del hombre a Dios para corresponder a la más alta manifestación de su amor. A este respecto vuestra Fundadora enseñaba que « las Religiosas Reparadoras no pueden manifestarle de un modo más íntimo, más decidido y más real su amor, sino uniéndose con su Divina Majestad en la Sagrada Eucaristía » (Madre Teresa del Sagrado Corazón, Víctima perpetua sobre el altar del sacrificio, 320). Os exhorto, pues, a continuar en ese camino adorador poniendo ante la mirada de Jesucristo las angustias, las esperanzas, los afanes y hasta los pecados de toda la humanidad. Ante Él todo adquiere un rostro nuevo.

3. Las diversas obras de apostolado en las que estáis comprometidos nacen de la Adoración reparadora, a la cual subordinaba la Madre Teresa todas las demás actividades. Corno centro de la vida cristiana, en el misterio eucarístico se encuentra el dinamismo del amor que lleva a servir con espíritu solidario a los hermanos, especialmente a los más necesitados en el cuerpo o en el espíritu. De la celebración y adoración de la Eucaristía brotan exigencias de la fe, que llevan a comprometerse seriamente con el destino de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, como son el anuncio constante de la Buena Nueva a todos; la solidaridad sincera y eficaz con los pobres, los enfermos, los ancianos, los alejados, a los cuales hemos de mostrar el amor misericordioso del Señor; la promoción humana y cristiana en los centros de formación en que trabajáis; y, especialmente para los fieles laicos que forman la Asociación Reparadora externa, el compromiso de ordenar y santificar las realidades temporales con la vida familiar ejemplar, el trabajo honesto y la participación en la vida social, política y económica, con rectos criterios inspirados en el Magisterio de la Iglesia.

4. La celebración de este Primer Centenario está llamada a ser un momento particular de gracia, con abundantes frutos espirituales y apostólicos. Por eso deseo animar a cada Religiosa con las palabras que la Madre Teresa del Sagrado Corazón recibió del Papa León XIII: «Sé fuerte, no te desanimes nunca». Que la Virgen María, Madre de la Esperanza, os ayude e impulse en el encuentro frecuente con su divino Hijo en el misterio eucarístico. Que Ella, verdadera Arca de la Nueva Alianza y Sagrario vivo del Verbo Encarnado, os enseñe a todos a amarlo como ella lo amó. Que con su intercesión os sostenga también en las diversas obras de apostolado en las que estáis comprometidos. Con estos sentimientos, os imparto de corazón la Bendición Apostólica.



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