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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA FUNDACIÓN «CENTESIMUS ANNUS, PRO PONTIFICE»


Sábado 9 de mayo de 1998

 

Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado;
gentiles señoras y señores:

1. Me alegra daros una cordial bienvenida a todos vosotros, que os habéis reunido en el Vaticano para participar en el congreso anual de estudio organizado por la fundación «Centesimus annus, pro Pontifice» sobre el tema: Globalización y solidaridad.

Saludo, ante todo, al señor cardenal Lorenzo Antonetti, a quien agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido en nombre de los presentes; a monseñor Claudio Maria Celli y a todos vosotros, queridos socios de la Fundación, que habéis querido visitarme juntamente con vuestros familiares.

La acción de vuestra benemérita asociación se inspira especialmente en la encíclica Centesimus annus, con la que quise recordar el centenario de la Rerum novarum de mi venerado predecesor León XIII, quien, en un tiempo lleno de problemas y tensiones sociales, abrió a la Iglesia un nuevo y prometedor campo de evangelización y promoción de los derechos humanos.

La comparación de los dos documentos muestra los escenarios profundamente diversos, a los que se refieren esas intervenciones del Magisterio: el primero debía confrontarse principalmente con la «cuestión obrera» en un ámbito europeo; el segundo, en cambio, se abre a problemas económicos y sociales nuevos, en todo el mundo. En los años siguientes, esta situación ha adquirido dimensiones aún más complejas, poniendo de relieve cuestiones de gran importancia incluso para el futuro del hombre y para la paz entre los pueblos. En todo este entramado de situaciones nuevas y problemáticas, el Magisterio no ha dejado de reafirmar los principios perennes del Evangelio en defensa de la dignidad de la persona y del trabajo humano, acompañando con frecuentes pronunciamientos la acción capilar y constante de los cristianos en el ámbito social.

Así pues, os felicito por vuestro meritorio empeño en la difusión y aplicación de la doctrina social de la Iglesia, y os agradezco esta visita, que me brinda la preciosa ocasión de conocer el desarrollo de vuestra benemérita actividad.

2. El tema de vuestro encuentro es la globalización, que afecta ya a todos los aspectos de la economía y las finanzas. De todos son conocidas las ventajas que una economía «globalizada», bien regulada y equilibrada, puede aportar al bienestar y al desarrollo de la cultura, de la democracia, de la solidaridad y de la paz. Pero es necesario que busque siempre la armonización entre las exigencias del mercado y las de la ética y la justicia social.

Esta reglamentación ética y jurídica del mercado es cada vez más difícil, del mismo modo que resultan cada vez más inadecuadas las medidas adoptadas por los Estados. Así pues, es necesario trabajar por una cultura de las reglas, que no sólo tenga presentes los aspectos comerciales, sino que también se ocupe de la defensa de los derechos humanos en todo el mundo. En efecto, para que la globalización de la economía no tenga las consecuencias nefastas de la explosión salvaje de los egoísmos privados y de grupo, es preciso que a la progresiva globalización de la economía corresponda cada vez más la cultura «global» de la solidaridad, atenta a las necesidades de los más débiles.

3. También vosotros, insertados en diversos organismos relacionados con la economía y el trabajo, en el marco prometedor e inquietante de la globalización, estáis llamados a ser intérpretes constantes de las exigencias de la solidaridad, según el espíritu de Cristo y la enseñanza de la Iglesia. De ese modo, podréis testimoniar la ternura de Dios hacia todos los hombres y promover, junto con la dignidad de la persona, una convivencia internacional más justa y fraterna, porque se inspira en la perenne verdad del Evangelio.

Que en esta tarea, exaltante y difícil, os sostenga la palabra del Señor, que nos invita a ver en cada gesto de amor a nuestros hermanos la ocasión de servirlo a él mismo: «Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40).

Encomiendo vuestros propósitos a la protección materna de la santísima Virgen que, respondiendo «con prontitud» a las€necesidades de Isabel (cf. Lc 1, 39), nos muestra cómo tenemos que ser constantemente solícitos ante las exigencias de nuestros hermanos necesitados.

Con estos deseos, os imparto a vosotros y a vuestros colaboradores la bendición apostólica, que extiendo gustosamente a todos vuestros seres queridos.

 



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