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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS CIUDADANOS ROMANOS
DESDE EL PALACIO SENATORIAL DEL CAPITOLIO


 Jueves 15 de enero de 1998

 

Amadísimos hermanos y hermanas;
ciudadanos romanos:

1. Acabo de encontrarme en el palacio Senatorial con quienes, en diferentes sectores, prestan servicio en la Administración municipal. Ahora, desde la cima de esta escalinata diseñada por Miguel Ángel, en esta colina que Cicerón consideraba la «roca de todas las gentes» (Catil. 4, 6, 11), quisiera unirme a toda la ciudad de Roma en un abrazo entrañable y cordial.

Amadísimos romanos, con razón podemos definir histórica esta visita: estamos escribiendo juntos otra página de proyectos y esperanzas en los anales de Roma, capital civil y espiritual a la que mira toda la humanidad. Gracias por vuestra presencia y por vuestra acogida, que confirma y enriquece nuestra amistad. Gracias por el saludo afectuoso y entusiasta que dais al Papa, que ha venido a visitar el Capitolio, la casa de todos los romanos y, por tanto, también suya. El Señor, que ha querido que sea el jefe de la Iglesia católica, lo ha hecho por ello «romano», «civis romanus», partícipe de las alegrías y los sufrimientos, de las expectativas y las realizaciones de esta espléndida ciudad.

«Totius orbis urbs celeberrima». En Cracovia se decía: «Cracovia totius Poloniae urbs celeberrima». Aquí se debe decir: «Totius orbis, orbis terrarum, urbs celeberrima». Pero, ¿se conoce hoy bien la lengua latina?

2. Mi pensamiento va a todos los romanos y, ante todo, a vosotros, muchachos y muchachas, que sois el futuro de Roma. Os digo: amad vuestra ciudad. Sentíos orgullosos de su historia y de su vocación espiritual; estad dispuestos a construir un futuro digno de su glorioso pasado.

Os saludo con afecto a vosotros, los que vivís momentos difíciles, con sufrimientos físicos o espirituales; ¡ojalá que encontréis apoyo en el tradicional espíritu de solidaridad que distingue a la población de la Urbe!

Os saludo cordialmente a vosotros, ciudadanos romanos pertenecientes a otras tradiciones religiosas: a vosotros, judíos, herederos de la fe de Abraham, que participáis desde hace siglos en los acontecimientos históricos y civiles de Roma; a vosotros, hermanos de otras confesiones cristianas; y a vosotros, creyentes de religión musulmana. La adoración común del Altísimo impulse el respeto recíproco y nos haga a todos laboriosos constructores de una sociedad abierta y solidaria.

Os saludo con deferencia a vosotros, hermanos que afirmáis tener una visión no religiosa de la vida, y a cuantos con vosotros buscan el sentido de la existencia. Ojalá que el amor a la verdad, el rigor moral y la confrontación serena con los creyentes contribuyan a hacer de Roma un modelo de convivencia respetuosa entre los hombres y las mujeres de religiones y de ideas diversas.

Pienso con amistad en vosotros, hermanos y hermanas que, a pesar de proceder de países lejanos, os habéis insertado recientemente en la vida ciudadana. Ojalá que vuestra presencia enriquezca el rostro acogedor y pacífico de la Urbe.

Por último, os dirijo mi saludo paterno a vosotros, hermanos y hermanas romanos, y a vuestras familias: permaneced fieles a los valores imperecederos de nuestra civilización, vivificada por la fe católica.

Mientras nos preparamos para cruzar el umbral del gran jubileo, nos sostenga el recuerdo de los mártires, de los santos y de cuantos han construido a lo largo de los siglos la grandeza de Roma. Es un recuerdo de libertad, de fidelidad y de civilización. Debe seguir viviendo en el corazón de los habitantes de la Roma del tercer milenio. Este es el deseo, esta es la oración que elevo a Dios, invocando su protección sobre este pueblo al que amo y bendigo de todo corazón.

Roma felix! ¡Roma feliz!

 



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