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VISITA PASTORAL A BOLONIA
(27-28 DE SEPTIEMBRE DE 1997)

ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
CON LAS AUTORIDADES Y LA POBLACIÓN EN LA PLAZA MAYOR

Sábado 27 de septiembre de 1997

 

1. En esta hermosa y antigua plaza Mayor os saludo cordialmente a todos vosotros, que habéis venido a darme la bienvenida: participantes en el Congreso eucarístico nacional, fieles de la Iglesia que está en Bolonia, y ciudadanos.

Saludo, en particular, al cardenal Giacomo Biffi, arzobispo de la ciudad, así como al presidente del Gobierno y al alcalde de Bolonia, a cada uno de los cuales expreso mi cordial agradecimiento por las sinceras y amables palabras de bienvenida que me han dirigido. Su presencia aquí manifiesta, de manera diversa pero convergente, el espíritu de una ciudad y de una nación, cuyas historias están irrevocablemente vinculadas al Evangelio.

Doy las gracias también al señor cardenal Camillo Ruini, a quien saludo cordialmente, por haberme representado aquí como legado mío desde el inicio de las celebraciones conclusivas del Congreso eucarístico nacional.

Mi saludo va, por último, a mis hermanos cardenales y obispos procedentes de toda la nación, a las autoridades regionales, a los alcaldes de las localidades de esta archidiócesis de Bolonia y de muchas otras ciudades de Italia, a las demás autoridades religiosas, civiles y militares, tanto de la nación como de la ciudad, que han querido honrar esta circunstancia con su presencia: a todos saludo cordialmente y los animo vivamente a perseverar con generosidad en sus misiones respectivas, cumpliendo las responsabilidades encomendadas para alcanzar el bien común.

2. En este momento, no puedo por menos de dirigir un saludo afectuoso a las queridas poblaciones de Umbría y de Las Marcas, afectadas ayer varias veces por un grave terremoto, que ha ocasionado daños incalculables a las personas y a los edificios. Expreso mi viva condolencia por las víctimas y mi cordial participación en el dolor de sus familias. Estoy espiritualmente cerca de las personas que han quedado sin casa y de los que han sufrido a causa del seísmo. También han sido motivo de pesar los enormes daños ocasionados al patrimonio artístico y religioso, en particular la basílica superior de San Francisco, el Sacro Convento de Asís y otros monumentos e iglesias en varias localidades afectadas por el seísmo.

A la vez que encomiendo a la misericordia divina las almas de los difuntos, invoco del Señor consuelo para sus familiares, aliento para los heridos y apoyo para los que han sido perjudicados por el terremoto. Que la gracia del Señor y la solidaridad de tantas personas generosas que, coordinadas eficazmente por las autoridades públicas, se están prodigando para prestar ayuda a sus hermanos necesitados, hagan menos difícil este momento de sufrimiento y de prueba. Fidelidad al Evangelio

3. Me alegra estar en Bolonia por tercera vez. Con gratitud a la divina Providencia, que me ha permitido realizarlas, recuerdo mis dos venidas anteriores: la primera, en 1982, para la «visita pastoral » a la Iglesia de Bolonia, gobernada entonces por el arzobispo cardenal Antonio Poma, que en paz descanse; la segunda, en 1988, cuando, respondiendo a la invitación del rector de la Universidad, vine para celebrar el noveno centenario de la fundación de ese ilustre ateneo.

En esas circunstancias pude constatar la constante fidelidad al Evangelio de la comunidad cristiana que vive en esta tierra y la animé a la gran tarea que, en este fin de milenio, compromete de modo especial a las antiguas Iglesias del Occidente cristiano, nacidas de la primera evangelización: la tarea de una nueva evangelización, capaz de impregnar de contenidos evangélicos los comportamientos, la cultura y la vida entera.

Esta tercera peregrinación fue preparada, idealmente, por las dos primeras y, en cierto sentido, constituye su coronación. En efecto, he venido para inscribir en el catálogo de los beatos a un hijo de vuestro pueblo: el venerable don Bartolomé María Dal Monte. He venido, sobre todo, para presidir la conclusión del Congreso eucarístico nacional, etapa privilegiada en el camino de preparación del pueblo italiano para el gran jubileo del año 2000. Una preparación que comienza así con la reflexión sobre Jesucristo, único Salvador del mundo: ayer, hoy y siempre.

