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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
 QUE ASISTIERON A LA PROCLAMACIÓN
DE SANTA TERESA DE LISIEUX COMO DOCTORA DE LA IGLESIA


Pablo VI, lunes 20 de octubre de 1997

 

Queridos hermanos en el episcopado;
queridos amigos:

1. En la jornada de ayer habéis participado en una ceremonia poco frecuente en la vida de la Iglesia, pero rica de sentido: la proclamación de una Doctora de la Iglesia. Saludo cordialmente a cada uno de los peregrinos que se hallan presentes esta mañana, y en particular a monseñor Pierre Pican, obispo de Bayeux y Lisieux, así como a monseñor Guy Gaucher, su auxiliar, y a monseñor Georges Gilson, arzobispo de Sens y prelado de la Misión de Francia. Habéis deseado venir para seguir la escuela de la mujer que encarna para nosotros el «caminito», el camino real del amor. Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz forma parte del grupo de santos que la Iglesia reconoce como maestros de vida espiritual. Como Doctora, enseña, puesto que, aunque sus escritos no tengan la misma naturaleza que los de los teólogos, son para cada uno de nosotros una gran ayuda para la inteligencia de la fe y de la vida cristiana.

2. Me dirijo a los representantes de la orden de los Carmelitas y los saludo afectuosamente, ya que esta proclamación de Teresa de Lisieux como Doctora es para ellos una fiesta muy particular. Saludo cordialmente a todas las personas consagradas y a los miembros de los movimientos espirituales que están bajo el patrocinio de santa Teresa de Lisieux. Os aliento a permanecer fieles al mensaje que ella da a la Iglesia: se lo da gracias a vosotros, testigos vivos de su enseñanza. Esforzaos constantemente por escuchar su mensaje y difundirlo en vuestro entorno, con la palabra y el ejemplo.

3. Para nuestro tiempo, Teresa es un testigo eficaz y cercano de una experiencia de fe en Dios, en Dios fiel y misericordioso, en Dios justo por su mismo amor. Vivió profundamente su pertenencia a la Iglesia, Cuerpo de Cristo. Creo que los jóvenes encuentran realmente en ella una inspiración que los guía en su fe y en su vida eclesial, en una época en la que el camino puede estar sembrado de pruebas y dudas. Teresa conoció muchas formas de pruebas, pero, como ella misma atestigua, recibió la gracia de mantener la fidelidad y la confianza. Ella sostiene a sus hermanos y hermanas en todos los caminos del mundo.

4. Teresa, en su sencillez, es modelo de vida entregada al Señor desde los actos más insignificantes. En efecto, escribió: «Quiero santificar los latidos de mi corazón, mis pensamientos, mis actos más triviales, uniéndolos a sus méritos infinitos» (Oración n. 10). Con estas disposiciones de ánimo se dirigió un día a su Maestro y Señor, diciéndole: «Te pido que seas tú mismo mi santidad» (Consagración al Amor misericordioso, Oración n. 6).

De la unión con Cristo brotan los frutos de caridad que debemos dejar madurar también en nosotros. Teresa había comprendido muy bien que precisamente aquí está el origen del amor abierto a los demás: «Cuando soy caritativa, es Jesús únicamente quien obra en mí; cuanto más unida estoy a él, tanto más amo a todas mis hermanas» (Ms C, 12 v). En las dificultades que la vida diaria presenta necesariamente, nunca trataba de hacer valer sus derechos; por el contrario, estaba siempre dispuesta a ceder ante una hermana, aunque eso le costara mucho interiormente. Es una actitud que, en todas las épocas de la vida de la Iglesia, los bautizados, de cualquier edad y condición, deben imitar. Sólo la virtud de la humildad, que Teresa pidió a Cristo con insistencia, hace posible una auténtica atención a los demás.

5. Unida a Cristo y entregada a los demás, Teresa se siente inclinada naturalmente a extender su amor a todo el mundo. Mi predecesor el Papa Pío XI puso de relieve este aspecto de su doctrina espiritual al proclamarla «patrona de las misiones» en 1927. Partiendo del amor que la une a Cristo, comienza a identificarse con la bien amada del Cantar de los cantares: «Llévame en pos de ti» (Ct 1, 4). Después comprende que, con ella, el Señor atrae a la multitud de los hombres, puesto que su alma tiene un inmenso amor por ellos. «Todas las almas a quienes ama son arrastradas a seguirla» (Ms C, 34 r). Con una maravillosa audacia y finura espiritual, Teresa se apropia de las palabras de Jesús después de la Cena, para decir que también ella entra a formar parte del gran movimiento por el que el Señor atrae a todos los hombres y los conduce al Padre: «Vuestras palabras, ¡oh Jesús!, son, por lo tanto, mías y puedo servirme de ellas para atraer sobre las almas, que están unidas a mí, los favores del Padre celeste » (Ms C, 34 v).

6. Queridos hermanos; queridos amigos, a vosotros corresponde vivir cada día esta doctrina ofrecida ahora públicamente a toda la Iglesia. Procurad hacerla vuestra y darla a conocer. Como la sagrada Escritura, que Teresa citaba con predilección, no es nunca tan difícil como para desanimarse, ni tan fácil como para agotarla: «No es cerrada como para desalentarnos, ni tan accesible como para resultar banal. Cuanto más se la frecuenta, menos cansa; cuanto más se la medita, más se la ama» (san Gregorio Magno, Moralia in Job, XX, 1, 1).

Deseándoos muchos descubrimientos y alegrías en la escuela de santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, Doctora de la Iglesia universal, os imparto de todo corazón la bendición apostólica, y la extiendo a todos los que representáis y que os acompañan espiritualmente.

 



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