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VIAJE APOSTÓLICO A FRANCIA
(19-22 DE SEPTIEMBRE DE 1996)

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA FRANCESA*

Prefectura de Tours
Jueves 19 de septiembre de 1996

 

Señor Presidente:

1. Le agradezco su acogida y sus palabras de bienvenida. Me complace encontrarme nuevamente con quien preside el destino de este País. Quiero saludar a las personalidades que lo acompañan y, más generalmente, a todos los responsables comprometidos en la vida pública al servicio de la Nación, así como a sus diversos colaboradores, que han contribuido a preparar mi visita. Y, a mi llegada, deseo dirigir a todos sus compatriotas un saludo muy cordial.

2. Vengo aquí como peregrino, para encontrarme con los católicos de Francia y unirme a su oración en lugares importantes de la historia religiosa de su País y de Europa, a fin de que afirmen su fe y su vida cristiana. Durante las diferentes etapas, los invitaré a ellos y a sus compatriotas a realizar mejor lo que la Iglesia debe a algunos de sus antepasados, cuya memoria es muy viva en Vandea, Bretaña, Tours y Reims. Iré, ante todo, a Saint-Laurent-sur-Sèvre, a la tumba de san Luis María Grignion de Montfort, para orar con las comunidades religiosas que dan públicamente el testimonio de su práctica de los votos de pobreza, castidad y obediencia. Me reuniré también con los católicos de Vandea. Después, iré a Sainte-Anne d'Auray, para unirme a los peregrinos y a los cristianos del oeste de Francia y encontrarme con las familias, fuerza y esperanza de una nación. Como he dicho en la Carta Apostólica Tertio millennio adveniente (cf. n. 17), me sitúo en la perspectiva del gran Jubileo, durante el cual todos los discípulos de Cristo están invitados a un itinerario de conversión del corazón.

3. No olvido que la sociedad francesa afronta numerosos desafíos, como la crisis económica que, por lo demás, afecta a todos los continentes. Mi pensamiento va, ante todo, a los que soportan pruebas, y en particular a los que viven en situaciones de pobreza, marginación, precariedad o enfermedad. Nuestro corazón no podrá estar en paz mientras los hombres se hallen en situaciones arduas, que constituyen un gran peso para ellos. Nuestro corazón no podrá estar en paz mientras no hagamos todo lo posible para ayudar a los heridos de la vida, que no deben quedar excluidos de la vida social, y para tenderles una mano caritativa, como hizo San Martín, a quien voy a venerar durante la tercera etapa de mi viaje. El santo Obispo de Tours nos recuerda que la actitud fundamental de todo hombre tiene que caracterizarse por la delicadeza y el respeto, la comunión y la compasión hacia cada uno de sus hermanos los hombres.

En esta perspectiva, quisiera rendir homenaje a los franceses que perpetúan una larga tradición de solidaridad y fraternidad. Aprecio el apoyo que brindan sus compatriotas a los países en vías de desarrollo, que sufren muchas pruebas. Esta atención para con ellos debe ir acompañada también, de parte de Occidente, por comportamientos nuevos, sin utilizar sólo en su propio beneficio los bienes producidos en regiones con poblaciones necesitadas. Es responsabilidad específica de los países más ricos del planeta hacer que los países pobres puedan ser los primeros beneficiarios de sus recursos y del fruto de sus economías. Usted, Señor Presidente, lo ha recordado oportunamente durante uno de sus recientes viajes a África.

4. La comunidad católica en Francia tiene una rica historia. Al reencontrar sus raíces espirituales, los fieles y los Pastores se afirman en su fe y en su misión; prosiguen también incansablemente el diálogo con todos los componentes de la Nación, especialmente con los miembros de las otras confesiones cristianas, con los judíos y los musulmanes.

Para los cristianos, la acogida leal de la palabra de Dios invita a una actitud de respeto hacia todos. En la búsqueda de la verdad, desean entablar relaciones positivas y constructivas con todos sus hermanos que viven en el territorio nacional, independientemente de sus convicciones. Durante mi viaje, evocaré en Reims las figuras de San Remigio, de Santa Clotilde y de Clodoveo. Este último, habiéndose adherido a la fe católica, a su modo y de acuerdo con las concepciones propias de su tiempo, pudo guiar a diferentes pueblos hacia la edificación de una única nación.

Por tanto, es positivo que, sin confusión y en función de su sensibilidad y sus creencias, respetando las competencias y las motivaciones particulares, Francia quiera recordar uno de los momentos notables de sus orígenes mediante iniciativas civiles, manifestaciones culturales y celebraciones religiosas. Honra a Francia el haber superado las legítimas diferencias de opinión, para recordar que el bautismo de Clodoveo forma parte de los acontecimientos que la han forjado. Es bueno que los ciudadanos de un país puedan hacer referencia a su historia, celebrando los valores que han vivido sus antepasados y que, al mismo tiempo, siguen siendo un fundamento de su vida actual y una orientación para su futuro.

5. El compromiso en la sociedad civil es para los católicos una actitud de esperanza, una puesta en práctica de su fe personal, un servicio al hombre y una participación en la comunión fraterna entre las personas, cuyo fundamento es el amor. Así pues, participan naturalmente en la vida pública y ejercen su legítima responsabilidad de ciudadanos promoviendo la libertad política, favoreciendo la paz y ayudando a cada uno a llevar «una vida verdaderamente humana», como decía el filósofo francés Jacques Maritain (El hombre y el Estado, p. 57). Los cristianos, fieles al Evangelio y al ejemplo de Cristo, colaboran con pleno derecho, al lado de sus compatriotas, en la vida de la ciudad, procurando actuar con desinterés y generosidad. La caridad, la justicia y la solidaridad son la fuente inspiradora y la energía vivificante de su compromiso.

Por eso, la Iglesia sabe que tiene una misión espiritual, que conlleva el deber de recordar, entre otras cosas, los valores que fundan la vida social, la vocación del hombre y el carácter trascendente de la persona humana a la que, en todas las circunstancias, es importante reconocerle su dignidad. Invita igualmente a todos los ciudadanos a edificar juntos una sociedad acogedora, dejando a cada uno la libertad de elegir los medios más adecuados para participar en ella, respetando el bien común (cf. Centesimus annus, 43).

6. Francia, una de las naciones más antiguas de este continente, tiene un papel importante que desempeñar en la familia de las naciones, especialmente en el campo de la construcción europea. Son necesarias la unidad y la solidaridad entre los Estados para que la paz triunfe sobre la guerra, para que todas las personas ocupen su justo lugar y se reconozca a los pueblos como realidades culturales y espirituales vivas.

Señor Presidente, al llegar a Francia con ocasión de mi visita pastoral, quisiera repetirle cuán agradecido estoy por su acogida. Le expreso mis mejores deseos para su persona, para su familia y para sus compatriotas. Sobre todos invoco las bendiciones divinas.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 39, p.5 (p.505).



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