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VIAJE APOSTÓLICO A CROACIA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA POBLACIÓN DURANTE EL ENCUENTRO
EN LA PLAZA DE LA CATEDRAL

Viernes 2 de octubre de 1998

 

1. Queridos habitantes de Zagreb y de toda Croacia; queridos jóvenes y queridas familias: ¡Paz a vosotros!

Aquí, ante esta majestuosa catedral, monumento de fe y de arte, en la que se conservan los restos del siervo de Dios Alojzije Stepinac, os saludo en el nombre de Cristo resucitado, único Salvador del mundo, y os abrazo a todos con gran afecto.

Mi pensamiento se extiende a todos los queridos habitantes de este país, a cuyas nobles tradiciones de civilización me alegra rendir homenaje. Me dirijo en particular a vosotros, cristianos, que, según las palabras del apóstol Pedro, debéis estar «siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza» (1 P 3, 15).

Doy gracias a la Providencia, que ha guiado mis pasos, trayéndome de nuevo a Croacia. Me vienen espontáneamente a los labios las palabras de un poeta vuestro: «Aquí todos son hermanos míos, me siento en casa...» (D. Domjanić, Kaj). Quisiera poder saludar personalmente a todos los habitantes de esta tierra, independientemente de la clase social a la que pertenezcan: agricultores, obreros, amas de casa, profesionales, marineros, pescadores, hombres de cultura y de ciencia, jóvenes, ancianos y enfermos. A todos expreso mis mejores deseos de paz y esperanza.

2. Con afecto me dirijo en particular a vosotros, jóvenes, que habéis venido en tan gran número a acogerme a mi llegada a vuestro país. Me alegra especialmente comenzar esta peregrinación encontrándome con los jóvenes.

Amadísimos hermanos, vosotros sois el futuro de esta región y de la Iglesia que está en Croacia. Hoy Cristo llama a la puerta de vuestro corazón: ¡acogedlo! Él tiene la respuesta adecuada a vuestras expectativas. Con él, bajo la mirada amorosa de la Virgen María, podréis construir de modo creativo el proyecto de vuestro futuro.

Inspiraos en el Evangelio. A la luz de sus enseñanzas, podréis alimentar un sano espíritu crítico frente a los conformismos de moda y llevar a vuestro ambiente la novedad liberadora de las bienaventuranzas. Aprended a distinguir entre el bien y el mal, sin juzgar de forma precipitada. Ésta es la sabiduría que debe caracterizar a toda persona madura.

3. El ciudadano, y especialmente el creyente, tiene precisas responsabilidades frente a su patria. Vuestro país espera de vosotros una contribución significativa en los diversos ámbitos de la vida social, económica, política y cultural. Su futuro será mejor en la medida en que cada uno de vosotros se esfuerce por mejorarse a sí mismo.

La vida humana en la tierra conlleva dificultades de varios tipos; y, ciertamente, no se las puede resolver refugiándose en el hedonismo, el consumismo, la droga o el alcohol. Os exhorto a afrontar con valor las adversidades, buscando la solución a la luz del Evangelio. Sabed redescubrir los recursos de la fe, a fin de hallar en ellos la fuerza para dar un testimonio valiente y coherente.

El siervo de Dios cardenal Alojzije Stepinac, al que mañana, Dios mediante, elevaré al honor de los altares, recomendaba a los jóvenes de su tiempo: «Estad atentos a vosotros mismos y seguid madurando, porque sin personas maduras y sólidas desde el punto de vista moral no se logra nada. Los patriotas más grandes no son los que más gritan, sino los que cumplen con más fidelidad la ley de Dios» (Homilías, Discursos, Mensajes, Zagreb 1996, p. 97).

Que nunca decaiga vuestro entusiasmo juvenil, alimentado con una profunda relación con Dios. Al respecto, el mismo cardenal Stepinac recomendaba a los sacerdotes: «Alejad, como si fuera peste, de nuestros jóvenes toda pusilanimidad, porque es indigna de los católicos, que pueden enorgullecerse de un nombre tan grande como es el de nuestro Dios» (Cartas desde la cárcel, Zagreb 1998, p. 310).

4. He deseado ardientemente realizar esta segunda visita a Croacia para poder continuar la peregrinación de fe, esperanza y paz que comencé en septiembre de 1994. Ahora, afortunadamente, ya no hay guerra. Mi deseo es que no vuelva a haber guerra en este noble país. Ojalá que, junto con toda la región, se convierta en una morada de paz: de una paz auténtica y duradera, que siempre implica justicia, respeto a los demás y convivencia entre personas y culturas diversas.

Croacia, parte integrante de Europa, ha pasado definitivamente una página dolorosa de su historia, dejando a sus espaldas las terribles tragedias del siglo  XX para mirar al nuevo milenio con un ardiente deseo de paz, de libertad, de solidaridad y de cooperación entre los pueblos. Me complace citar aquí las palabras que pronunció mi predecesor Pío XII, de venerada memoria, el 24 de diciembre de 1939: «Un postulado fundamental de una paz justa y honrosa es asegurar el derecho a la vida y a la independencia de todas las naciones, grandes y pequeñas, poderosas y débiles » (AAS 32 [1940] 10). Son palabras que conservan todo su valor también en la perspectiva del nuevo milenio, que ya está a las puertas. Pero son, asimismo, palabras que comprometen a toda nación a modelar su propio ordenamiento jurídico según las exigencias del Estado de derecho, gracias al respeto creciente hacia las instancias arraigadas en la dignidad innata de los ciudadanos que la componen.

Espero que en este país se reconozcan y se respeten cada vez más los derechos fundamentales de la persona, comenzando por el derecho a la vida desde su concepción hasta su término natural. El grado de civilización de una nación se juzga según la sensibilidad que muestra con respecto a sus miembros más débiles y desvalidos, y según el compromiso con que promueve su rehabilitación y su plena inserción en la vida social.

5. En este proceso de promoción humana la Iglesia se siente interpelada. Con todo, sabe muy bien que su deber primero y principal consiste en contribuir a él mediante el anuncio del Evangelio y la formación de las conciencias. Al cumplir esta misión, cuenta con cada uno de vosotros, amadísimos fieles que me escucháis: cuenta con vuestro testimonio y, antes aún, con vuestra oración. En efecto, es en la oración donde se abre a los horizontes de la constante presencia salvífica de Dios en la vida de todas las personas y de todos los pueblos. La comunión con Dios alimenta en los corazones la valentía de la esperanza. Ojalá que cada uno de vosotros redescubra los inmensos tesoros ocultos en la oración personal y comunitaria.

Deseo de corazón que las poblaciones de Croacia permanezcan también en el futuro fieles a Cristo. En esta fidelidad radica el secreto de la verdadera libertad, pues Cristo «nos liberó para que seamos libres» (Ga 5, 1). Y la libertad, como canta uno de vuestros poetas, «es un don en el que el Dios altísimo nos ha dado todo tesoro» (I. Gundulia, Dubravka).

6. ¡Nos vemos mañana en el santuario de Marija Bistrica!

Invoco ahora la bendición de Dios y la protección de la santísima Virgen María sobre vosotros, aquí presentes, sobre los que están unidos a nosotros mediante la radio y la televisión, y sobre todos los habitantes del país. El Señor os conceda fe perseverante, concordia activa y decisiones sabias inspiradas en el bien común.

Que jamás desaparezca de vuestros labios el hermosísimo saludo, con el que me dirijo ahora a vosotros:

¡Alabados sean Jesús y María!

 



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