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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN EL XXI CONGRESO DE ESPIRITUALIDAD
DE OBISPOS AMIGOS DEL MOVIMIENTO DE LOS FOCOLARES

 

Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado:

1. Me alegra dirigiros un afectuoso y fraternal saludo con ocasión del congreso de espiritualidad, en el que os habéis reunido procedentes de diversas partes del mundo, para profundizar en el vínculo de comunión eclesial que existe entre vosotros y con el Sucesor de Pedro, y para reflexionar, intercambiando vuestras respectivas experiencias pastorales, sobre algunos aspectos particulares de la espiritualidad del movimiento de los Focolares de la unidad.

Vuestro encuentro anual me brinda la grata ocasión de expresar a cada uno de los participantes la seguridad de mi cercanía espiritual y de mi recuerdo en la oración, para que Cristo mismo —que, como subraya la carta a los Hebreos, es «el gran pastor de las ovejas» (Hb 13, 20)— asista con su gracia los intensos trabajos de estos días y os acompañe en vuestro ministerio episcopal diario.

2. Vuestro congreso se inserta en el marco del camino de preparación para el gran jubileo del 2000. Estamos en el segundo año de preparación inmediata al jubileo, en el que la Iglesia está llamada a reflexionar de modo particular sobre el Espíritu Santo y sobre su presencia santificadora dentro de la comunidad de los discípulos de Cristo.

Como recordé en la carta apostólica Tertio millennio adveniente, el mismo Espíritu que suscita en la Iglesia la multiplicidad de los carismas y los ministerios sostiene con su fuerza divina la íntima unión de los diversos miembros y anima la comunión de todo el cuerpo de Cristo. «La unidad del Cuerpo de Cristo se funda en la acción del Espíritu Santo, está garantizada por el ministerio apostólico y sostenida por el amor recíproco (cf. 1Co 13, 1-8)» (n. 47). Las profundas reflexiones de vuestro congreso, enriquecidas también por el amplio intercambio de experiencias pastorales, constituyen una magnífica ocasión para comprender de modo más intenso y vital el sentido de la colegialidad efectiva y afectiva, y de la comunión eclesial vivida concretamente en el servicio apostólico que se os ha confiado.

3. El tema elegido para el congreso de este año: «Hacia la unidad de las naciones y la unidad de los pueblos», se sitúa en la línea de las enseñanzas del concilio Vaticano II, que prestó gran atención a la misión universal de la Iglesia, abierta a los vastos horizontes del mundo actual, para el que está llamada a ser «signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano» (Lumen gentium,1). La misma diversidad de las zonas de donde procedéis, y en las que estáis llamados a prestar vuestro servicio al Evangelio, pone de manifiesto la «catolicidad » de la Iglesia, la cual, formada por personas de diferentes naciones, constituye el único pueblo de Dios, redimido por Cristo y animado por el Espíritu.

En el camino hacia la unidad plena de los cristianos, a la que, aun entre numerosas tensiones y dificultades, tiende la historia, guiada por la Providencia divina, los sucesores de los Apóstoles están llamados a dar su contribución peculiar mediante el triple oficio de enseñar, gobernar y santificar a la porción de la grey de Cristo que se les ha confiado.

4. Queridos y venerados hermanos, en vuestro servicio de animación os sirva de guía y apoyo la maternal intercesión de la Virgen María. Como subraya muy bien la imagen de María en el cenáculo con san Pedro y los demás Apóstoles reunidos en espera del Espíritu Santo (cf. Hch 1, 12), la misión apostólica y la misión de la Madre de Dios están íntimamente unidas y son complementarias. En efecto, el ideal de santidad, al que tiende toda la misión de la Iglesia, está ya formado y prefigurado en María.

Así pues, la Iglesia, además del «perfil petrino», posee un insustituible «perfil mariano»: el primero manifiesta la misión apostólica y pastoral que Cristo le encomendó; el segundo expresa su santidad y su total adhesión al plan divino de la salvación. «Por tanto, este vínculo entre los dos perfiles de la Iglesia, el mariano y el petrino, es estrecho, profundo y complementario» (Discurso a la Curia romana, 22 de diciembre de 1987, n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 3 de enero de 1988, p. 9).

Deseando a vuestras comunidades cristianas que presenten fielmente este doble perfil de la Iglesia, el «mariano» y el «petrino», encomiendo los frutos espirituales de vuestro congreso a la maternal protección de la Virgen María, Reina de los Apóstoles y Madre de la unidad, mientras con afecto os imparto a cada uno mi bendición.

Vaticano, 14 de febrero, fiesta de san Cirilo y san Metodio, patronos de Europa, del año 1998, vigésimo de mi pontificado.

IOANNES PAULUS II



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