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ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS ALUMNOS DEL PONTIFICIO COLEGIO NORTEAMERICANO
 

Jueves 13 de marzo de 1997

 

Eminencias;
excelencias;
queridos sacerdotes y seminaristas:

Me complace dar la bienvenida al Comité episcopal, al rector, al personal, a los seminaristas y a los sacerdotes estudiantes del Pontificio Colegio Norteamericano. Desde su fundación por el Papa Pío IX, vuestro Colegio ha mantenido siempre estrechos vínculos espirituales con el Sucesor de Pedro, y esto ha contribuido en gran medida a fortalecer el carácter católico y universal de la Iglesia en vuestro país. Ahora, en el umbral del tercer milenio cristiano, el Colegio está llamado a enviar nuevas generaciones de sacerdotes imbuidos de profundo amor a nuestro Señor Jesucristo, celo por la propagación del Evangelio e intenso sentido de la tradición viva de la Iglesia.

Este año se celebra el 150° aniversario de la consagración de Estados Unidos a la protección de la Inmaculada Concepción, a la que está dedicado también el Colegio. Pido a Dios que el Comité episcopal, que está aquí para evaluar el trabajo realizado en el Colegio a la luz de la exhortación apostólica Pastores dabo vobis y del Programa de formación sacerdotal, aprobado recientemente por la Conferencia episcopal, apoye y también promueva la gran herencia formativa del Colegio.

Pero, sobre todo, depende de la facultad y de los estudiantes el dar vida al programa de formación sacerdotal. Hace diecisiete años tuve la alegría de visitar vuestro Colegio y celebrar la eucaristía en su capilla, dedicada a María bajo la advocación de la Inmaculada Concepción. Os renuevo el llamamiento que hice entonces: Meditad, como María, la palabra de Dios en vuestro corazón todos los días, para que toda vuestra vida sea una proclamación de Cristo, la Palabra hecha carne (cf. Homilía, 22 de febrero de 1980). De ese modo, seréis los sacerdotes y apóstoles que la Iglesia en Estados Unidos necesita en el umbral del nuevo milenio.

Imparto cordialmente a toda la comunidad del Colegio mi bendición apostólica como prenda de alegría y paz en el Señor.

 



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