4. Él es el principio, el objeto y el fin de toda evangelización. Por eso, a él hemos de mirar con fe y esperanza siempre renovadas, especialmente en esta tierra italiana de antigua evangelización y hoy marcada por tantos desafíos sociales y espirituales.

La doble circunstancia de mi visita me impulsa a encomendaros a todos vosotros, pueblo fiel y hombres de buena voluntad, y especialmente a los que tienen responsabilidades de gobierno del bien público, un doble mensaje. Ante todo un mensaje relacionado con la Eucaristía: «Suma y compendio de la generosidad divina», como afirma el documento doctrinal del Congreso, el sacramento eucarístico es el verdadero don de Dios a todo corazón que con fe se abre al anuncio evangélico. En la participación en el único Pan eucarístico se da a los creyentes la posibilidad de abrirse a la comunión con sus hermanos. La Eucaristía se convierte así en factor de orden fecundo y de colaboración pacificadora en toda sociedad humana.

El segundo mensaje es el de la santidad: con el resplandor de sus riquezas humanas, la santidad es muy útil a la sociedad. Un pueblo que quisiera encerrar entre las paredes de las iglesias este diario «don de Dios» (cf. Jn 4, 10), ciertamente sería más pobre. Lo demuestran los magníficos ejemplos que, en el decurso del tiempo, han venido como respuesta humana a la iniciativa divina. La historia de vuestra Iglesia de Bolonia puede brindar muchos testimonios al respecto.

5. En este día el Congreso eucarístico nacional, que se está desarrollando desde hace casi una semana, concentra su atención en la familia. Reflexionando en la vocación a la santidad, propia de los esposos, los participantes en el Congreso se han unido a los jóvenes en vigilia a la espera de la gran fiesta eucarística de mañana.

La familia es la «comunidad humana primordial». ¿No fue, acaso, una familia por donde el Hijo unigénito del Padre entró en nuestra historia? Por eso, el núcleo familiar sigue siendo siempre y en todas partes el camino de la Iglesia. En cierto sentido, lo es aún más donde sufre crisis internas o se halla sometido a influjos culturales, sociales y económicos perjudiciales, que minan su firmeza interior, cuando no impiden incluso su formación.

Precisamente por ello la Iglesia considera que el servicio a la familia es una de sus tareas esenciales. No se cansa de pedir que se reconozcan sus derechos originarios y connaturales. Sin embargo, al mismo tiempo, la Iglesia sigue promoviendo ayudas concretas en las numerosas situaciones de malestar material y espiritual en que los esposos, especialmente los jóvenes, llegan a encontrarse.

6. Queridos padres, que habéis venido de todas las regiones de Italia, os dirijo a cada uno mi saludo más cordial. Habéis venido con vuestros hijos a adorar a Jesucristo en el sacramento de la Eucaristía. Soléis honrarlo llamándolo con el nombre de Esposo de la Iglesia esposa.

Conozco vuestra generosidad, vuestro compromiso y vuestra paciencia en las dificultades y en las pruebas que cada día debéis afrontar. ¡No tengáis miedo! Habéis abierto la puerta de vuestra casa a Cristo; más aún, habéis querido construir vuestro hogar sobre la roca de su palabra. Cristo protegerá a vuestras familias de cualquier asechanza del maligno.

Procurad transmitir a las nuevas generaciones aquello en lo que creéis y esperáis, acompañando su crecimiento para que se transformen en personas maduras, capaces de gastar su vida por sus hermanos y de hacer de su existencia un don sincero al prójimo. Así serán artífices del «humanismo familiar» que la sociedad italiana necesita con urgencia.

En este contexto, saludo también a los miembros del Movimiento en favor de la vida, del que me consta que se hallan presentes numerosos miembros en esta jornada dedicada a la familia. A la vez que agradezco de corazón a cuantos han trabajado generosamente por el éxito de este gran Congreso eucarístico, invoco sobre el pueblo de Bolonia y sobre las autoridades la constante protección de Dios y de la Virgen de san Lucas.

A todos saludo e imparto mi bendición.

 



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