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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LAS RELIGIOSAS CAPITULARES
DE LA CONGREGACIÓN DE HIJAS DE SANTA ANA

 

A la reverenda madre
ANNA VIRGINIA SINAGRA
Superiora general de las Hijas de Santa Ana

1. Me alegra dirigirle mi cordial saludo a usted y a sus hermanas, que han venido a Roma desde diferentes lugares del mundo, donde está presente esta congregación religiosa, para participar en el capítulo general electivo, que ya ha llegado a su fase conclusiva.

Ante todo, deseo congratularme con usted, reverenda madre, por su reelección para el cargo de superiora general. Extiendo mi saludo a las religiosas que forman el nuevo consejo general, a las cuales expreso cordiales deseos de generoso y fecundo trabajo en favor del progreso espiritual y apostólico de todo el instituto. En fin, mi pensamiento afectuoso se dirige a todas las Hijas de Santa Ana, que viven y trabajan en las diversas comunidades esparcidas en los diferentes continentes.

2. Durante los encuentros de estos intensos días, que han coincidido en gran parte con el tiempo litúrgico de Adviento y Navidad, las delegadas capitulares han reflexionado con usted, reverenda madre, sobre el reciente camino de la congregación, profundizando el valor de sus obras y de sus compromisos pastorales y caritativos, para que respondan cada vez más al carisma particular del instituto. Deseo que las líneas que han surgido de la reunión capitular infundan un renovado impulso en la vida y las actividades de vuestra familia religiosa, especialmente durante estos años de preparación inmediata para el gran jubileo del año 2000.

En la exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata he subrayado cómo en el esfuerzo comunitario de discernimiento y renovación es necesario seguir algunos criterios fundamentales, entre los cuales, en particular, la fidelidad al carisma original y la atención a las nuevas necesidades y a las nuevas formas de pobreza de la sociedad contemporánea: «Es preciso, por ejemplo, salvaguardar el sentido del propio carisma, promover la vida fraterna, estar atentos a las necesidades de la Iglesia tanto universal como particular, ocuparse de aquello que el mundo descuida, responder generosamente y con audacia, aunque sea con intervenciones obligadamente exiguas, a las nuevas formas de pobreza» (n. 63).

3. En este esfuerzo de renovación es necesario que cada una de las religiosas del instituto sepa hallar inspiración y fuerza en la rica herencia espiritual que dejó la madre fundadora, Rosa Gattorno. En la audiencia que le concedió el Papa Pío IX, expresó su firme propósito de cumplir fielmente la voluntad de Dios en su vida: «Sí, Santo Padre, quiero hacer la voluntad de Dios». Cada hija de Santa Ana debe hacer suyas estas palabras de la fundadora, alimentando con la oración y con una intensa vida espiritual la obra de caridad que está llamada a ofrecer a sus hermanos y preparando, de este modo, mediante su actividad humilde y fiel, la venida del reino de Dios.

Nuestro tiempo se caracteriza por la renovada atención al papel peculiar de la vocación femenina en la Iglesia y en la sociedad. Es preciso que la vida consagrada en general, y cada uno de los institutos religiosos en particular, respondan de modo adecuado a los nuevos desafíos de la cultura contemporánea. A este propósito, me complace reafirmar cuanto he escrito en el reciente documento postsinodal: «Las mujeres consagradas están llamadas a ser de una manera muy especial, y a través de su dedicación vivida con plenitud y con alegría, un signo de la ternura de Dios hacia el género humano y un testimonio singular del misterio de la Iglesia, la cual es virgen, esposa y madre» (Vita consecrata, 57).

4. Reverenda madre, espero que bajo su acertada dirección las religiosas de esta congregación profundicen cada vez con mayor claridad en su propia identidad de mujeres y consagradas, haciendo fructificar las grandes potencialidades del genio femenino y poniéndolas al servicio del bien de sus hermanos, sobre todo de los más pobres material y espiritualmente. Espero que cada una de ellas viva intensamente su propia vocación, dejándose conquistar por el amor de Dios y testimoniando eficazmente su presencia misericordiosa junto a cada ser humano.

Con estos sentimientos, mientras invoco la protección celestial de santa Ana y de la Virgen Madre del Salvador, le imparto de corazón una bendición apostólica especial a usted, a las religiosas capitulares, a las respectivas comunidades de donde provienen y a toda la congregación.

Vaticano, 20 de enero de 1997

 



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