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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DE LA FUNDACIÓN PAPAL

 

A mi venerado hermano
Cardenal JOHN J. O.CONNOR
y a los miembros de la Fundación Papal

Os saludo afectuosamente a todos vosotros, que habéis venido, una vez más, a la tumba del príncipe de los Apóstoles a encontraros con el Sucesor de Pedro. La semilla de todo lo que encontramos en este santo e histórico lugar es el testimonio apostólico del pescador de Galilea y, especialmente, el testimonio de su martirio por ser fiel al Señor. El Sucesor de Pedro tiene la misión de seguir testimoniando el poder de Cristo resucitado, y proclamar la esperanza inquebrantable. En el cumplimiento de este deber, me siento muy fortalecido por el apoyo de toda la familia de Dios, congregada en el testimonio de la fe, la proclamación de la esperanza y la obra de caridad. La Fundación Papal es una parte estimada de esta familia; y os agradezco de corazón el apoyo que me brindáis en mi ministerio de servicio a la Iglesia universal.

La Iglesia aguarda la llegada del tercer milenio de la era cristiana y los desafíos que conlleva. En este segundo año de nuestra preparación espiritual, nos dirigimos con especial urgencia al Espíritu Santo, y repetimos la antigua invocación: «¡Ven, Espíritu Santo!». Somos como los discípulos reunidos en el cenáculo, mientras esperaban al Espíritu Santo prometido por el Padre (cf. Lc 24, 49). Como ellos, estamos reunidos con todos nuestros miedos y nuestras fragilidades, pero también en oración y alabanza. Oramos porque sabemos que sin la venida del Espíritu Santo nuestros miedos y nuestras fragilidades triunfarán, y las tinieblas y la muerte tendrán la última palabra. Pero estamos reunidos en alabanza porque sabemos que Dios, siempre fiel, que prometió el Espíritu Santo, nos concederá el mayor de los dones, «el Espíritu de la verdad», que nos guía a todos a la libertad (cf. Jn 8, 32; 14, 17).

Aguardáis con esperanza, y vuestra espera es viva con obras de caridad. Vuestra caridad, que me sostiene en mi ministerio, es parte de una entrega que os dispone cada vez más a recibir los dones del Espíritu Santo. Oro fervientemente para que sea más profunda en vosotros la paz que sólo el Espíritu Santo puede dar, y que resplandezcáis con mayor luminosidad en el mundo como testigos de Cristo resucitado, que se entregó totalmente para que podamos ser colmados de la bondad de Dios.

En medio de los discípulos congregados en el cenáculo en espera de la venida del Espíritu Santo estaba María, la Madre del Señor. Que su oración os fortalezca siempre y su amor os introduzca de modo cada vez más profundo en el misterio de la caridad evangélica. Al renovaros mi gratitud por todo el bien que la Fundación Papal hace posible, os imparto cordialmente a vosotros, a vuestras familias y a todos los que comparten vuestro trabajo, mi bendición apostólica.

Vaticano, 18 de mayo de 1998

JUAN PABLO II



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