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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA
DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA CULTURA


Viernes 14 de marzo de 1997

 

Señores cardenales;
queridos hermanos en el episcopado;
queridos amigos:

1. Os acojo con alegría esta mañana, al término de vuestra asamblea plenaria. Agradezco a vuestro presidente, el señor cardenal Paul Poupard, el haber recordado el espíritu con el que habéis realizado vuestros trabajos. Habéis reflexionado en la cuestión de cómo ayudar a la Iglesia a asegurar una presencia más fuerte del Evangelio en el corazón de las culturas, en el umbral del nuevo milenio.

Este encuentro me brinda la oportunidad de repetiros: «La síntesis entre cultura y fe no es sólo una exigencia de la cultura, sino también de la fe» (Carta de fundación del Consejo pontificio para la cultura, 20 de mayo de 1982: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 6 de junio de 1982, p. 19). Esto es lo que los cristianos fieles al Evangelio han hecho a lo largo de dos milenios en las situaciones culturales más diversas. La Iglesia muy frecuentemente se ha insertado en la cultura de los pueblos en los que se había establecido, para modelarla según los principios del Evangelio.

La fe en el Cristo encarnado en la historia no transforma sólo interiormente a las personas; también regenera a los pueblos y sus culturas. Así, al final de la antigüedad, los cristianos, que vivían en una cultura a la que debían mucho, la transformaron desde dentro y le infundieron un espíritu nuevo. Cuando esa cultura se vio amenazada, la Iglesia, con Atanasio, Juan Crisóstomo, Ambrosio, Agustín, Gregorio Magno y muchos otros, transmitió la herencia de Jerusalén, de Atenas y de Roma, para dar vida a una auténtica civilización cristiana. A pesar de las imperfecciones inherentes a toda obra humana, esa fue la ocasión de una síntesis lograda entre la fe y la cultura.

2. En nuestros días, esta síntesis a menudo se echa de menos, y la ruptura entre Evangelio y cultura es, «sin duda alguna, el drama de nuestro tiempo» (Pablo VI, Evangelii nuntiandi, 20). La situación de la fe es dramática, puesto que, en una sociedad donde el cristianismo parece ausente de la vida social y la fe relegada a la esfera privada, el acceso a los valores religiosos resulta cada vez más difícil, sobre todo para los pobres y los sencillos, es decir, para la gran mayoría del pueblo, que se seculariza insensiblemente bajo la presión de modelos de pensamiento y de comportamiento propagados por la cultura dominante. La ausencia de una cultura que los sostenga impide a los sencillos tener acceso a la fe y vivirla plenamente.

Esta situación es también dramática para la cultura que, por esa ruptura con la fe, atraviesa una crisis profunda. El síntoma de dicha crisis es, ante todo, el sentimiento de angustia que proviene de la conciencia de la finitud en un mundo sin Dios, donde el yo se convierte en un absoluto y las realidades terrenas en los únicos valores de la vida. En una cultura sin trascendencia, el hombre sucumbe ante la atracción del dinero y del poder, del placer y del éxito. Así, encuentra la insatisfacción causada por el materialismo, la pérdida del sentido de los valores morales y la inquietud ante el futuro.

3. Sin embargo, en medio de este desencanto, subsiste siempre una sed de absoluto, un deseo de bien, un hambre de verdad, una necesidad de realización de la persona. Hay que reconocer la amplitud de la misión del Consejo pontificio para la cultura: ayudar a la Iglesia a realizar una nueva síntesis entre la fe y la cultura para mayor bien de todos. En este fin de siglo es esencial reafirmar la fecundidad de la fe en la evolución de una cultura. Únicamente una fe, fuente de decisiones espirituales radicales, es capaz de influir en la cultura de una época. Así, la actitud de san Benito, el patricio romano que abandonó una sociedad vieja y se retiró a la soledad, la ascesis y la oración, fue decisiva para el crecimiento de la civilización cristiana.

4. El cristianismo se presenta ante las culturas con el mensaje de salvación recibido de los Apóstoles y los primeros discípulos, pensado y profundizado por los Padres de la Iglesia y los teólogos, vivido por el pueblo cristiano, en particular por los santos, y expresado por sus grandes genios teológicos, filosóficos, literarios y artísticos. Tenemos que anunciar este mensaje a los hombres de hoy en toda su riqueza y en toda su belleza.

Para hacerlo, cada Iglesia particular debería tener un proyecto cultural, como sucede ya en algunos países. Durante esta asamblea plenaria, habéis dedicado una parte notable de vuestros trabajos a considerar no sólo la situación, sino también las exigencias de una auténtica pastoral de la cultura, decisiva para la nueva evangelización. Al proceder de horizontes culturales diversos, dais a conocer a la Santa Sede las expectativas de las Iglesias particulares y los ecos de vuestras comunidades cristianas.

Entre las tareas que os competen, destaco algunos puntos que requieren la mayor atención por parte de vuestro Consejo, como la creación de centros culturales católicos o la presencia en el mundo de los medios de comunicación social y en el mundo científico, para transmitirles la herencia cultural del cristianismo. En todos estos esfuerzos, estad particularmente cercanos a los jóvenes y a los artistas.

5. La fe en Cristo da a las culturas una dimensión nueva, la de la esperanza en el reino de Dios. Los cristianos están llamados a infundir en el corazón de las culturas esta esperanza en una tierra nueva y en los cielos nuevos, porque, cuando se pierde la esperanza, las culturas mueren. Lejos de ponerlas en peligro o empobrecerlas, el Evangelio les da un suplemento de alegría y belleza, de libertad y sentido, de verdad y bondad.

Todos estamos llamados a transmitir este mensaje mediante palabras que lo anuncien, mediante una existencia que lo testimonie y mediante una cultura que lo irradie, porque el Evangelio lleva la cultura a su perfección y la cultura auténtica está abierta al Evangelio. Es preciso realizar continuamente esta tarea de intercambio recíproco. Instituí el Consejo pontificio para la cultura con la finalidad de ayudar a la Iglesia a vivir el intercambio salvífico en el que la inculturación del Evangelio va acompañada por la evangelización de las culturas. ¡Que Dios os ayude a cumplir vuestra exaltante misión!

Encomendando a María, Madre de la Iglesia y primera educadora de Cristo, el futuro del Consejo pontificio para la cultura y el de todos sus miembros, os imparto de corazón la bendición apostólica.

 



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