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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA ASAMBLEA DE LOS DIRECTORES NACIONALES
DE LAS OBRAS MISIONALES PONTIFICIAS


Jueves 15 de mayo de 1997

 

Venerados hermanos en el episcopado;
amadísimos directores nacionales;
colaboradores y colaboradoras en las Obras misionales pontificias:

1. Me alegra daros a cada uno mi cordial bienvenida. En particular, saludo y agradezco a monseñor Charles Schleck, secretario adjunto de la Congregación para la evangelización de los pueblos y presidente de las Obras misionales pontificias, las cordiales palabras con las que ha querido hacerse intérprete de los sentimientos de todos vosotros. Saludo, asimismo, a los secretarios generales y a los directores nacionales, que han venido a Roma para la asamblea general anual de estas instituciones tan beneméritas.

Vuestro encuentro coincide este año con dos importantes aniversarios: el 175 de la fundación de la Obra pontificia de la Propagación de la fe y el 75 del motu proprio Romanorum Pontificum, con el cual mi venerado predecesor el Papa Pío XI concedió el título de «pontificias» a las Obras de la Propagación de la fe, de la Infancia misionera y de San Pedro apóstol. Y estoy seguro de que la celebración de estos dos aniversarios singulares contribuirá a incrementar en el pueblo de Dios el compromiso misionero.

2. Ya es una tradición consolidada el hecho de que cada año vuestra asamblea general se celebre durante el mes de mayo. Este año, en recuerdo de la fundación de la Obra de la Propagación de la fe, habéis querido tener una sesión pastoral especial, analizando la figura y la obra de dos mujeres extraordinarias: la venerable María Paulina Jaricot y la patrona de las misiones, santa Teresa del Niño Jesús.

La primera, joven laica nacida en Lyon en 1799, se interesó de modo particular por los problemas de las misiones católicas de su tiempo. Miembro de una asociación fundada por los padres de las Misiones Extranjeras de París, fue pionera de la cooperación misionera organizada. En efecto, con las obreras de la fábrica de seda, que dirigían su hermana y su cuñado, se propuso ayudar a las misiones por medio de la oración y de un pequeño óbolo semanal.

El 3 de mayo de 1822, un grupo de laicos, inspirándose en esa iniciativa, por la que la venerable María Paulina mereció el título de fundadora de la Obra de la Propagación de la fe, dio un carácter más universal a la asociación para la Propagación de la fe. Animados por una caridad sin fronteras, afirmaban: «Somos católicos; por eso, no debemos sostener ninguna misión en particular, sino todas las misiones del mundo ». Precisamente por esta razón eligieron el lema: Ubique per orbem, que después tomó la Obra de la Propagación de la fe y las demás Obras misionales.

3. Amadísimos hermanos y hermanas, María Paulina, joven atenta a la voz del Espíritu, anticipó proféticamente lo que el Magisterio pontificio y el concilio ecuménico Vaticano II subrayarían después, destacando el carácter misionero de todo el pueblo de Dios y la contribución específica que los laicos están llamados a dar a la actividad evangelizadora de la Iglesia.

A ejemplo de esta mujer valerosa, estáis llamados hoy a impulsar una cooperación cada vez más fraterna entre las Iglesias, suscitando y formando numerosos colaboradores para la causa misionera. Infundid en ellos el celo por el anuncio del Evangelio y el deseo de apoyar el compromiso de las jóvenes Iglesias. Esta cooperación será eficaz si está sostenida incesantemente mediante la oración, los sacrificios y la búsqueda constante de la santidad. Sólo esta atmósfera de tensión espiritual y apostólica podrá establecer las condiciones para el desarrollo de numerosas vocaciones misioneras y para el apoyo generoso a las actividades misioneras.

4. La otra figura, sobre la cual habéis querido reflexionar durante vuestra asamblea, es santa Teresa del Niño Jesús, a quien mi venerado predecesor el Papa Pío XI proclamó «patrona de las misiones» el 14 de diciembre de 1927, y de cuya muerte celebramos este año el centenario. Aunque fue llamada a la vida contemplativa, Teresa del Niño Jesús vivió en plena sintonía con la realidad misionera de la Iglesia universal. Su máximo deseo era amar y hacer amar al Señor, trabajando para la glorificación de la Iglesia y la salvación de las almas, como afirmaba en la oración en que se ofrecía a sí misma como víctima de holocausto al amor misericordioso.

La experiencia de la pequeña Teresa representa un camino singular de entrega a la causa de la evangelización, que se enraíza en el itinerario de santidad, requisito indispensable de toda vocación misionera. Como recordé en la encíclica Redemptoris missio, «la vocación universal a la santidad está estrechamente unida a la vocación universal a la misión. Todo fiel está llamado a la santidad y a la misión. Esta ha sido la ferviente voluntad del Concilio al desear, "con la claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz de la Iglesia, iluminar a todos los hombres, anunciando el Evangelio a toda criatura". La espiritualidad misionera de la Iglesia es un camino hacia la santidad» (n. 90).

5. Queridos directores nacionales, vuestra tarea consiste en procurar favorecer con todos los medios un renovado celo misionero en toda la comunidad cristiana. A partir de este ímpetu apostólico, cada una de las Obras —la Propagación de la fe, la Infancia misionera, San Pedro apóstol y la Unión misional— está llamada a realizar su labor específica e insustituible, «para difundir entre los católicos, desde la infancia, el sentido verdaderamente universal y misionero, y para estimular la recogida eficaz de subsidios en favor de todas las misiones (...) y suscitar vocaciones ad gentes y de por vida, tanto en las Iglesias antiguas como en las más jóvenes» (ib.,84).

Amadísimos hermanos y hermanas, deseando que la preparación para el gran jubileo del año 2000 sea para todos vosotros una nueva ocasión de renovado compromiso al servicio de la causa del Evangelio, os encomiendo a vosotros y a vuestros colaboradores a la protección materna de María, Estrella de la evangelización, y os imparto de corazón una especial bendición apostólica.

 



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