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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL DIRECTOR GENERAL
DE LOS HIJOS DE LA DIVINA PROVIDENCIA

 

Al padre
ROBERTO SIMIONATO
Director general de los Hijos de la divina Providencia

1. «Queremos ver a Jesús» (Jn 12, 21). Con estas palabras un grupo de griegos, cautivados por el atractivo del divino Maestro, se dirigieron un día a algunos discípulos, expresando el deseo de encontrarse con el Señor. A lo largo de los siglos muchas otras personas, en todos los rincones de la tierra, han seguido manifestando ese mismo deseo, reuniendo a hombres y mujeres marcados por una relación particular con la persona de Jesús.

Entre los testigos de Cristo de nuestro siglo ocupa un lugar privilegiado el beato Luigi Orione, fundador de esa familia religiosa. Su atractivo espiritual impresionó a mucha gente durante su vida y aún hoy sigue suscitando admiración e interés. Así, entre los laicos cercanos a la Pequeña Obra de la divina Providencia, se ha ido afirmando el deseo de conocer a fondo al beato fundador, para seguir más fielmente sus huellas. De este modo nació el Movimiento laical orionino, con la finalidad de brindar a los diversos miembros del asociacionismo laical surgido en torno a las instituciones de la Obra la posibilidad de vivir el seguimiento de Cristo, compartiendo con los Hijos de la divina Providencia y las Hermanitas Misioneras de la Caridad el carisma orionino.

2. Después de los primeros años del Movimiento, se creyó conveniente realizar un análisis del camino recorrido con vistas a su ulterior desarrollo. Con tal fin se organizó ese congreso internacional, que tiene como tema el lema paulino: «Instaurare omnia in Christo», elegido por el beato para la familia religiosa que fundó. De este modo se quiere ofrecer a los laicos la oportunidad de profundizar en el conocimiento del carisma orionino, para elaborar una peculiar «carta de comunión» y proyectar ulteriores metas de compromiso y participación al servicio de la nueva evangelización con vistas al gran jubileo del año 2000.

Al dirigir mi saludo a los participantes en el encuentro, no puedo por menos de recordarles las apasionadas palabras del beato Orione: «Instaurare omnia in Christo! Nos renovaremos a nosotros mismos y renovaremos todo el mundo en Cristo, cuando vivamos a Jesucristo, cuando realmente nos transformemos en Jesucristo». Así pues, el fundador estaba claramente convencido de que el alma de toda auténtica renovación es la novedad de Cristo, que se hace presente en cada persona, en las familias, en las estructuras civiles y en las relaciones entre los pueblos. Anhelaba hacer de Cristo el corazón del mundo y servir a Cristo en todo hombre, especialmente en los pobres. Para realizar de forma adecuada esa intuición, quería implicar más a los laicos en la actividad apostólica, llamándolos a sintonizar con su corazón sin confines, porque estaba dilatado por la caridad de Cristo crucificado. En efecto, en 1935, desde Buenos Aires, escribía a algunos amigos de la Obra: «Ciertamente, todos sentiréis, como yo, un grandísimo deseo de cooperar, en la medida de vuestras posibilidades, en la renovación de la vida cristiana —el «instaurare omnia in Christo»— de la que la persona, la familia y las sociedades pueden esperar la reforma social. ¡Tened la valentía del bien!» (Cartas II, 291).

Los responsables de la familia orionina, conscientes de este proyecto ya presente en el corazón del beato fundador, han promovido, desde hace algunos años, el Movimiento laical, que en este congreso se quiere definir y reforzar aún más, con el fin de cooperar eficazmente, como solía decir él, a «hacer el bien siempre, hacer el bien a todos, y nunca el mal a nadie».

3. Deseo aprovechar esta significativa circunstancia para animarlo a usted, venerado hermano en el sacerdocio, así como a los religiosos y religiosas orioninos, a convertirse en «guías expertos de vida espiritual», a cultivar en los laicos «el talento más precioso: el espíritu» (Vita consecrata, 55). E invito a los laicos que han elegido compartir el carisma orionino viviendo en el mundo, a ser celosos y generosos para ofrecer a la Pequeña Obra de la divina Providencia la «preciosa contribución» de su índole secular y de su servicio específico. El Movimiento laical orionino favorecerá así la irradiación espiritual de vuestra familia religiosa más allá de las fronteras del instituto mismo, profundizando sus rasgos carismáticos para una realización cada vez más eficaz de su misión específica en la Iglesia y en el mundo.

Dirijo un saludo particular a los miembros del Instituto secular orionino, al que recientemente se le ha concedido la aprobación canónica como instituto de vida consagrada. Sabiendo bien que en estos días tienen su asamblea general para la elección de sus autoridades, los exhorto a vivir con fidelidad y alegría su consagración en el mundo y con los medios del mundo. Ojalá que contribuyan a realizar nuevas síntesis entre la mayor adhesión posible a Dios y a su voluntad, y la mayor participación posible en las alegrías y esperanzas, en las angustias y dolores de sus hermanos, para orientarlos hacia el proyecto de salvación integral manifestado por el Padre en Cristo. Su carácter de laicos consagrados ha de ayudarles a vivir con coherencia el Evangelio, en el compromiso diario de hacer realidad, siguiendo el ejemplo del testimonio y las enseñanzas del beato Orione, el programa paulino «Instaurare omnia in Christo».

Con este fin, invoco la protección de María, «Madre y fundadora celestial» de la Pequeña Obra de la divina Providencia, y la intercesión del beato Luigi Orione, mientras, como prenda de los favores celestiales, le imparto una especial bendición apostólica a usted, a los miembros del Movimiento laical y del Instituto secular, así como a cuantos forman parte, de varias maneras, de la familia orionina.

Vaticano, 7 de octubre de 1997

JUAN PABLO II

 



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